Víctor Chab: adiós a un gran artista surrealista
Entre el automatismo y las figuras zoomorfas, sus pinturas, dibujos y collages fueron expresión genuina de una interioridad libre; nacido en Buenos Aires, falleció a los 94 años
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El mundo ha perdido anoche a un pintor capaz de interpretar y dar forma a lo maravilloso. Víctor Chab, artista cabal, nacido en Buenos Aires y con más de ochenta años entregados devotamente al ejercicio de la pintura, el dibujo y el collage, partió a sumergirse en los ensueños y formas que poblaron su mente. El arte argentino pierde a uno de sus máximos referentes del surrealismo. Lo despide la comunidad artística, amigos y familiares, en su muro de Facebook, donde anoche su hijo Alejandro comunicó la noticia: “Con sumo pesar informo que a las 23.05 ha fallecido Víctor Chab”.
Tenía 94 años y hacía un tiempo que no empuñaba los pinceles porque las cataratas le cubrían los ojos como un velo. Ya había dejado su histórica casa de Lavalle y Mario Bravo. Su hijo planeaba abrir una galería con su nombre. Su última celebración fue en 2018, cuando recibió el Premio a la Trayectoria en la Casa de la Cultura de la ciudad de manos de la gestora Claudia Koen, gestora fiel, quien organizó varias de sus últimas muestras.
En un comienzo, fue la geometría mágica. Luego, sus lienzos se poblaron con animales míticos hasta llegar a la depuración de la imagen. Aldo Pellegrini, crítico, destacaba que Chab avanzaba en profundidad con sus fondos negros para representar el vacío absoluto, donde las formas aparecían como productoras de luz. “Ese mundo ideal se presenta como opuesto al mundo de la sordidez que invade la vida cotidiana”, escribía.
Era fanático de Bach (“es Chab al revés”, señalaba siempre el artista), y cantaba en coros de aficionados. “Hay algo en la sonoridad, en sus combinaciones geniales, que me da pautas pictóricas. No lo puedo explicar, pero tengo la sensación de que Bach fue mi maestro de pintura”, decía. La música, con los años, le llegaba cada vez de más lejos. Trabajaba en su obra todas las tardes. Las mañanas eran para leer y escuchar música. “Me mueve una necesidad de expresarme, de liberar contenidos inconscientes. Me inspiro en el trabajo mismo, en las primeras manchas sobre la tela –decía en 2013– Las obras no parten de una idea previa, sino que toman forma a medida en que las hago. Tampoco importan los materiales, sino lo que se hace con ellos”.
Había nacido el 6 de septiembre de 1930, hijo de una humilde familia judía oriunda de Damasco. A los trece años, todavía con pantalones cortos, recién terminada la escuela primaria, Chab ya había definido su vocación por la pintura. Autodidacta, asistió a talleres como los de Cecilia Marcovich y Demetrio Urruchúa, y luego ingresó en taller libre Mutual de Estudiantes y Egresados de Bellas Artes (MEEBA) donde ejercitó el oficio. En 1947, obtuvo el Segundo Premio del XXVI Salón Anual de MEEBA, por la obra Manzana sobre mesa. Eso no impidió que el joven Chab quemara en el patio de su casa, en Villa Urquiza, todos los trabajos realizados en los años anteriores a su primera exposición individual, que fue en 1952 en la galería Plástica de la ciudad de Buenos Aires, inicio de una larga trayectoria.
Aprendió francés para leer de primera mano a los grandes surrealistas, como André Breton y Louis Aragon. En la Argentina, se puso en contacto con Battle Planas y su grupo de alumnos, entre los que estaba Roberto Aizenberg y quien sería su mejor amigo, Juan Andralis. En el momento de preparar su primera muestra estaba cumpliendo con el servicio militar en Tandil, encontró tintas y comenzó a experimentar con ellas. Nunca más las dejó: la ductilidad de la tinta le resultaba un medio ideal para el fluir de la conciencia, para ese automatismo que ponía en pausa a la razón.
“Mi pintura es automática, trabajo sin una idea preconcebida. La obra se va creando a sí misma a medida que la voy elaborando. Me siento atraído por esta libertad para crear mis propias formas”, explicaba a la prensa, cuando se reunieron 130 obras suyas en una retrospectiva en el Palais de Glace, en 2002.
En 1955, Chab se liberó de influencias, y buscó su propio camino, más libre, cercano a la iconografía de Paul Klee y de Joan Miró. Picasso será un gran inspirador de Chab. “Lo considero el artista más grande de todos los tiempos. Creó un mundo de formas”, señaló. Tenía una gran colección de 7000 libros de arte, de los cuales mil eran sobre Picasso. No pasaba un día sin que viera una del malagueño, pero eso no se trasladaba a su propia obra como una influencia visible. “Me forjé solo. Quise investigar mi propio camino”, decía entonces. Así siguió Chab, siempre por su senda.
En 1956, fue elegido para representar a la Argentina en la XXVIII Bienal de Venecia junto con otros artistas. Al año siguiente fue cofundador del grupo de los Siete pintores abstractos: Rómulo Macció, Clorindo Testa, Josefina Robirosa, Kasuya Sakai, Martha Peluffo y Osvaldo Borda. El denominador común era una abstracción libre. Sobre la base del grupo, el poeta y crítico Julio Llinás organizó el Grupo Boa, filial argentina del movimiento internacional Phases. “Las pinturas de esta etapa son poéticas, originales y sutiles”, decía de la obra de Chab de ese tiempo el crítico Jorge López Anaya.
A partir de principios de los años 60, el artista participa a exposiciones de arte contemporáneo, en Argentina y en el extranjero. “A los 30 años ya estaba totalmente ubicado en la pintura que me interesaba hacer”, decía en una entrevista. En 1962 comenzó una serie que se extenderá a lo largo de una década y que la crítica denominó Bestiario: formas abstractas con reminiscencias zoomórficas, inspirado en Julio Cortázar. Utiliza el empaste, la veladura y el frotado de la superficie pictórica. “Chab evolucionó desde una pintura medida y trabajada a una expresividad dinámica y con volumen. Es un hombre creativo, que no se vincula con esquemas estructurales o conceptuales, sino que sigue instantáneamente su impulso en el desarrollo de formas que son transformaciones”, señaló la entonces presidenta de la Academia Nacional de Bellas Artes, Rosa María Ravera.
En 1967 participó de la antología del surrealismo en la Argentina que organiza Aldo Pellegrini en el Centro de Artes Visuales del Instituto Di Tella. Participará en muchas exposiciones personales y colectivas (Estados Unidos, Venezuela, Colombia, Israel, Panamá, Perú, Francia). En 1969 el grupo Boa expone en la Sociedad Hebraica Argentina. En 1972, Nocturnas es la serie de monocopias que expone en la sede de la OEA en Washington. En 1974, Chab comienza a trabajar en una serie de dibujos a lápiz donde surge el tema de la figura humana desnuda, por lo general sugerida a partir de fragmentos.
En la década del 80, Chab retoma el collage en obras que resultan desarrollos de sus animales de los años sesenta. Siguió con collages de géneros, que lo devolvieron a su juventud, cuando trabajaba en el negocio de su padre, un comerciante de telas. El color cobra una importancia que presagia la vibración de su paleta más tardía. Nunca abandonará el dibujo.
Su obra se guarda en museos de la Argentina (Museo Nacional de Bellas Artes, Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, Museo de Arte Contemporáneo Raúl Lozza) y en varios de Estados Unidos, Paraguay, México y Venezuela, entre otros países. Entre otros premios, mereció el Premio Franz Van Riel en Salón de Acuarelistas y Grabadores, Buenos Aires (1958); Medalla de Plata en Exposición Universal de Bruselas, Bélgica (1958); Primer Premio Olivetti Argentina (1959); Primer Premio Salón de Artistas Jóvenes de Argentina en ESSO, Buenos Aires (1965); Mención de Honor en Primer Salón del Tapiz, Buenos Aires (1966); Primer Premio en Concurso Internacional Rubén Darío, Nicaragua (1969).