Viviana Romay, la hija de “el Zar de la televisión argentina”, a la caza de nuevos talentos
Aprendió a contratar artistas con su padre en el viejo Canal 9 y también de él heredó la pulsión por la gestión; ahora, desde Fundación Cazadores, impulsa el desarrollo de proyectos de creadores emergentes
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“Muchas mujeres en la Argentina son gestoras, coordinadoras y directoras de instituciones de arte y formación”, dice Viviana Romay a LA NACION en la sede de Fundación Cazadores. Desde 2012, cuando fundó junto con la artista Myriam Jawerbaum el espacio “Cazadores de arte”, que luego se convirtió en una fundación, ella también pasó a formar parte de ese conjunto.
Ubicada desde 2018 en un hermoso edificio del barrio de Chacarita, en la calle Villarroel al 1400, la fundación está donde funcionaba el taller del artista Guillermo Roux; casi 500 metros cuadrados destinados a salas de exposición, experimentación y formación de artistas emergentes que, a causa de la pandemia y las cuarentenas, quedaron despobladas por varios meses. Para la primavera, se prevé una reapertura con exhibiciones de tres proyectos artísticos: el de Victoria Papagni (con tutoría de Santiago Villanueva), de Ayelén Cocoz (con tutoría de Diego Bianchi) y del colectivo de danza La Cuerda, con asistencia tutorial de la videoartista y escritora Leticia Obeid. “Me gusta mucho la gestión, apoyar a los jóvenes, colaborar con eso que construye -dice-. Es una construcción que enriquece a ambas partes”.
En el segundo piso, Romay tiene su propio taller, donde hace esculturas y grabados con “pasta” de tomos de La Ley que compra por Mercado Libre. “Yo digo que hago arte con pasta de ley”, bromea la abogada recibida en la Universidad de Belgrano en tiempos del retorno de la democracia. “Mis padres no se animaron a dejarme estudiar en la Universidad de Buenos Aires durante la dictadura”, dice. ¿Se define como artista? “El arte para mí es una búsqueda personal -responde-. Mi verdadera pulsión es la gestión, dar al otro, construir redes para apoyar a artistas jóvenes”.
"Mi padre era un tipo muy exigente y también muy generoso. Aprendí mucho con él."
Esa pulsión por la gestión se fortaleció en su trabajo en Canal 9 con su padre, el “zar de la televisión argentina” Alejandro Romay, durante varios años. La tercera hija del matrimonio de Romay y Leonor Rosio acompañó a su padre desde 1984 (cuando el empresario y productor recuperó el canal de televisión) hasta 1997. “Trabajé quince años en Canal 9, donde me ocupé del área legal y, por mi temperamento, trabajé mucho con artistas en la resolución de conflictos; gestioné esa área hasta la venta del canal, que estuvo a mi cargo -resume-. Había tenido ciertos intereses en las artes desde chica, que se fueron diluyendo con la ley, con la necesidad de la ley, y finalmente volví e hice primero una experiencia en talleres pero también noté que no me alcanzaba solamente con hacer obra”.
Reconoce que Fundación Cazadores es su mejor obra hasta el momento. “Tengo un equipo grande y muy sólido, con Sergio Bazán en el área de artes visuales, Inés Armas en danza y Mariana Obersztern, que colabora en proyectos escénicos, y Daniel Levin Frieder en la dirección institucional, Mariel Leibovich en la programación, y Adrián Grimozzi (jefe de sala) y Bárbara Maio en la producción”. La institución se define como una plataforma de exploración interdisciplinaria sobre las prácticas artísticas contemporáneas, y está orientada a la formación e impulso de artistas emergentes. “Pese a la pandemia, pudimos llevar adelante las clínicas y seguimiento de obras de treinta artistas, en dos grupos coordinados por Bazán y Leila Tschopp, a los que asisten otros dos artistas, y con la investigadora y curadora Florencia Qualina”. También se brindan talleres online abiertos a la comunidad, como el que comenzó esta semana, “Puras fantasías. Arte y política en Argentina”, a cargo de Gabriel Palumbo.
Cazadores fue sede la Bienal de Performance, Instalar Danza, FIBA y el ciclo Magnético, entre otras iniciativas, y obtuvo subsidios del Ministerio de Cultura porteño y el Fondo Nacional de las Artes. La muestra más reciente, Los mareados, con obras de Leo Damonte, Mariana López y Cecilia Méndez Casariego, estuvo al cuidado de Sergio Bazán. “Cuando vino Guillermo Kuitca a verla me dijo que no conocía la obra de Damonte -cuenta Romay-. Me alegró; es ese apoyo el que una intenta dar para que los artistas trasciendan y continúen con sus proyectos”.
-¿Y qué te dicen los artistas que se acercan a formarse en Cazadores?
-Recibo mucho cariño y reconocimiento. Me siento muy feliz de este proyecto; lamentablemente, estos dos años fueron un poco difíciles. Ahora vemos un espacio desierto, pero quiero que sea un espacio vivo como antes. A partir de octubre van a exponer los artistas a los que se acompañó en estos meses. Los artistas siguieron creciendo en la obra; la obra en el taller se sigue expandiendo. Nuestro trabajo es entregarles aquello que les está faltando en su propia disciplina para complementar sus búsquedas. Este nuevo espacio en Chacarita nos permitió y nos desafió a trabajar en otra escala: pudimos exhibir, hacer obras performáticas y estrenar trabajos de artes escénicas como 65 años sobre Kakfa, dirigido por Maricel Álvarez y Emilio García Wehbi. Para 2022 tenemos previsto lanzar un premio; mi deseo no es dar dinero sino ofrecer residencias artísticas de intercambio en el extranjero. Me interesa fomentar la formación. Pese a la pandemia, los proyectos siguen.
"Me preocupa la situación actual: no recuerdo una época de tanta polarización en la Argentina."
-¿Cuál es tu mirada sobre los artistas en el país?
-Han quedado muy desprotegidos en este momento tan difícil, en especial, los artistas jóvenes. Y no es algo que les pasa solo a los artistas; lo veo en la juventud en el país. Las carreras universitarias de artes son muy largas, “piantavocaciones”, como se dice, y tampoco hay tantos espacios privados que piensen en el futuro del artista; van a hacen sus muestras pero la formación integral no se puede consolidar.
-¿Y acerca del rol del Estado?
-No está muy presente. La educación está muy descuidada y la juventud lo sufre. Y esto atañe a todas las esferas, en particular a la artística porque es muy informal la educación en el arte e incluso se cuestiona la educación formal. Eso es una desventaja si querés salir al mundo. La bohemia y el idealismo están bien, pero se deben complementar con formación, que es necesaria, además del aprendizaje que implica confrontar con otros en un espacio educativo formal.
-¿Qué aprendiste en el trabajo con tu padre en Canal 9?
-Apenas me recibí de abogada, empecé a trabajar con él. Fue un gran desafío; mi padre era un tipo muy exigente y también muy generoso. Aprendí mucho con él. Trabajar en el área legal significaba muchas cosas, desde la contratación de artistas hasta la resolución de conflictos; todo eso me dio mucha experiencia en los vínculos. Esa parte de mi experiencia me constituye. Y luego en 1997, la venta del Canal 9, la primera que se hizo en democracia, porque en 1973 el gobierno peronista le quitó el Canal a mi padre a punta de pistola y con apoyo de los sindicatos. No fue una estatización legal; fue de facto y luego se convirtió en legal. Desde hace tiempo, los argentinos tenemos un problema con la ley, parece que nos gusta transgredirla. Mi padre no arregló la indemnización con el gobierno y fue a un juicio de expropiación inversa, que a mí me encantó seguir porque ya estaba estudiando derecho y aprendí un montón con ese pleito.
-¿Él fue coleccionista de arte?
-Papá siempre tuvo una sensibilidad estética. A diferencia de mí, a él le gustaba coleccionar, era un acumulador de objetos y obras que compraba en sus viajes. Fue muy amigo de Raúl Soldi, que le hizo un famoso retrato en el que papá aparece como un malabarista. Mi madre fue su compañera toda la vida, muy ocupada de sus hijos, como marcaba la época. Mi padre era hiperactivo.
-¿Recibiste consejos suyos a la hora de dedicarte al arte?
-Cuando se vendió Canal 9, me fui a trabar al estudio de Carlos S. Odriozola, que era abogado de papá y había sido secretario de Justicia del gobierno de Raúl Alfonsín. En 2001, me harté y empecé a hacer talleres de arte aunque seguía trabajando en casa. Papá todavía estaba sano, era antes del alzhéimer; yo pintaba y él estaba encantado. Luego, cuando empezó la enfermedad, él pasaba mucho tiempo en su casa de la calle Cazadores, mirá qué casualidad, y yo iba a pasar mucho tiempo en esa casa, que tenía un jardín muy grande y un quincho. Él iba todos los días y yo pintaba. Convertí ese quincho en mi taller para estar más tiempo cerca de él, que leía o escuchaba música mientras yo pintaba. No llegué a regalarle obras mías; cuando él se enfermó, yo recién empezaba.
-¿Qué le aportó tu “cabeza de abogada” a la gestora artística?
-La gestión, sin duda, la manera de organizar y de ver el todo. También pienso que por mi formación y por cómo viví esa formación, valoro mucho la república. Me preocupa la situación actual: no recuerdo una época de tanta polarización en la Argentina. Por eso, es importante para mí la construcción en equipo y abrir el trabajo a gente que no piensa igual que yo. La variedad de colores, de tonalidades del pensamiento humano, construye mucho en uno y en el otro. Si el arte no va por ese camino, es complicado. La cultura de la cancelación, por ejemplo, me parece horrible y es gravísima entre los jóvenes. Es una locura; ¿cometiste un error y entonces tenés que retirarte de la vida social?
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