Ser es ser percibido. Casi nadie lo sabe mejor que los artistas, que suelen hacer hasta lo imposible para que su obra se conozca y difunda. Hubo varios que durante toda su vida intentaron ser difundidos y nunca lo lograron.
Un caso típico es de John Kennedy Toole, el autor de La conjura de los necios, que se suicidó al ver que ninguna editorial quería publicar su novela. Pero es rarísimo el caso de los que produjeron una obra genial y jamás siquiera intentaron mostrarla.
El caso paradigmático es el de Vivian Maier (1926-2009), una fotógrafa que trabajó siempre como niñera y que nadie reconoció como artista hasta unos años después de su muerte.
Conocemos la obra de Vivian Maier de casualidad. En 2007, John Maloof estaba escribiendo un libro sobre Chicago y, al buscar material documental en las subastas, encontró miles de fotos de Vivian Maier que compró por 380 dólares. Cuando se puso a estudiar el material descubrió que no le servía para su investigación pero que esas fotos eran demasiado buenas para desecharlas y decidió consultar a expertos en arte.
A partir de entonces (hace apenas siete años, pero ya es un clásico) la obra de Vivian Maier no ha dejado de deslumbrar a medio mundo, comparada con los fotorreportajes callejeros de Robert Frank o Diane Arbus. Vivian Maier produjo cien mil fotografías de escenas callejeras a lo largo de casi medio siglo (muchísimas de las cuales se conservaban inéditas en los rollos fotográficos, porque no tenía dinero para revelarlos) y nunca intentó mostrarle su trabajo a nadie.
Lo extraño no es que se haya descubierto un genio del arte que nadie admiró mientras vivió. Esa escena es habitual. Johannes Vermeer fue desconocido durante décadas y recién valorado siglos más tarde. Lo extraño del caso de Vivian Maier es que produjo una obra gigantesca (y casi toda genial) sin el menor interés en que esa obra fuera conocida ni por la gente que la rodeaba.
Es un caso único de un arte sin público. Si un azar positivo no hubiera permitido a Maloof acceder a ese archivo fotográfico y difundirlo, ¿quién habría sabido que Vivian Maier había tomado cien mil fotografías geniales durante 50 años?
Quizá el secreto esté en sus autorretratos. Vivian Maier se tomó cientos de autorretratos, pero ninguno de manera directa. En todos es un reflejo: se la ve en una vidriera en la que se mira, es una imagen en un espejo o se la percibe por su sombra.
Quizá Vivian Maier supuso que no era nadie. A diferencia de Roland Barthes o Susan Sontag, que pensaron que la fotografía registra el momento irrepetible que merece verse como eterno, ella creyó que registrar era una forma de olvidar mejor y produjo un arte de la disolución absoluta.
Ni Sid Vicious fue tan lejos en la estética punk.
El autor es crítico cultural.@rayovirtual
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