Volver al origen, con otra mirada: nueva vida para la colección del Museo de Arte Moderno
La institución porteña abrirá este viernes al público su temporada 2022 con muestras que actualizan su valioso acervo desde una perspectiva contemporánea
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Sí, ahí están las obras de Germaine Derbecq y de Martha Boto, realizadas hace más de medio siglo, que pertenecen a la colección del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Pero exhibidas como nunca antes: integran una “arquitectura provisoria” de Cristina Schiavi, que incluye una pared y un piso recubiertos por azulejos de colores.
De esta manera, pasado y presente vuelven a encontrarse como lo hicieron hace cinco años en El presente está encantador, muestra en la que Diego Bianchi apeló también al patrimonio del Moderno para realizar una gran instalación transitable. El mismo artista acaba de realizar otra operación similar para Táctica sintáctica, actual exposición curada por Mariano Mayer en el español Centro de Arte Dos de Mayo.
La sorpresa de Schiavi espera al final de la sala donde se exhibe Vida abstracta, una de las cuatro muestras con las que el Moderno abrirá al público el viernes su temporada 2022. Iniciará así el programa anual de exposiciones Un día en la tierra, con el que se propone volver a mirar su importante acervo –actualizado con adquisiciones recientes- desde una perspectiva contemporánea.
También el edificio de la Avenida San Juan 350, una antigua tabacalera remodelada, cuyos pasillos fueron transformados por Schiavi con formas onduladas de colores. “Órbita cromática es una intervención que dialoga con la arquitectura y a la vez la desestabiliza. Me inspiré en obras de Ana Kozel y de María Martorell que forman parte de la colección”, explicó a LA NACION la artista, invitada además junto a Magdalena Jitrik y Mariela Scafati a participar de la muestra que aspira a “redefinir” el lenguaje de la abstracción.
“Las tres volvieron más empático un discurso racional y cientificista. Con el cambio de escala, la abstracción se vuelve más cercana”, señaló Victoria Noorthoorn, directora del Moderno, en referencia a la muestra curada por Francisco Lemus, Marcos Krämer, Clarisa Appendino y Violeta González Santos.
Ese impecable trabajo en equipo actualiza el valioso legado de Ignacio Pirovano, representado en la sala del primer piso por obras de Georges Vantongerloo, Alfredo Hlito y Enio Iommi, entre otras creadas entre las décadas del cuarenta y el setenta. Este abogado, pintor y director del Museo de Arte Decorativo durante casi dos décadas las exhibía en su dúplex de la calle Parera, remodelado por el arquitecto Amancio Williams.
Esas obras históricas contrastan con Azul inesperado, una atractiva instalación de Scafati: compuesta por pinturas de ese color que cuelgan afirmadas por sogas, de cara al piso en distintos ángulos, recuerda aquella otra amarilla exhibida en 2017 en Art Basel Miami por la galería Isla Flotante, y elogiada por el Financial Times como “una de las más dramáticas” de esa edición de la feria más importante del mundo.
El verdadero drama, sin embargo, es que el refleja El límite, muestra solo apta para mayores de 16 años o menores acompañados. Para ingresar en este espacio que evoca guerras, dictaduras, ecocidios, femicidios y violencia patriarcal, colonial y racista en América Latina hay que sortear el tríptico de Ana Gallardo, conformado por dibujos de gran formato en carbón que reproducen crudos testimonios sobre mujeres y niñas, víctimas de la milicia en Guatemala. “Y vieron al teniente violar a una de ellas frente a su madre”, se lee en uno de ellos.
Esta obra donada por la artista es una de las 600 incorporadas a la colección, gracias al aporte público y privado, desde que Noorthoorn asumió a mediados de 2013. “El Moderno tiene en su acervo obras de artistas con enorme experiencia y una tradición refinada en el arte político. Muchos han tenido que exhibir durante dictaduras”, recuerda la directora del museo, que además curó esta exposición junto con Javier Villa, Marcos Krämer y Violeta González Santos. “Recién llego de viaje por Doha y Nueva York –agrega, con orgullo-, y en ningún lado vi propuestas tan contundentes”.
Confirma estas palabras Matar y morir, un enorme friso escultórico con figuras de cerámica esmaltada con lustre de oro, que representa personas muertas, torturadas y degolladas, y recuerda el célebre Guernica de Pablo Picasso. “Son recreaciones de las imágenes que veía en los libros de historia del arte cuando era chico, en la casa de mi abuela”, explica Gabriel Baggio sobre esta pieza que pertenece a una colección privada y nunca fue exhibida al público. Y agrega que el título se inspira en un relato incluido en Sobre Sánchez, libro de Osvaldo Baigorria, en el cual el escritor se enfrenta con un oso. “El oso funciona un espejo –dice el artista-: al matar, también morimos un poco”.
No es casualidad que este tema inaugure Un día en la Tierra, el programa anual de exposiciones, mientras la guerra en Ucrania amenaza con volverse global. “Intentamos acercar una mirada contemporánea sobre la actualidad –observa Noorthoorn-; los relatos vinculados con la forma en que nos relacionamos con el mundo no podían no tener este corazón de dolor”.
Hay luz al final del túnel, sin embargo. Una vez que dejamos atrás Hatí, inquietante instalación compuesta por un centenar de máscaras de barro creadas por Tomás Espina –uno de los artistas invitados-, el monumental telón de Max Gómez Canle -pieza central de su exposición El salón de los caprichos (2019), que pasó a integrar la colección del museo- y obras históricas del acervo vinculadas con la devastación del territorio y los recursos naturales -realizadas por Antonio Berni, Víctor Grippo y Nicolás García Uriburu, entre otros-, comienza de forma orgánica una antológica dedicada a Mónica Girón.
Nacida en Bariloche, esta artista conecta la violencia social con la interna, y aborda el arte y la vida desde el nomadismo, la hibridez y la transformación. Su muestra, curada por Villa, incluye una nueva serie de pinturas sobre el paisaje de los querandíes, comunidad que habitaba la cuenca del Río de La Plata cuando llegaron los conquistadores españoles.
“Enlaces Querandí ofrece una idea reparadora sobre cómo lidiar con las emociones, desde lo individual”, dice el curador, antes de señalar un conjunto de acuarelas de colores colgadas en la última pared. Son las que Girón comenzó a realizar cuando inició su relación de pareja con el fotógrafo Antonio Panno. “Representan las energías que se construyen –agrega- cuando entablás una relación con otro”. O, en palabras de Noorthoorn, constituyen “un manifiesto sobre el amor”.
Para agendar:
Vida abstracta, El límite, Órbita cromática y Enlaces Querandí, desde el 8 de abril en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (Avenida San Juan 350). Lunes, miércoles, jueves y viernes, de 11 a 19. Sábados, domingos y feriados, de 11 a 20. Entrada general: $50; miércoles gratis.
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