Vik Muniz: "Soy un Robin Hood del arte"
Se crió en una favela y hoy sus obras se cotizan en cientos de miles de dólares; fotógrafo consagrado en la arena internacional, patentó un método de registro que lo vuelve único. Por primera vez llega a la Argentina una muestra de este paulista-carioca universal que se verá en la sede del Muntref en Puerto Madero, a partir del 21 de mayo
RIO DE JANERIO.- Como sucede con su ambigua obra, nada acerca de Vik Muniz es lo que parece a simple vista.
"Perro feroz", advierte un cartel sobre la entrada de su atelier en el barrio carioca de Gávea, pero cuando se abre el portón el temido can no está por ningún lado -no existe- y el propio artista -cuyo nombre real es Vicente José de Oliveira Muniz- da la bienvenida con una cálida sonrisa mientras comparte bromas con unos obreros que trabajan en la calle.
Su documento asegura que tiene 53 años, pero la vitalidad que irradia lo hace parecer una década más joven. Bronceado, con barba de un par de días, descalzo y vistiendo unos jeans gastados con una remera azul petróleo, cualquiera pensaría que lleva a la perfección el look del "garoto do Rio" distendido? aunque en realidad es paulista. Quien escuche la naturalidad con la que menciona los cientos de miles de dólares que han alcanzado sus fotografías en las subastas nunca sospecharía que creció pobre en una favela.
En una primera impresión, sus ojos se ven verdes, pero mientras habla y gesticula, la luz los vuelve por momentos azules, por momentos grises. Podría creerse que su personalidad relajada responde a su actividad bohemia pero, una vez en el estudio, se revela como un profesional minucioso que comanda con confianza a un ejército de asistentes tanto en Río como en Nueva York, mientras sigue al pie de la letra el calendario escrito sobre una pizarra. En las próximas semanas viajará a Moscú, Hong Kong, París, Miami? y Buenos Aires.
Sí, finalmente, Vik Muniz, uno de los artistas contemporáneos brasileños más destacados del mundo, reconocido por sus collages de materiales inusitados -azúcar, fideos, basura, chocolate, juguetes, mermelada, diamantes-, que recrean legendarias imágenes, expondrá en la Argentina. Será a partir del 21 de mayo en el Centro de Arte Contemporáneo del Museo de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Muntref), con una amplia retrospectiva sobre sus casi tres décadas de carrera.
Al propio Muniz, que tiene obras en las colecciones de los museos Metropolitano, Guggenheim y MoMA de Nueva York, en la Tate Gallery de Londres, en el Centro Pompidou de París y en el Museo de Arte Contemporáneo de Tokio, aún le cuesta creer que haya tardado tanto tiempo en presentarse en Buenos Aires, ciudad que le encanta, y que cada vez que visita le recuerda a uno de sus escritores favoritos: Jorge Luis Borges.
"¿La gente me conocerá allá? -duda durante una larga entrevista con adncultura-.Tengo mucho contacto con argentinos relacionados con el mundo de las artes, coleccionistas y artistas, pero no tengo experiencia con el público allá. ¡Nunca expuse en Buenos Aires!"
Muniz asegura que no tiene expectativas sobre la cantidad de público que concurrirá a la muestra, pero sí le encantaría que acuda una gran variedad de personas, tanto conocedores de arte como gente que no está acostumbrada a visitar museos. "Eso es lo que más me interesa, llegar a un público bien diverso. Cada vez que voy a Buenos Aires, me encuentro con tantas personas que estudiaron arquitectura o psicología que siempre puedo tener conversaciones fantásticas con los porteños. Así que estoy seguro de que allí habrá gente así que irá a ver la exposición. Pero me interesa también que la vean personas que no tienen normalmente una relación con el arte, como mis padres, que la primera vez que visitaron un espacio artístico fue para ver una exposición mía. A ellos les debo que mis obras puedan ser accesibles para un público más amplio", explica.
Nacido en 1961, Muniz creció en la periferia trabajadora de San Pablo, más exactamente en la favela de Jardim Panamericano. Inquieto, se interesó primero por la publicidad, luego por el teatro y la escenografía, más tarde por la literatura y la filosofía; fue escultor antes de dedicarse de lleno a fotografiar sus propias obras, que tienen elementos de collage y de instalaciones. De chico no soñaba con ser artista, pero la oportunidad le llegó de golpe: tenía veintidós años cuando, al intentar poner fin a una pelea callejera, recibió por accidente un balazo en una pierna. Para evitar una denuncia, el agresor le pagó una suma de dinero con la que él decidió comprarse un pasaje de avión y volar a explorar Nueva York.
La exploración se demoró treinta años. Quedó fascinado con los museos de la Gran Manzana y fue entonces cuando empezó a meterse en el mundo del arte, dando sus primeros pasos como escultor minimalista mientras trabajaba en una tienda de marcos para cuadros. Allí, radicado en Brooklyn, vivió con sus dos primeras esposas -ambas artistas-, madres de sus hijos Gaspar y Mina. Ahora, mudado a Río desde hace un par de años, está casado con la empresaria de marketing Malu Barreto, con quien tuvo a su hija más pequeña, Dora.
No fue sino hasta 1996 cuando Muniz descubrió una fórmula que le cambiaría su carrera y su vida. Que le abriría las puertas de los principales museos y colecciones del mundo, le permitiría dirigir un documental sobre fútbol (This Is Not a Ball, 2014) y tener unos cien mil seguidores en su cuenta de Instagram; le traería acuerdos artísticos con grandes marcas internacionales como Coca-Cola, Louis Vuitton o L'Oreal, y lo llevaría a emprender proyectos sui generis como idear la apertura de una telenovela de la cadena O'Globo (Passione), o ser invitado a realizar un mural para una estación del subway neoyorquino.
Durante un viaje de vacaciones al archipiélago caribeño de San Cristóbal y Nieves, entró en contacto con niños locales, hijos de trabajadores en las plantaciones de caña de azúcar, que junto con el turismo son la principal fuente de riqueza de las islas, donde estos chicos humildes están prácticamente condenados a trabajar. Tomó fotos de los pequeños y al volver a Nueva York imprimió esos retratos en papel negro, los espolvoreó con azúcar para resaltar las imágenes y los volvió a fotografiar. El resultado fue la serie Niños de azúcar, una de las obras más famosas de Muniz, que no sólo se destaca por su belleza sino también por su originalidad y mensaje social.
"No creo en el arte que se origina en una idea o un mensaje político que luego se vuelve arte. Pensar en hacer arte para defender a los oprimidos, eso no es hacer arte, es hacer política. Si en el camino de hacer arte, de buscar concretar una idea artística, se puede transmitir un mensaje político, eso es otra cosa", aclara.
"Me gusta que en mis obras el espectador entienda el proceso de cómo fueron hechas, eso le permite entrar en una relación temporal. Se piensa en las imágenes como algo instantáneo, inmediato, pero la imagen que te inspira a imaginar cómo fue hecha te lleva a pensar en el proceso a través del cual fue realizada. Y eso ya te da la posibilidad de pensar en otras cosas, en la intención de la imagen, y hasta en conclusiones filosóficas sobre lo que se está viendo. Pero eso es algo muy personal. Detesto el arte que le dice a la gente qué es lo que está viendo, qué es lo que tiene que pensar. Para mí, el artista crea situaciones, algunas más personales, otras con un significado más universal, pero de cualquier modo crea una relación entre la obra y el espectador. Quiero que los espectadores tengan con mi obra relaciones intensas, complejas, profundas. Pero cada uno viene con un conjunto de experiencias personales, de ideas, de prejuicios? todo eso hace que la relación entre el espectador y la obra sea un producto único, personal, y eso es lo más bonito", se explaya.
A Niños de azúcar le siguieron otras series similares con materiales muy distintos: las fotos clásicas de estrellas de cine realizadas con diamantes (Elizabeth Taylor, Grace Kelly, Brigitte Bardot, Sophia Loren, Monica Vitti); las imágenes icónicas del Che Guevara, Marilyn Monroe, Sigmund Freud, Jackson Pollock, la Mona Lisa de Leonardo da Vinci, la Medusa de Caravaggio, o Drácula y Frankenstein, reproducidas en mermelada, salsa de chocolate, porotos, caviar, fideos y manteca de maní; las copias de grandes obras de la historia del arte hechas con desperdicios y con recolectores de basura como modelos; o las piezas más recientes de las series Postales de ninguna parte y Álbum, en las que armó collages con viejas postales y fotos familiares, y Colonias, en la que colaboró con científicos para diseñar estampas con bacterias y células infectadas por virus.
La producción de la serie sobre la basura dio lugar al documental Waste Land (2010), de la británica Lucy Walker, que estuvo nominado al Oscar, y siguió la selección de los protagonistas de las obras de Muniz en el gigantesco basurero Jardim Gramacho, en Río de Janeiro. El artista terminó ayudando a los recolectores a formar su propia cooperativa para abrirse nuevas oportunidades. Hoy, ese mismo compromiso social está volcado de lleno en la próxima apertura de la Escuela Vidigal, en la favela carioca homónima, muy cerca de la casa de Muniz. A través de alianzas con empresas que financiarán el proyecto, pretende crear allí una "Bauhaus para niños", donde los chicos carenciados de la comunidad puedan aprender sobre artes visuales y tecnología.
-Es curioso que, pese a sus orígenes y su constante compromiso con personas de bajos recursos para ayudarlos a salir adelante, en Brasil se lo critica mucho por su sobreexposición, por aparecer en fiestas con celebridades, codearse con ricos y famosos a los que hace retratos; se lo ha apodado incluso "VIP Muniz"?
-Los críticos de arte decían lo mismo de los retratos que hacía Andy Warhol? ¿Sobreexposición? Estamos en el siglo XXI, es lógico que quien se dedique al mundo de las imágenes tenga su imagen expandida por todos lados. Los que dicen esas cosas son los mismos que se quejan porque la gente no va a los museos pero que buscan todo el tiempo hacer del arte contemporáneo una industria de nicho, que crea productos para que sólo algunas pocas personas puedan comprar. Los publicitarios, que se manejan en un mundo con mucho dinero, se lo pasan robando ideas de los artistas contemporáneos, que suelen tener poca plata; pero yo me considero un artista que roba ideas de la publicidad. Soy una suerte de Robin Hood del arte. Hay buenas ideas en el mundo de la publicidad que los artistas, por prejuicio, ignoran, pero a mí me parecen muy válidas. El artista contemporáneo tiene que colocarse en un universo de medios más amplio que el del mundo del arte, que es una elite privilegiada. Mi gran guía en la exploración de los medios y el mensaje es Marshall McLuhan, aunque también vuelvo una y otra vez a gente como Paul Rand y Andy Warhol, que trabajaron también sobre el poder de las imágenes. A mí me interesa el arte material; claro, básicamente lo que hago son objetos, pero también me interesa que mis imágenes tengan trascendencia más allá de lo material, que establezcan una relación entre la obra y la sensibilidad de las personas.
-¿Qué contestaría a quienes creen que su arte es sin embargo muy comercial, que lo acusan de populista?
-Es fácil decir eso porque lidio con cosas muy básicas que le llegan a todo el mundo. Podría intentar hacer obras raras teniendo en cuenta ideas filosóficas; de hecho, fue algo que hice cuando era más joven, para tratar de impresionar. Pero cuanto más maduré, más interesante me fue pareciendo la idea de un arte accesible a cualquier persona, aunque todavía consiga llevar al espectador a un proceso de interactividad con la obra. Me gusta que mis obras atraigan tanto al director del museo donde están expuestas como al tipo que limpia las salas. Soy un profesional y puedo hacer que una persona que sabe de arte se interese en el proceso que llevó a la obra que tiene enfrente, lo puedo hacer relacionarse con la obra tal vez verbalmente, explicándole mis intenciones al crearla. Pero me parece más difícil relacionar al espectador espontáneo, que está muy alejado de la corriente elitista que rodea al arte contemporáneo, que es gente que se cree que está en la cima del entendimiento del mundo actual. Para mí, estar ahí arriba significa tener conciencia de todo lo que está debajo, de la pirámide entera. Yo me siento un gran privilegiado porque creo tener cierto entendimiento de cómo es el resto de la pirámide.
-¿Por sus orígenes humildes?
-Tiene que ver con mis orígenes, pero también con la manera en que interactúo con todas las estructuras. La gente puede pensar lo que quiera, pero me parece que hay quienes juzgan el trabajo a través de argumentos muy primitivos: dicen que trabajo con imágenes populares para que se vendan más fácilmente. Me interesa trabajar con elementos del universo cotidiano, los que estamos acostumbrados a ver tanto desde un punto de vista iconográfico como material, para explorar a partir de ellos nuevas experiencias.
-Junto con Adriana Varejão, Beatriz Milhazes y Ernesto Neto, usted conforma el cuarteto de principales figuras del arte contemporáneo brasileño. ¿Qué cree que hace único al arte brasileño hoy?
-Todos nosotros pertenecemos a una generación de artistas que se consolidó gracias a Marcantonio Vilaça (1962-2000), coleccionista ecléctico y galerista que proyectó nuestra obra en el exterior a través de las ferias. Él creó un diálogo muy fluido entre los artistas contemporáneos brasileños y el mundo allá afuera. Pero yo no me siento un artista brasileño como Adriana, Beatriz o Ernesto, que vienen de una tradición cultural muy rica del arte brasileño, con raíces en Tarsila do Amaral, Hélio Oiticica, Lygia Clark, y una formación en la Escuela de Artes Visuales del Parque Lage. Yo no tengo nada de eso, por eso soy muy raro también para la crítica local. Acostumbro decir que a mí me influenciaron más la televisión y los medios de los años sesenta, que retrataban lo que sucedía en el mundo, que el arte brasileño.
-¿Cuáles son sus influencias artísticas más importantes?
-Por un lado, el arte pop, el movimiento Arte Povera, el minimalismo, el foto-realismo de Chuck Close y la obra de Joseph Beuys; por otro lado, mucha cultura visual comercial, la publicidad, la cinematografía, todo lo multimediático, hasta los samplings de la música electrónica. Pero volviendo a la anterior pregunta, soy brasileño, y me tocó vivir aquí durante la dictadura, una época en la que la gente no podía decir exactamente lo que quería, y cuando decía algo tenía que pensar cómo lo decía; ese contexto del régimen militar formó individuos muy buenos en metáforas y también muy cínicos. Ese ambiente me terminó influenciando mucho; no como a otra gente que tenía casi una obligación marxista de lucha, pero me influenció. Yo siempre tenía vergüenza de ser pobre y que no me gustara el comunismo; me parecen unos ideales muy lindos, una filosofía muy interesante, pero su implementación me parecía algo absurdo; más que como política lo veía como poesía. Soy un tipo más pragmático, y no le tengo pavor a la gente rica que se junta a beber champán, es parte de la vida, de las distintas experiencias que hay. Igual que las materias primas que uso para mis trabajos, el azúcar, el papel de diario, la basura, los diamantes... Me gusta experimentar con todo, relacionarme con todo tipo de gente, y el arte es mi herramienta para poder acceder a estos tipos de experiencias, para generar memoria de esas experiencias, y para tener una conciencia amplia de la vida. En ese sentido, soy un artista ambicioso.
Vik Muniz en Buenos Aires
- Visitas guiadas. Sábados y domingos a las 17.
- Talleres de collage y fotografía para chicos. Sábados y domingos a las 15.
- Talleres de collage con artistas (días y horarios a definir). Eduardo Stupía, Rosana Schoijett y Gabriela Di Giuseppe.
- Proyección de la película Waste Land. Enfocada en el trabajo de Vik Muniz en Jardim Gramacho, uno de los mayores vertederos de basura del mundo. Sábados a las 15.
Informes:
muntrefcac@untref.edu.ar
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