Virginia Woolf. Cómo ser una excéntrica en la vida y en la literatura
A 140 años de su nacimiento, la obra narrativa y ensayística de la escritora británica sigue inspirando a nuevas generaciones de artistas e intelectuales; en abril, se publicarán en el país dos nuevas compilaciones de sus textos
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Aristocrática e intelectual, sagaz y desafiante, pacifista y liberal, “esteta apocalíptica” (Harold Bloom) y “una de las inteligencias e imaginaciones más delicadas” (Jorge Luis Borges), Virginia Woolf (1882-1941) es uno de los iconos de la cultura occidental del siglo XX. Autora de una de las grandes novelas “sinfónicas” (Las olas), de la biografía de una persona cuya vida atraviesa tres siglos y cambia de sexo, amores e intereses (Orlando), creadora de personajes como Clarissa Dalloway, Lily Briscoe y Flush (el celoso cocker spaniel de los escritores Elizabeth y Robert Browning), de ensayos feministas y políticos, fue una de las renovadoras de la novela moderna, pionera en la reflexión sobre la condición de las mujeres en la sociedad, el arte y la literatura, y amante de la lectura. Hoy se cumplen 140 años de su nacimiento en el barrio londinense de Kensington, en el seno de una familia numerosa y de padres liberales (aunque las niñas debieron educarse en casa). Desde hace décadas, la vida y la obra de Woolf generan nuevas miradas y lecturas.
Desde mediados de la década de 1930, gracias a la escritora Victoria Ocampo y la revista Sur (donde se publicó en cuatro entregas Un cuarto propio, con traducción de Borges), su obra es muy apreciada en la Argentina. “Virginia Woolf decía que las palabras del diccionario viven en las personas, circulan por la calle y guardan ecos del pasado -dice a LA NACION la escritora y traductora Esther Cross-. Esta idea del lenguaje como algo vivo, disponible y cambiante atraviesa toda su obra. A partir de esa premisa, que hoy suena obvia y simple, cambió la manera de escribir y de leer. Releyó toda la tradición en ensayos escritos en tono informal, buscando ese hilo de vida del lenguaje, y en esa relectura surgieron escritores y sobre todo escritoras que habían quedado fuera de las enciclopedias. Fue una visionaria por muchas razones y esta es una: propuso una nueva versión del canon. Su pregunta por cómo viven las palabras en nuestra mente está en la base de todos sus libros. Y no solo de los libros que publicó en vida: en sus diarios tantea la traducción de la experiencia en palabras”.
De Fin de viaje a Entre actos, publicada poco después de su suicidio, y de El lector común a Tres guineas, Woolf consolidó una obra experimental y anticonformista en novelas, cuentos y ensayos. “Exploraba las relaciones entre libros -agrega Cross-. Decía que los libros descienden de libros y que en los cruces se generan especímenes inclasificables. Se detenía también en las relaciones del lector común con el libro y propuso una manera de leer confiando en la propia capacidad crítica. Creía que cada escritor inventa un orden distinto para que las palabras digan algo nuevo. Estaba convencida de que en los espacios de cualquier biblioteca pública o casera ‘se respira un aire de libertad’, y de que hay que aprender a entender la literatura para que nadie decida qué libro es bueno o es malo en lugar nuestro. Su manera de escribir y su manera de leer se parecen. Cada una de sus novelas es una apuesta. Cuando empecé a leerla y ahora, después de muchos años, lo que me sigue deslumbrando es eso”.
“Para la literatura anglófona, el siglo XX empezó en la década de 1920 con una revolución portentosa en los dos lados del Atlántico, Inglaterra y Estados Unidos”, dice la escritora y traductora Márgara Averbach, que leyó en simultáneo las obras de Woolf y James Joyce, después de dejarse cautivar por William Faulkner. “Ella escribe con una enorme valentía (construye algo de una novedad aterradora) y un gran interés por la delicadeza, un deseo de evitar los desbordes -señala la autora de Cuarto menguante-. Sus personajes son extremos, ella lo fue en su sufrimiento personal, y su escritura también, pero lo dice todo sin levantar la voz”. En su vida, Woolf padeció paranoia, pesadillas e insomnio, inestabilidad y alucinaciones (consignó que escuchaba a los pájaros cantar en griego). “Habla de las mujeres que la habitan con crueldad pero con una belleza que me hace pensar en el ballet -agrega Averbach-. Tal vez por eso me quedé con el desenfreno de Faulkner. Ella lo tiene también, pero su desenfreno es más difícil de descubrir. En la literatura, Woolf abrió la puerta que quería abrir: la del universo femenino de clase alta. Pero cuando la tuvo abierta, la hizo estallar con una novela como Orlando, en la que destruye la división binaria femenino/masculino. Es evidente que su obra, como las de Faulkner, Joyce, Beckett, Eliot, Langston Hughes, hizo amanecer al siglo XX. Después de esa explosión, todo fue posible. Y lo sigue siendo”.
La escritora María Teresa Andruetto comenzó a leer a Woolf en la década de 1980. “Me acerqué a su obra cuando empecé a interesarme por la escritura de mujeres y también por mi propia escritura -dice-. Todo eso viene ligado a la recuperación democrática en el país, a la maternidad naciente en la que yo estaba y a la apetencia por la escritura, casi diría que es el momento en que empiezo a escribir de otra manera. Ella es una referencia insoslayable y tal vez no tengo que decir nada nuevo de lo que puedan decir tantas amigas y escritoras. Ella en la escritura y Simone de Beauvoir en el pensamiento se convirtieron en referentes. Sus ensayos, su posición con respecto a la guerra, la relación con los escritores varones; la cuestión de ese ‘cuarto propio’, que nunca antes lo habíamos visto de esa manera, después se complejizó porque cuando una empieza a ver su condición social y a cotejar con la condición social de otros, o con la propia, las posiblidades se matizan mucho. Ella es inmensa, por supuesto, es una puerta, una ventana, una raja de luz que se abrió para todas nosotras, y que está ahí como horizonte”.
La autora de Extraño oficio destaca el aspecto etéreo de la escritora inglesa, que cautivó a artistas, diseñadores y cineastas a lo largo del tiempo. “Su aspecto, ese rostro que amaron los prerrafaelitas”, observa Andruetto. Este martes, en el Reino Unido se lanza The Fendi Set (Rizzoli) del fotógrafo Nikolai von Bismarck, el director creativo de Fendi, Kim Jones, y el profesor Mark Hussey. Se trata de una exploración fotográfica de los ambientes y atuendos del grupo de Bloomsbury que integró la autora de Noche y día junto con su esposo, Leonard Woolf; su hermana, la pintora Vanessa Bell, y el pintor Duncan Grant, y los escritores E. M. Forster y Lytton Strachey, entre otros. El volumen incluye fotografías de Von Bismarck con Christy Turlington, Demi Moore, Gwendoline Christie, Kate Moss y Naomi Campbell, entre otras celebridades, como modelos de los diseños de alta costura de Jones, y cartas, entradas de diarios y fragmentos de textos de los integrantes de Bloomsbury seleccionados y contextualizados por Hussey.
Anticipo de un “tratado de excentricología” de Virginia Woolf
En abril el sello Godot publicará dos nuevas compilaciones de escritos de Woolf: Los artistas y la política, con traducción, prólogo y notas de Ana María Álvarez, y Las excéntricas, con selección, prólogo, traducción y notas de Matías Battistón. “La marca de todo excéntrico auténtico es que nunca, ni por un momento, se le cruza por la cabeza ser un excéntrico -escribe Woolf en 1919-. Están persuadidos (¿y quién va a decirles que se equivocan?) de que son los otros los retorcidos, los raros, los decrépitos espiritualmente, mientras que ellos son los únicos que viven según dicta la naturaleza”. Ella misma estuvo atenta a su propia excentricidad, no solo en el canon de la literatura inglesa.
El exhaustivo trabajo de Battistón recupera de la obra woolfiana perfiles, anotaciones y artículos sobre un elenco de excéntricas que la escritora tenía previsto incluir en un libro que, finalmente, no concluyó. “Son textos a los que a veces separan décadas enteras, pero que están unidos por el hilo de una fascinación intensa, y por un estilo que siempre modera lo apologético con cierta distancia irónica, incluso alguna que otra dosis de perversidad”, observa el compilador y traductor. A continuación, ofrecemos cuatro fragmentos de Las excéntricas.
Margaret Cavendish. “Margaret tenía una veta salvaje, una pasión por el lujo, la extravagancia y la fama, que continuamente trastocaba el orden natural de las cosas. Cuando oyó decir que la reina, desde el principio de la guerra civil, tenía menos damas de honor que de costumbre, sintió ‘un gran deseo’ de convertirse en una de ellas. Su madre la dejó ir, actuando en contra de lo que opinaban los demás integrantes de la familia, quienes, conscientes de que ella nunca había dejado su hogar y casi nunca se había alejado de su vista, creían con razón que podía llegar a comportarse de un modo desafortunado en la Corte. ‘Y efectivamente así fue -confiesa Margaret-, pues era tan tímida cuando no estaba cerca de mi madre, mis hermanos y mis hermanas que apenas me atrevía a levantar la mirada, o a hablar, o a mostrarme sociable en lo más mínimo, hasta tal punto que se creía que yo era tonta por naturaleza’. Los cortesanos se reían de ella; y ella contraatacó de la manera obvia. La gente la criticaba; los hombres estaban celosos de que una mujer tuviera cerebro; las mujeres veían con sospecha que alguien de su propio sexo hiciera gala de su intelecto; ¿y qué otra dama, bien podía preguntar ella, reflexionaba en sus paseos sobre la naturaleza de la materia o se preguntaba si los caracoles tenían dientes?”
Julia Margaret Cameron. “Mrs. Cameron era extremadamente franca. Podía ser muy despótica. ‘Si alguna vez llegaras a caer en la tentación -decía una pariente-, quiero que te arrodilles y pienses en la tía Julia’. Era ácida y cándida al hablar. Persiguió a Tennyson hasta su torre, vociferando: ‘¡Cobarde! ¡Cobarde!’, y así lo obligó a vacunarse. Tenía sus odios además de sus amores, y alternaba en humor ‘entre el cielo y el infierno’. Había invitados que se ponían nerviosos ante su presencia, por lo extraña y desfachatada que era su manera de conversar, mientras que la variedad y la excelencia de las personas que ella coleccionaba a su alrededor llevó a cierta ‘pobre Miss Stephen’ a lamentarse: ‘¿Acaso no hay nadie común y corriente?’, mientras veía cómo los cuatro muchachos de Jowett bebían brandy y agua, Tennyson recitaba ‘Maud’, y Mr. Cameron se paseaba por el jardín con un sombrero en forma de cono, un velo y varios abrigos, atuendo que su esposa, en un arranque de entusiasmo, había creado la noche anterior”.
Ethel Smyth. “Ethel ayer, en estado de asombro ante su propia genialidad. ‘No me puedo imaginar de dónde salí', dice, poniéndose mi sombrero, y pidiéndome que observe lo pequeño que parece, como una cáscara de nuez, encima de su frente gigantesca”.
Edith Sitwell. “Edith es una vieja solterona. Nunca se me había cruzado por la cabeza. Pensé que era severa, implacable y tremenda, que se veía a sí misma con rigidez. Para nada. Es, supongo, un poco quisquillosa, muy amable, de modales impecables, ¡y me recuerda un poco a Emphie Case! Es vieja también, tiene casi mi edad, y tímida, y apreciativa y sencilla y pobre, y más que admirarla o verme intimidada sentí que me caía bien. De todas formas, sí admiro su obra y no digo eso de casi nadie: tiene oído, no una escoba en la oreja; cierta vena satírica, y cierta belleza también. ¡Cómo exageramos las figuras públicas! ¡Cómo nos imaginamos a alguien inmune a nuestros propios placeres y defectos!”.
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