Viajar y soñar con los libros: más que nunca, un espacio de refugio
Del "había una vez" de la primera infancia, cuando se trasmite la pasión por la lectura, a la aventura de construir la biblioteca propia
"Había una vez…": tres palabras mágicas que abren ventanas a universos fantásticos. Tres palabras poderosas que nos toman de la mano en la infancia y nos llevan a viajar por el mundo. Nos invitan a soñar, a imaginar escenarios y paisajes, a inventarles caras, gestos y vestuario a personajes de cuentos, fábulas, poemas y novelas. En un momento difícil como el que vivimos, la literatura es (más que nunca) un espacio de refugio.
Desde que son bebes y les cantamos canciones de cuna, ya estamos contándoles historias y convocando la fuerza magnética de la poesía. Instaurar el momento del "había una vez…" como una rutina placentera es hacer un guiño cómplice a los chicos. Es proponerles jugar con las palabras y los sentidos, reírse con las rimas o las tramas absurdas, sumergirse en la historia, plantear dudas y hacerse preguntas.
Como todo en la vida, la pasión por la lectura se transmite desde la primera infancia, cuando todavía no sabemos distinguir letras, pero entendemos que hay algo ahí que nos atrae. Pueden ser los dibujos, los colores, las formas, las texturas, el olor del papel, el sonido de las páginas. Luego llegará la etapa de percibir que, además de imágenes, los libros contienen historias; que adentro viven piratas, dinosaurios, monstruos, brujas, magos, chicos y chicas como ellos o muy diferentes, familias, mascotas y cualquier otro ser que imaginen los autores. Lanzarnos a la aventura de leer es entrar en un mundo con reglas propias que nos demanda concentración y nos ofrece de todo: risas, emociones, aventuras, intriga, fantasía, un poco de miedo, de romance o de acción.
Que los libros sean objetos amigables, que sepan que se pueden tocar, marcar, oler y saborear depende de los adultos; que estén al alcance de sus manos, también. Y que sean una grata compañía y no una obligación; que entiendan que pueden dejarlos cuando están cansados o aburridos y que pueden retomarlos si quieren o empezar otro para descubrir si les gusta más y por qué.
Si bien es cierto que para los amantes de los libros no hay soporte que reemplace el ejemplar impreso, también es cierto que el formato digital es una alternativa para mantener el hábito de la lectura. Muchos sellos dedicados a la literatura infantil y juvenil han incorporado en los últimos años recursos tecnológicos como códigos QR que suman contenidos, imágenes o música; plataformas web para escuchar narraciones de los propios autores; consignas creativas a partir de las tramas. Hay también libros que son libros-juego: convocan al lector a interactuar o intervenirlo; traen ilustraciones para armar rompecabezas; piezas troqueladas para vestir a los personajes o construirles otros escenarios. Para los más chiquitos, hay cuentos con títeres; con ventanas para levantar y ver qué se esconde; con botones para tocar y escuchar fragmentos musicales. Incluso algunos libros pensados para trabajar en las escuelas cuentan hechos históricos en formato de historieta o como una obra de teatro para representar.
El universo es enorme; las opciones son ricas y variadas. Con todos estos recursos podemos demostrar que los libros no muerden, que no son aburridos, que nos desafían a dejarnos llevar por senderos que se bifurcan, por laberintos de fantasía con finales abiertos para imaginar aún más.
La periodista de LA NACION, que publica la sección semanal ¿Qué vas a leer con tu hijo esta noche?, es autora del libro La vuelta al mundo en 101 libros para chicos. Una guía de viaje literaria (Planeta)
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