Vidas desencontradas
La soledad de los números primos
Por Paolo Giordano
La diferencia esencial entre los seres sanos y los insanos reside en que, si bien todos pueden hacer daño, sólo los segundos se sienten irremediablemente culpables. La historia de La soledad de los números primos , del italiano Paolo Giordano (Turín, 1982), novela que obtuvo el prestigioso premio Strega en 2008, es la de dos jóvenes que parecen destinados al desencuentro y que permanecen rígidamente anclados en un hecho traumático de la infancia.
Alice, la protagonista femenina, era obligada por su padre omnipresente y sobreprotector a entrenarse de manera competitiva en las pistas de esquí. Una tarde de niebla, decide extraviarse en medio de la montaña y, tras un grave accidente, pierde para siempre la movilidad de una pierna. A partir de ese instante toda su vida se paraliza, y la relación con sus padres crece bajo el signo del resentimiento y del rechazo. El autodesprecio es la cifra de su personalidad. Alice custodia con recelo el secreto de su anorexia y aspira a pasar cada vez más inadvertida.
Por su parte, Mattia, el otro protagonista de la novela, es invitado a una fiesta de cumpleaños, pero se avergüenza de su hermana gemela, retrasada mental. Ese día, Mattia no quiere que esté con él: sale de casa con la hermana hacia la fiesta y, en el medio del parque, le pide que lo espere. Cuando regrese, ella ya no estará, como si se la hubiera tragado la tierra. Mattia también fija su vida en ese momento. Todo cuanto haga o piense de allí en adelante (con su permanente tendencia al autocastigo físico y al remordimiento) será en función de esa ausencia.
La novela va acercando a ambos personajes en una tensión creciente que se desencadena en las últimas páginas. La soledad de los números primos es la imagen metafórica que urde Mattia, excelente matemático, y de la que se apropia el narrador para aludir a la imposibilidad de tocarse, ínsita en algunos seres paradójicamente cercanos. Porque, como ciertos números primos (el 11 y el 13, el 17 y el 19, el 41 y el 43, etc.), parecen estar siempre a punto de encontrarse. Esa imagen describe el silencio y la soledad que en la novela funcionan como motores primarios -heredados, impuestos, nunca elegidos- de estas vidas.
La narración de Giordano aborda el lado más oscuro de la personalidad de sus criaturas, y la forma de representar a dos jóvenes enajenados, que una sociedad egoísta repudia, es sin duda meritoria. A pesar de estas virtudes, la trama presenta por momentos un esquema demasiado rígido: los personajes principales permanecen inmóviles, fieles a sí mismos a lo largo de casi toda la novela, mientras que los secundarios, en cambio, evolucionan contagiados por la tristeza de los primeros. Por momentos, el relato recuerda una fotografía -una bella, melancólica, cuidada fotografía de tintes ocres- que intenta evocar la forma en que la conducta de ciertas personas se cristaliza en un comportamiento iterativo, en espiral, que termina por crear una identidad que aprisiona.