"Veo la poesía en todos lados"
Cuenta que el piso de su casa está cubierto de páginas con correcciones. Que escribe en su vieja Remington y que no puede teclear sobre cualquier papel: tiene que sentir cierta rugosidad; si es liso al tacto, no sirve para su lucha con la hoja en blanco. Repite que la poesía está en todas partes, pero que lo difícil es alcanzar el poema.
Eugenio Mandrini es un locuaz voluptuoso. Dice que escribe mucho, pero que no le interesa publicar. Y cuenta también que cumplió 72 años pero tiene 135, porque continúa la vida de su padre, que le enseñó a leer.
Cuando habla, Mandrini cita, o recuerda, o evoca líneas de sus maestros, de aquellos hombres con los que se encuentra como lector, oficio que enaltece y para el que también, asegura, hay que prepararse. Y hasta cuando se le pregunta por su poesía encuentra el modo de hablar de otros y analiza versos de Salvatore Quasimodo o Enrique Molina para ejemplificar, a partir de ellos, su laborioso oficio.
"Soy casi un maestro de la microficción", dice con una sonrisa, y confiesa que no puede evitar la tentación de mixturar los géneros, procedimiento que es una de las claves de Conejos en la nieve (Musarisca/Colihue), que ganó el premio de poesía Olga Orozco 2008, con un jurado integrado por tres premios Cervantes, el español Antonio Gamoneda, el chileno Gonzalo Rojas y el argentino Juan Gelman, más Jorge Boccanera, titular de la cátedra de poesía latinoamericana de la Universidad de San Martín, organizadora del certamen. "La verdad es que mandé el libro porque quería que ellos me leyeran. Todavía no puedo creer este premio, este reconocimiento. Por eso también me pareció importante publicarlo."
Antes había publicado dos libros de narración poética: Criaturas de los bosques de papel y Campo de apariciones, y el ensayo Tango. Magia y realidad. Como muestra de su desinterés por la publicación, vale recordar que sigue inédita su novela La Bilis, finalista en los años 70 del concurso Sudamericana- La Opinión con otro jurado de lujo: Augusto Roa Bastos, Julio Cortázar, Rodolfo Walsh y Juan Carlos Onetti. "La explicación que me dieron para no publicarla fue que mezclaba mucho los géneros. ¿Qué más puedo decir sobre eso? La guardé y listo."
La obsesión de Mandrini es el poema y evade hablar de su libro. "Veo la poesía en todos lados -dice-. Lo difícil es alcanzar el poema. Hoy hay una tendencia a no escribir poemas sino a hacer el libro, que el libro sea el poema y termine por darle sentido. Pero la poesía no es un trabajo de acumulación sino de excavación. Y entre un poema y otro hay que esperar."
-Esa espera se nota en Conejos en la nieve. Son poemas unitarios, donde se esgrimen distintos recursos, distintas formas.
-Lo que hice con esos poemas individuales tiende a desaparecer. Se me hace que el poema como construcción unitaria va a desaparecer.
-Están los mandatos de época.
-El lenguaje de todos, el tuyo, el mío, el del hombre de la esquina, son mandatos de la época. Lo que ocurre es que la individualidad del autor trastoca eso. Siempre el mandato de la época es irrefutable, pero hay algunos autores que son pájaros con cielo propio, son los inclasificables. ¿Dónde clasificás a Kafka? ¿En qué tiempo lo ubicás? Hay que ver cómo incorporás el mandato de tu época dentro de tu interioridad y tus posibilidades.
-Conejos... es un intenso ejercicio de preguntas.
-Pregunto para excavar. Los poemas no tienen un remate, porque lo que me importa es hacerme preguntas.
-Y el título alude a una imagen plástica.
-Es un blanco sobre blanco pero no son blancos iguales. Los poemas tienen que tener una estructura visual, plástica, y los elementos no tienen que estar puestos al azar. Todo tiene su razón. La poesía es una aventura, pero también es importante el momento racional y científico. Es el momento en que los dados están echados, pero la ubicación la decide el poeta. Hay una ingeniería poética que se desarrolla después de escribir el poema, en el momento de la corrección. Estuve meses estudiando un verso de Drummond de Andrade que hacía llorar a (Joaquín O.) Giannuzzi: "La vida es gorda, oleosa, mortal, subrepticia". ¿Escuchaste alguna vez algo parecido? Cuatro adjetivos que no fueron colocados al azar y que demuestran el poder de lo racional y científico en la poesía, que viene después de la percepción aguda del poeta.
-¿Qué busca como escritor?
-¿Qué busco? Una línea, una sola línea. Una que me justifique. Y si encuentro otra, bueno, soy un fenómeno.
-No es una tarea sencilla.
-Hay que ser auténtico. Como César Vallejo. ¿Cuáles son las cosas que te atraviesan, que te oscurecen? Uno necesita la tragedia para nutrirse. Yo soy un trágico. Tengo una concepción y un sentido de la vida que es humanista, pero soy un trágico. ¿Para qué sirve la respuesta? No quiero respuestas.
-El verso libre lo ayuda en esa búsqueda, sobre todo porque le permite esa mezcla de géneros, de tonalidades y de intensidades que se leen en Conejos...
-La grandeza del poema libre es que cada uno tiene su propia estructura. Se busca a la deriva una estructura para cada poema. En Conejos... hay estructuras por todos lados, pero esas estructuras están construidas en función de mi búsqueda.
-A ese otro lado al que va, ¿no se llega con estructuras más rígidas?
-Contra lo que muchos creen, el verso libre exige una elaboración que va más allá del talento o la intuición creadora. La obra de tipos como Enrique Molina, Discépolo, Quasimodo, Vallejo, Manzi y Pavese tiene mucha ciencia, mucha cosa racional. No hay azar en sus obras.
-¿Es cierto que escribe en una Remington?
-Una ruidosa Remington. Necesito ese sonido pero sobre todo, sentir esa lucha con la página en blanco. En la computadora no se padece esa instancia de la misma manera. Y además está el papel. Yo no puedo escribir en esos papeles alisados, que se resbalan de la mano; necesito sentir cierta rugosidad al tacto. Esa aspereza le da vida.
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