John Von Neumann, un científico de novela
A mediados del siglo pasado, C.P. Snow dio una famosa conferencia (“Las dos culturas”, luego convertida en libro) en la que hablaba de la ciencia y las humanidades como órbitas en apariencia irreconciliables. Snow era una rara avis: físico y novelista a la vez, veía en ese antagonismo la principal tragedia de la época que hoy llamamos Guerra Fría.
Si la oposición persiste, las humanidades –mientras no se entrometa la Inteligencia Artificial con sus promesas de novelas estandarizadas– corren con una ventaja: pueden contar la ciencia o, al menos, su historia.
"‘Von Neumann fue ”el ser humano más inteligente del siglo XX’, según lo definió uno de sus colegas"
En Copenhague, la obra de teatro de Michael Frayn, por ejemplo, las tensiones científicas de la preguerra, que eran también políticas y éticas, estaban centradas en el encuentro que mantuvieron en la capital danesa Niels Bohr, uno de los nombres mayores de la física, con su discípulo Werner Heisenberg, teórico del principio de incertidumbre y principal figura del programa nuclear de los nazis.
En la película Oppenheimer –basada en una prestigiosa biografía–, la figura central es, en cambio, el director del Proyecto Manhattan, que resultó en la bomba atómica. Robert Oppenheimer no es el único científico de nota en la cinta, de todas maneras. También aparecen en ella muchos de los que trabajaron en Los Álamos: Richard Feynman, Luis Walter Alvarez, Hans Bette, entre los futuros Nobel. Hay, sin embargo, una ausencia flagrante: la de John von Neumann (1903-1957). Tal vez el guion haya prescindido del científico de orígen húngaro porque solo realizó visitas a Nuevo México como consultor. O porque, dado el inabarcable radio de acción de sus actividades, le haya quedado demasiado grande.
De ese olvido lo rescata, con un casual sentido de la oportunidad, el chileno Benjamín Labatut en su reciente novela MANIAC. Von Neumann (no, no ganó el Nobel) era uno de esos talentos omnívoros que logró además influyentes puestos de poder. Ese aspecto es una de las directrices de la carrera de Von Neumann que constan en MANIAC, pero importan más los caminos de la psicología de un genio perdido en los laberintos de su propio intelecto y de su ambición. Multidisciplinario, VN responde a un tipo de genio menos estereotipado que el ascético y silencioso: no le faltaba sentido del humor, además de ser socialmente activo. Niño prodigio que confiaría toda la vida en su intuición, dejaba con la boca abierta a sus maestros por la facilidad con que resolvía problemas abstrusos. Se formó como matemático, pero sufrió una crisis personal cuando Kurt Gödel desbarató con sus teoremas de la incompletitud los problemas planteados por David Hilbert para fundamentar la disciplina. A partir de entonces, aquel al que sus pares tenían por “un extraterrestre”, desperdigó sus titánicas capacidades en innumerable terrenos. Esa variedad tal vez haya diluido hoy la fama que tuvo en vida: Von Neumann hizo aportes clave en el campo matemático y de la física, pero también fue central, entre muchas cosas, para la teoría de juegos y la cibernética (MANIAC es una de las primeras computadoras, basada en ideas suyas, tras meditar sobre Alan Turing). El Nobel de Medicina Sydney Brenner -para agregar un dato más fuera de programa- lo hace incluso prefigurar el ADN de Watson y Crick.
La novela, que oscila entre la fascinación, el vértigo y cierto espanto, está estructurada por medio de testimonios de los que lo conocieron, incluidas sus mujeres (que no lo pintan de la mejor manera). Hacia el final –ya más cerca de la sinrazón megalománica– Von Neumann se convenció de poder promover el control del clima en el planeta por medio de bombas nucleares. La sola idea es terrorífica.
Por supuesto: la novela de Labatut se vale de las armas de la narración y su desmesurado protagonista es también una criatura, sino de ficción, de novela. Von Neumann –”el ser humano más inteligente del siglo XX”, según lo definió un colega, más allá de Einstein– puede ser canibalizado por la literatura porque fue, a pesar de todo, imperfecto como cualquier mortal. En ese territorio, el del retrato crítico, las humanidades todavía llevan las de ganar.
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