Victoria Ocampo por el mundo
La autora de Testimonios deleitaba a sus familiares con las cartas que les enviaba durante sus viajes. Ejemplos de ese epistolario se encuentran en esta nota, que narra una gira de 1946. En esos comentarios desfilan desde Graham Green hasta la mismísima reina de Inglaterra. Además, se ofrecen dos fragmentos de la nueva versión de Victoria Ocampo (Seix Barral), biografía escrita por María Esther Vázquez, que también registra la pasión viajera de la escritora argentina
Antes de un año de terminada la Segunda Guerra Mundial, en marzo de 1946, Victoria Ocampo, acompañada en la primera etapa por María Rosa y Samuel Oliver, emprendió un viaje que la llevó primero a los Estados Unidos y luego a Gran Bretaña y Francia. Desde el avión y en los descansos de las obligadas escalas de un itinerario que se prolongó a lo largo de tres días, durante el viaje a Nueva York inició una correspondencia que habría de convertirse en un verdadero diario de viaje. Sus corresponsales eran sus hermanas Angélica y Pancha. A ellas les pidió, desde el principio, que conservasen esas cartas y se las devolvieran, pues serían para ella un verdadero pro memoria. De lo que V. O. fue contando en esos textos, escritos por lo general al terminar sus ajetreadas jornadas, habrían de surgir con el tiempo varios de sus notables testimonios. Nueva York, Londres, París, Nuremberg, París, Londres, Nueva York diseñan aquel itinerario de posguerra. Es un arco que va desde marzo hasta diciembre de ese año de 1946.
Victoria Ocampo, como los rusos tolstoinianos, era bilingüe, y en estas cartas es trilingüe. La coloquial conversación cotidiana con sus hermanas -lenguaje familiar, donde el habla media culta porteña, de arraigo criollo, alterna con el francés y el inglés incorporados desde la infancia- le permite decir todo con natural espontaneidad y lo escrito mantiene siempre el talante de lo hablado. Deja correr la pluma, sin detenerse a revisar o corregir lo que ha escrito.
En Nueva York asiste a los comienzos de lo que fueron las Naciones Unidas, como habrá de presenciar luego en París los principios de la Unesco, ubicada entonces en el que fue el hotel Majestic de su juventud. Testigo admirable, con prosa directa y vital, relata lo que iba haciéndose ya historia.
Luego contará con auténtico humor las peripecias de la travesía en el Queen Mary , transatlántico que hasta poco antes había funcionado, transformado por las circunstancias, como transporte de guerra.
Victoria pasará en Londres los meses de abril, mayo y junio y parte del mes de noviembre.
El encuentro primero con Londres semidestruida la estremece. Afirma que la ciudad es el fantasma de lo que fue. "Qué oscuridad, qué tristeza, qué pobreza...", escribe. Le cuesta descubrir el eco de lo que antes conoció: "Hitler ha deshecho lo que era Gran Bretaña. Así lo he entendido en el primer impacto, ciegamente. Qué tristeza en todo esto. Hitler ha acabado con sus vencedores. Qué melancolía y dolor".
Añora lo perdido durante la guerra y al mismo tiempo se dice a sí misma: "¿Qué es la nostalgia de los recuerdos frente a los cráteres que han dejado las bombas?" Manzanas enteras sin rastros de casas son la huella de lo sucedido.
Siempre vital, participa con entusiasmo nuevo del renacer del mundo civilizado, que se recupera a sí mismo. Admira la tenacidad y el esfuerzo de quienes fueron capaces de resistir, soportar y sobrevivir; de retomar y continuar sus tareas, sus responsabilidades ("Las gentes que han resistido lo que estos han resistido son realmente fenomenales").
Previsora, teniendo noticia de lo que significaba el riguroso racionamiento, acarreó en su equipaje, desde Nueva York, latas de conservas, chocolate, café, azúcar, jabones. Todo eso lo irá repartiendo entre amigos y conocidos, que van desde Vita Sackville-West hasta las mucamas del hotel. Advierte que los Nicholson (Vita, Harold, el marido y el hijo mayor), "estaban vestidos con la misma ropa de 1939". Comprueba que la edición cotidiana de los diarios es de una o dos hojas. La escasez y la austeridad impuestas por el racionamiento son aceptadas y asumidas por todos. Puede afirmar, como un testimonio, que no existe el mercado negro.
Repite una y otra vez: "Empiezo a acostumbrarme a este Londres de aprés-guerre ", "Me voy acostumbrando a Londres", "Hay que olvidarse del Londres de antes para ponerse al diapasón con éste".
Cuando oye los distintos relatos de lo sucedido durante la guerra se dice a sí misma que no puede quejarse de las incomodidades y privaciones momentáneas que debe afrontar. Y dirá también: "El mundo busca desesperadamente una verdad moral a que aferrarse".
El interés por las personas la apasiona. Frecuenta a los amigos de T. E. Lawrence. Conoce a los hermanos y a la madre. Con Warren, hermano de T. E., "de una fealdad encantadora", entablará verdadera amistad. Confirma él la interpretación que V. O. hace de la obra de su hermano. Conversan sobre el contenido de El troquel , y hay entre ambos un intercambio real. Dice Victoria: "pude hablar de T. E.", y eso la colma de satisfacción. Se encuentra con Julian Huxley. En casa de la duquesa de Westminster encuentra a los Sitwell. A Edith Sitwell le habla de la poesía y los cuentos de Silvina Ocampo. Se ocupa de dar a conocer la obra de Silvina y de Adolfo Bioy Casares, como también la de otros escritores argentinos, a directores de revistas literarias y a editores. Rastrea los últimos días de Virginia Woolf. Ve a quienes están vinculados a la redacción y al grupo de Horizon , revista literaria similar a Sur. El British Council, que organiza parte de su estada, la lleva a Oxford y Cambridge para que se encuentre con jóvenes estudiantes "de español" y les hable de escritores iberoamericanos y argentinos. Habla sobre Gabriela Mistral, sobre Alfonso Reyes. El veinte de mayo da una conferencia en Cambridge, siempre para estudiantes: "Hablé de Borges más que de Mallea", cuenta. La invitan a hablar sobre los mismo temas por la BBC.
Asiste a una lectura de textos poéticos de Eliot, Mac Neice, Edith Sitwell, Dylan Thomas, Day-Lewis. Esa lectura, a cargo de John Gielgud y Flora Robson, "que tiene una voz preciosa y dice muy bien los versos", la preside la reina, a quien acompañan sus dos hijas. "En el entreacto [la reina y ambas princesas] fueron a conversar con los poetas y los actores." Proyecta viajes de Eliot, Spender y Graham Green a Buenos Aires. Graham Greene, quien después del segundo encuentro le parece "mucho mejor que la primera vez que lo vi", podría viajar en 1948. E. M. Forster es "mucho más simpático que sus libros". Junto con lady Astor visita a G. B. Shaw, cuyos pantalones de golf "dejan ver la flacura senil de las piernas". Las preguntas de lady Astor, para suscitar, según ella, respuestas ingeniosas , incomodan a V. O., que prefiere que el escritor hable de lo que él quiera.
Frecuenta toda clase de personas. Dialoga con escritores o con ocasionales vecinos del banco en que se sienta en el parque de Saint James. Oye las peroratas improvisadas por oradores políticos o religiosos no lejos del Marble Arch. Va al teatro a ver a Vivian Leigh, a quien encuentra gentil y agradable de ver, pero se va antes del último acto, porque la obra le parece vacua. El mundo de los elegantes la aburre. Prefiere ver los jardines y los árboles de las grandes casas y no tener que soportar las conversaciones frívolas. Dirá, a propósito de los corrillos mundanos que se forman en el hotel donde vive: "Me revienta el hall del Claridge´s". La exaspera la conversación en torno a la mesa de una embajada. Y no la impresionan algunos comensales pertenecientes a casas reales, ya sin reino, "destronados pero no tronados, que detentan otro poder: el dinero cuenta mucho en estos círculos". Dentro de los centenarios muros de Cambridge la asombran los estudios de avanzada que se están haciendo sobre el átomo. Y el catorce de junio escribe a Angélica y Pancha un relato breve de su visita a Buckingham Palace: "Llegué sola allí a las doce y cuarto. Entré por la puerta de la extrema derecha. Al pasar por la puerta el soldado preguntó si era for the queen y nada más. Ni miraron quién iba en el auto, ni si llevaba bombas. Esto sí que es la maravilla de Inglaterra".
Describe los corredores alfombrados de rojo, con vistas sobre el jardín. Cuenta quién la recibe y la acompaña pocos minutos después hasta la sala, con ventanas sobre el "maravilloso parque", donde la recibirá la reina. "El cuarto estaba lleno de flores y con olor a limpio (no hubiera faltado más, también). La reina estaba vestida con un traje celeste pastel color de esos huevitos celestes (que no sé de qué pájaro muy común son) que se encuentran en nuestro campo. Tenía una piel marrón sobre cada hombro (¿se escribe con h?). Enseguida me tendió la mano con su sonrisa de siempre (¡la de los films, los desfiles, y los bombardeos, pobre!) y empezamos a hablar sin incomodidad de ninguna especie. Me pareció verdaderamente simpática, sin ninguna afectación, y muy al corriente de libros. Para una reina, me parece muy inteligente (¡claro que ha habido grandes reinas! quiero decir para un figurón) y muy atrayente por su gran simplicidad".
Hablaron de Nuremberg, de Inglaterra, del comportamiento de los ingleses durante la guerra, de la traducción de los libros, de las afinidades que hay o no hay entre los pueblos. Señala V. O. que en ningún momento se produjo ningún silencio incómodo y añade un pormenor que capta el ojo acostumbrado a establecer la calidad de lo que ve: "Los collares que usa son lo más grande y lo más perfecto que he visto en perlas".
Concluirá diciendo: "Todo el tiempo de mi visita con la Reina estuve sola con ella. Era una visita privada, de esas que no salen en los diarios. Mi impresión es muy buena. Con razón no les pasa a estos reyes lo que a otros."
En el desfile coral de las diferentes personas que atraviesan la cartas de V. O., la reina Isabel, mujer de Jorge VI, es una figura más de la apretada concatenación que ella cuenta y describe para decir su visión de Inglaterra. Y en las breves frases que le dedica está también presente aquel irrenunciable juicio ético de V. O. , del que alguna vez habló Roger Caillois.
Los fragmentos transcriptos forman parte de un conjunto de cerca de ochentas cartas, cuya depositaria es la Fundación Sur, creada por Victoria Ocampo en 1963. La importancia de esta correspondencia va más allá de los alcances literarios de un conjunto de textos inéditos. Se prepara una edición crítica que permitirá, además, tanto al lector medio como al estudioso, encontrar la voz, el modo, el estilo criollo y universal de alguien que encarnó una época de la cultura argentina.
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