Volver a casa: el arte como refugio en tiempos de cuarentena
Una valija con ropa, algunos libros, discos y una computadora. Eso fue todo lo que les quedó a Ana Gallardo y a su hija Rocío cuando se quedaron sin hogar, en 2006. Parientes y amigos se turnaron durante un año para alojarlas hasta que les prestaron una casa donde no entraban los pocos muebles que habían guardado en un galpón. La artista rosarina apeló entonces a su creatividad: construyó con ellos una estructura rodante, impulsada por una bicicleta.
Esta pieza se convertiría en uno de los hitos de su ascendente carrera, que incluyó en 2015 su participación en la Bienal de Venecia y una muestra en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Y resurge ahora desde la memoria colectiva, como las de otros artistas que reflexionaron sobre los espacios que habitamos, mientras el mundo entero busca refugio ante la amenaza del coronavirus.
"Se supone que el hogar es el lugar de seguridad y cobijo. Y hoy se me impone, en este momento de cuarentena, una contradicción: "¿Dónde se resguardan los que no tienen hogar?", se pregunta ahora Gallardo, en diálogo con LA NACION desde México. "Mi casa rodante fue una reflexión sobre este punto -agregó-, y como tengo privilegios puedo organizar mi hogar básicamente en una construcción afectiva. Funciona mi motorhome, me voy y ahí donde me instalo tengo un fuego. Mi práctica artística funciona como espacio de resguardo".
Para ella, que vivió una vida nómade desde que su madre murió cuando tenía siete años, y se educó pupila en un colegio con monjas que le pegaban, el hogar no tiene forma material. El hogar fue la comunidad artística que alguna vez organizó una muestra para ayudarla a pagar sus deudas. Y es aquel que sueña para los próximos años: una "escuela de envejecer" en la cual los mayores puedan enseñar a los demás a hacer lo que más disfrutan.
En su caso, el hogar y la obra son los vínculos. Como lo fueron también para Federico Manuel Peralta Ramos, que en 1986 instaló una mesa con dos sillas en el Centro Cultural Recoleta para sentarse a dialogar con el público.
Esta idea del hogar inmaterial, que se pone ahora a prueba como nunca mientras nos damos ánimo unos a otros por WhatsApp desde cualquier lugar del mundo, fue también motivo de reflexión para la generación de jóvenes artistas argentinos que supieron dónde refugiarse en plena crisis de 2001. Tres de ellos encontraron en las casas de sus abuelos el contexto ideal para exhibir y potenciar sus obras, tal como quedó registrado en 2010 en el libro "En busca del sentido perdido".
"Cada cual a su manera, planteó una dinámica vincular diferente de los patrones que rigen la percepción individual y silenciosa del arte en los museos", escribió entonces Valeria González, responsable del área de Patrimonio Cultural del actual gobierno nacional. Según ella, los proyectos impulsados por Gabriel Baggio, Lila Siegrist y Verónica Gómez coincidieron en la intención de "habitar esos lugares significativos de la memoria personal y compartirlos con otros", como una forma de buscar "modos de existencia alternativos". "Hay en común -opinó- una dimensión ética que trasciende las preferencias estéticas o las identificaciones políticas de cada uno".
Algo de esa construcción de un puente de valores que supere las grietas pareció iniciarse esta semana. Mientras tanto los partidos políticos como los medios de comunicación unían fuerzas por un objetivo común, los artistas aportaron lo suyo: compartieron en Instagram imágenes de su trabajo creativo, con los hashtags #YoMeQuedoEnCasa y #YoMeQuedoPintandoEnCasa, como forma de contribuir a detener la expansión masiva del virus.
¿Estaremos evolucionando por fin de la era de la competencia a la de la cooperación? Esa necesidad fue planteada hace dos años en Art Basel Miami por Tomás Saraceno, tucumano residente en Berlín. Consagrado como uno de los artistas contemporáneos más relevantes del mundo, trabaja desde hace años en forma interdisciplinaria para crear una forma sustentable de habitar el planeta. Antes que él, hicieron lo propio su admirado Gyula Kosice, inventor de las utópicas Ciudades Hidroespaciales, y Xul Solar con sus visionarias arquitecturas diseñadas para vivir en comunidad.
Hace más de dos décadas que Fabiana Barreda invierte su energía en una búsqueda similar. Su Proyecto Hábitat nació en 1999, cuando comenzó a preguntarse sobre "nuestro proyecto de pan, casa y trabajo como imaginario de descendientes de inmigrantes". "La casa es el centro de nuestra energía emocional", dice Barreda, artista y psicóloga. Los videos y performances que realizó sobre este tema durante el crítico cambio de milenio se inspiran en lo que ella llama "arquitectura del deseo", basada en "la fuerza del amor como plataforma constructiva del sujeto, el proyecto de país y el ser humano".
Una casa dibujada con lapicera sobre la palma de una mano es todo lo que muestra una de sus fotografías, perteneciente a la colección del Malba. "Mi hogar es la línea de mi mano", se titula otra obra de la misma serie, que marca una línea entre la mano izquierda y el corazón.
"Ese es el mapa: el hogar es el amor. No importa la fragilidad material que tenga, ya que su fuerza es emocional", señaló la artista a LA NACION. "Mis obras crean imaginarios, para mí y para la sociedad, de una forma más humana de existir -agregó-. Mientras atravesamos un momento crítico global, el arte es la herramienta para pensar y construir éticamente un mundo mejor".
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