Volvió Guillermo Arriaga con una novela fiel a su estilo animal, sexual y descarnado
Durante veinte años una idea rondó su cabeza, pero fue una carta escrita en una cárcel de Brasil el detonante, la chispa que comenzó este incendio. El bibliotecario de una prisión en San Pablo logró hacer llegar un mensaje a Guillermo Arriaga (Ciudad de México, 1958), "en nombre de la pacífica población carcelaria" a la que pertenecía el reo. En la misiva le contaba que El búfalo de la noche era la novela preferida de los reclusos y le pedía al autor más ejemplares. El autor mexicano comenzó a escribir Salvar el fuego, la novela por la cual obtuvo este año el Premio Alfaguara, llamas narrativas que se extendieron a lo largo de seis versiones, una de ellas de 1500 páginas, y otras más breves, como la de 659, que llega a las manos del lector. Este es el resultado de casi cinco años de un proceso de combustión creativa. En esta novela habitan un Otelo narco, un parricida, un "amor icaresco", un padre despótico, el racismo, y el poder que brindan al lector ciertos relatos, desde la oscuridad y desde el encierro, con sus llamas de esperanza.
Salvar el fuego es una novela polifónica, una historia narrada en primera persona por una coreógrafa de clase alta, los relatos de un grupo de presos que asisten a un taller literario, un narrador omnisciente, y, finalmente, una voz que interpela a un tú con ribetes de Carta al padre y de Pedro Páramo. El guionista de Amores perros, 21 gramos, Babel, Camino a la redención (The Burning Plain, la película que también dirigió), y, el autor de la novela El salvaje, regresa con este relato fiel a su estilo: animal, cruel, sexual y descarnado, al son de dos personajes, artistas, que crean desde sus vísceras. Desde su casa, en la Ciudad de México, habla por videoconferencia con LA NACION.
–Sin revelar detalles de la trama, hay un vínculo muy estrecho, y así lo nombrás en un momento crucial de la novela, entre el protagonista, José Cuauhtémoc, y Borges.
–Borges es un monstruo. Es una de las razones por las cuales soy escritor. Es el gran maestro de nosotros. Viene de una línea muy distinta a la que vengo yo. El viene de la biblioteca; yo estoy más inspirado en lo que ha pasado en la vida. Las construcciones de los mundos de Borges son prácticamente insuperables. Aunque no se lo hayan dado, es un Premio Nobel. Le tengo una profunda admiración. Ha sido una influencia fundamental en mi escritura.
(Arriaga tiene un ejemplar de su novela El salvaje en el escritorio. Buscá el epígrafe y lo acerca a la cámara de su computadora para mostrar la cita de Borges con la que abre esta novela: "El nombre de una mujer me delata/me duele una mujer en todo el cuerpo").
–¿Concebís a tu obra literaria como una obra completa? Pienso en Camino a la redención, la película que escribiste y dirigiste, y hay muchos puntos en común.
–Creo que lo que hago en cine es parte de una obra literaria. Cualquiera que vea mis películas encuentra puntos en común con mis libros. El salvaje, por ejemplo, está muy vinculado a Amores perros; 21 gramos está vinculado a mis cuentos, a Retorno 201; Los tres entierros de Melquiades Estrada a Un dulce olor a muerte. Sí siento que es todo parte de una misma obra literaria y hay temas en común que yo no había notado. Escribo, y como escribo sin plan, y sin saber realmente hacia dónde voy, los temas van apareciendo de modo natural.
Borges es un monstruo. Es una de las razones por las cuales soy escritor. Es el gran maestro de nosotros.
–Marina, nombre emblemático de la cultura mexicana [Marina/Malinche], es un personaje de la novela y sirve de puente entre dos mundos. ¿Existió una intención a la hora de elegir este nombre que, a su vez, se vincula con José Cuauhtémoc?
–Fue sin querer. Mi hija se llama Mariana y le dije: "Oye, hija, ¿le pongo tu nombre al personaje? En The Burning Plan hay un personaje que se llama Mariana, por ejemplo. Y también allí hay un personaje llamado Santiago, como mi otro hijo. "Hija, la novela va a ser demasiado sexual", pensé. Entonces es una variación de Mariana y después me di cuenta de que aparece el nombre Cuauhtémoc vinculado a ella. Pero fue inconsciente.
–No sé si tuviste alguna vez la experiencia de escuchar cómo un crítico o un profesor hablaba de tu narrativa, de tus guiones. ¿Qué te pasa cuando escuchás esas interpretaciones?
–Hace tiempo vino un especialista de mi obra, de la Universidad de Texas, y me dice que yo le había puesto Melquíades al personaje como un homenaje a García Márquez. Y le digo que no, que se lo había puesto porque así se llama un amigo mío. "No, no. A mí no me engañes", me corregía.
–Es una novela "demasiado sexual", decís. ¿Te da pudor pensar que pueda leerlo tu hija u otras personas?
–Cero. La está leyendo mi mamá que va a cumplir 92 años. La estaba comentando ayer: "Mira, hijo. Yo ya estoy acostumbrada a tu obra, me parece bien. Alguna mujer se va a sentir confrontada, si no están acostumbrada a que le hablen así del sexo". Mi hija está acostumbrada y desde los 14 años ha visto cosas en mis películas. En una película, vino a visitarme y le tocó la filmación de un golden shower. No creo que se espante con su papá.
–¿Los planteos que realiza Marina sobre su expresión rondan también tu propia creación? Me refiero a la verdad en el arte, buscar nuevos públicos crear desde las vísceras…
–Estoy más en la visión de José Cuauhtémoc, de que se escribe porque tienes que escribir. A mí no me interesa si hay o no público. Tengo que escribir. Escribo desde muy chico. No sabía si lo iban a publicar o no. Escribía un libro tras otro. Mi primer libro, Retorno 201, lo escribí cuando tenía 23 años. Es más, yo no sabía si este libro se iba a publicar o no. Nunca sabes si le gustará a un editor, si quiere apostar por ti… Escribo por una necesidad adictiva, compulsiva de escribir.
Se escribe porque tienes que escribir. A mí no me interesa si hay o no público. Tengo que escribir.
–¿Mostrás lo que vas escribiendo a otras personas?
–Sí, y lo lee mucha gente, muchos amigos y amigas mías. El salvaje lo leyeron más hombres; y en Salvar el fuego pedí opinión de mujeres porque para mí es un libro muy femenino. Para El salvaje tenía un grupo de amigos que venía todos los domingos y les leía cincuenta cuartillas y me daban sus recomendaciones y yo, muy obediente, les hacía caso. Entre ellos está un muy afamado director de cine en publicidad, Diego Pernía. Fíjate lo que me pasó con El salvaje: yo metí mi novela en el premio Alfaguara y perdí con un autor argentino.
–Eduardo Sacheri, con La noche de la usina [la adaptación para el cine se llama La odisea de los giles].
–Sí, yo le dije: "Tú me ganaste el Alfaguara" (risas).
–Precisamente esa novela se llevó al cine. ¿Pensás hacerlo con Salvar el fuego?
–No lo voy a hacer yo. Eso es un hecho. Lo más interesante sucede en el interior de los personajes. En La noche de la usina hay muchos diálogos y en Salvar el fuego, todo es más bien hacia dentro.
–Hay quizá una contradicción que tu novela tan bien refleja: el mal o la crueldad que crean quienes quieren educar, por un lado, y la solidaridad y hermandad de quienes hacen daño, por el otro.
–Cuando escribo, parece que me está dictando alguien. No sé si otros escritores son más cerebrales. Yo me siento, te lo juro, escribo lo que me viene ese día. No pienso mucho la novela, no soy muy intelectual.
–¿Podés disfrutar del cine o de una serie como simple espectador?
–Es como cuando eres mago. Al buen mago, no le descubres el truco, empiezas a disfrutar. Al mago que ves que se le cae la carta, y entonces te empiezas a fijar... Hay películas que veo y me siento completamente abrumado por ellas.
–¿Por ejemplo? ¿Cuál fue aquella que te hizo sentir así recientemente?
–El ciudadano ilustre, que nos ganó el Goya a una película que yo produje [Desde allá]. Dije: "No la voy a ver". Realmente me metí en la historia que me estaban contando.
–En esta película que mencionás, aparece un escritor consagrado, que regresa a su pueblo natal. Imagino que debés tener invitaciones y a la vez una agenda muy apretada. ¿Llevás una vida aislada para la escritura?
–No te creas. Soy muy accesible. Casi que le digo que sí a todo. Me gusta la gente, estar en contacto con la gente. Estoy en el club de lectura de tres muchachas que me han invitado.
–Hay varias voces que tejen este relato y varios planos narrativos. ¿Escribís primero una voz, y luego otra, o cuál fue el procedimiento que utilizaste?
La escribí así como la leíste. No hago diagramas ni nada. Me siento a escribirla y ya. Me divierto mucho, lo juro, y como no sé de qué se trata, como siento que no la escribo yo, me divierto. Me río de las tonterías que dicen los personajes, me sorprendo con cosas, como lo haría todo lector.
–¿Te pasa entonces que pasado el tiempo de publicado un texto te arrepentís de un giro o de un final?
–Siempre. Pero hay un momento en el que uno tiene que desprenderse de la novela. Un día antes de enviar la novela a imprenta, decía: "Denme dos horas más para corregir".
–¿Cómo hiciste para recrear el mundo del narcotráfico?
–Donde yo voy de cacería estuvo durante mucho tiempo copado por los narcos. He ido a lugares de las matanzas, conozco las historias, he estado cerca de que me pasara algo, conozco niños campesinos que terminaron asesinados. Si bien no conozco la cárcel, sí he tenido suficiente diálogo con malandros.
–¿Creés que la cárcel puede reformar a las personas?
–Depende del tipo de persona. Hay gente que una vez que entra a la cárcel le da tanto miedo volver que dice: "No puedo volver ahí". Pero hay gente que tiene algo dentro, que ahí lo lleva con él, que no hay nada que lo pueda reformar.
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