Vivir como poeta
En ocasión de publicarse el primer tomo de la Obra poética , de César Fernández Moreno (Perfil Libros), su hija evoca la figura del autor de Argentino hasta la muerte y se refiere a la visión literaria de un hombre que volvía luminosa la realidad que observaba.
LA última vez que estuve en París con mi padre vivo fue en el verano de 1982. En aquella oportunidad, me llevó una mañana al studio minúsculo donde trabajaba y me señaló en lo alto de un estante varias carpetas numeradas de colores. "Mirá -me dijo- desde hace años no publico nada; ahí está todo lo inédito." Inmediatamente después me aclaró que, si a él le pasaba algo, yo no debía preocuparme en absoluto por aquel material. El había sufrido en carne, tiempo y espacio propios la tarea de reunir, ordenar y publicar la obra de su padre Baldomero. Además, agregó, haciendo uso de su declarado gusto por el understatement -esa cortesía británica que, según me explicó alguna vez, consiste en el arte de sofrenar las emociones y decir siempre menos de lo que en realidad se siente o se quiere expresar- "¿qué le harían a la Fnac (la gran cadena francesa de librerías) unos centímetros más o menos en sus estanterías?".
Yo, para quien entonces todo pensamiento de muerte resultaba remotísimo, lo tomé al pie de la letra. Años más tarde, un poco más sagaz, pude interpretar mejor la escena: la localización precisa de las carpetas y el hecho incontestable de que, para una megalibrería como la Fnac, serían unos pocos centímetros, pero que muy otra debía de ser la medida de las cosas cuando el metro patrón era uno mismo.
En aquella misma oportunidad mi padre me comentó que estaba pensando la totalidad de su obra como un contrapunto. Me habló en particular de Conversaciones con el Viejo , una obra donde payaba con su padre, contrapunteando los poemas paternos y los propios. Con mi cultura psicoanalítica de entonces me impresionó que él, a los 62 años, para terminar de redondear su existencia, tuviera que dedicarle todavía a su padre esta suerte de ajuste final. Por fin, superando apenas en un año la extensión de la vida de Baldomero, César murió en 1985. Fue un desengaño brutal, ya que nos tenía convencidos de su debida longevidad. Había empezado tarde a avivarse, es decir a vivir, magnetizado por el poderoso encanto de su padre y la literatura. Mucha poesía y poca bicicleta, mucho clásico español y poca mujer, mucho Verne y apenas mojarse los pies en la laguna de Chascomús, porque era riesgoso e innecesario hasta aprender a nadar. Por eso, decía, necesitaba esa longevidad como revancha, y aun así, tal como lo dijo en uno de sus ambages, "Soy tan lento para aprender que ya no hay longevidad que me baste".
Algunos años después de su muerte, con la ayuda de Martha -su mujer- y Muriel -mi hermana- fotocopiamos en París todo el contenido de aquellas carpetas: Querencias I, II, III y IV . Trasladé ese material a Buenos Aires con la esperanza de publicar al menos una parte. Tras años de promesas, dilaciones y frustraciones editoriales, éste es el momento, casi milagroso, en que aquel designio se concreta gracias a Juan Martini, director editorial de Perfil Libros, que está haciendo en el país lo que muy pocos hacen.
Y hete aquí que César es un argentino de vuelta en las librerías. Con un primer tomo y un segundo próximo a aparecer, todo excelentemente editado, prologado y anotado por Jorge Fondebrider, podrá verse completa la curva "existencial" de su producción poética, incluyendo sus Ambages Completos y una selección de sus primeros poemas juveniles (juveniles y todo, merecedores del Primer Premio Municipal de Poesía en 1941). Su obra, a partir de Veinte años después, rompe con los cánones formales de la generación del 40 y se encamina hacia lo que él llamó poesía existencial: "poesía de grano grueso, que por eso a veces se aproxima a lo periodístico, menos densidad poética por palabra..." Argentino hasta la muerte , obra que alcanzó la popularidad (7000 ejemplares vendidos, más los discos, más su difusión por la radio) y en la que todo argentino puede seguir reconociéndose, pertenece a esta etapa, que fue amplificándose y enriqueciéndose con los sucesivos viajes de César, hasta consumarse en Los aeropuertos . La curva se fue cerrando con una poesía cada vez más incisiva en lo político, fuertemente influida por su "segundo nacimiento latinoamericano", ocurrido en Cuba, donde pasó ocho años como funcionario y representante cultural de la Unesco. En este sentido, su carácter de espectador, de sobreviviente (título de uno de los libros de esta edición), no dejaba de atormentarlo.
"No tengo casi a quien llamar", me dijo en su último viaje a Buenos Aires, en 1984.Tramitaba entonces sus papeles como agregado cultural en París del gobierno de Alfonsín, y deambulaba por la ciudad, como Zama -decía-, obra que admiraba. "No me quedan amigos aquí. O están muertos o están afuera." Y eso que él se había ido corriendo de generación en generación.
Perteneciente inicialmente a la del 40, dio un salto hacia la del 50 y tal vez se estuviera aproximando a la del 60, cosa que festejaba como una zancadilla que le había hecho al tiempo. Una noche, después de una comida en mi casa -que él volvió especialmente cordial y encantadora, como solía suceder-, me dijo: "ya sé, cuando vuelva a Buenos Aires voy a tener a tus amigos". Tenía el privilegio de poder seguir interesándose por -e interesando a- otras generaciones. Porque ser joven era simplemente tener proyectos. Y él no cesaba de tenerlos.
En suma, César transcribía poéticamente su vida... (Su tarea ensayística es otro cantar, una tarea enorme y diversa propia de un modelo de intelectual integral que parece ir extinguiéndose en el país). Desde mi perspectiva de hija, y perdonando la simpleza de la traslación, yo lo veía vivir "poéticamente". Miraba las cosas y a la gente con una curiosidad divertida y movediza. Donde otros no veían nada, él veía mucho. Tal vez por eso resultaba tan seductor. Cualquier persona, por anodina que pudiera ser, se sentía y se volvía más luminosa bajo esa mirada. Cualquier almuerzo familiar, un simple puchero y el parloteo que generaba, se volvía una fiesta. Un día, visitando el zoológico de Bruselas vimos una enorme gorila de pelambre colorada y dijo "me hace acordar a la vieja". Lo dijo emocionado, superando tal vez en esta comparación la osadía de Baldomero cuando le alabó a su mujer las vísceras. Y así sucesiva y cotidianamente.
Como no soy una especialista en poesía no puedo aventurarme en consideraciones críticas. Sólo decir que ahora que lo escribo (no hay como escribir y corregir, para ir comprendiendo las cosas, como él lo expresa en alguno de sus prólogos), creo que César fue un hombre que usó a fondo su vida y eso se nota en su poesía. En consideración a esto, tal vez le perdone que se haya muerto tan joven.
Por último, ahora que releo esta nota (no hay como releer para seguir comprendiendo...) pienso que estos recuerdos de los que hablo -y no por primera vez- quizá sean recuerdos cristalizados, incompletos o hasta arbitrarios. Queda, en cambio, viva y flexible, toda su poesía. La alegría de volver a encontrarlo allí, como hija y como lectora, con todos sus matices, con su reflexión y su humor, con los sentimientos y disentimientos que la buena poesía es capaz de despertar.
La autora ha publicado Un amor de aguas y prepara su novela La última vez que maté a mi madre .