Venecia se pregunta si vivimos tiempos interesantes y los artistas le responden
La madre de las bienales, que abre mañana, se enfoca en las cuestiones de época: de las fake news y el Brexit a Trump y lo digital; la invitación es casi una provocación para creadores de todo el mundo
VENECIA.- Pleno sol para celebrar la 58a edición de la Bienal de Venecia, dirigida por Ralph Rugoff, un neoyorquino criado en el Greenwich Village que estudió semiótica y está al frente de la influyente Hayward Gallery de Londres desde hace 13 años. A él le toca dirigir la madre de todas las bienales en un mundo atravesado por interrogantes, preocupado por el destino del planeta, por la invasión de las fake news, el irreversible cambio al paradigma digital, el cisma del Brexit y el factor Trump, claro.
Sin embargo, frente a este escenario en apariencia apocalíptico Rugoff plantea un lema, si se quiere, optimista o, al menos, ambiguo: "Ojalá vivas en tiempos interesantes". La frase está más cerca de ser un interrogante que una afirmación y resulta casi una provocación para los artistas. Ellos deberán recoger el guante y encontrar un camino en el futuro a los enigmas del presente. Tienen por delante un espacio sin límites, dos escenarios y la crítica planetaria observándolos. Eso es la Biennale.
Por primera vez, el envío argentina fue resultado de un concurso abierto impulsado por el embajador de Asuntos Culturales de la Cancillería, Sergio Baur. Lo ganó Mariana Telleria, de 39 años, por su proyecto El nombre de un país, con curaduría de Florencia Battiti. Secreto guardado bajo siete llaves, solo se sabe que la obra tiene una escala monumental y que resume su manera de hacer. Una operación en la que usa objetos que deconstruye para darles nuevos significados. Buena madera para un semiólogo que piensa en tiempos interesantes.
La selección de Rugoff se ha reducido en número, pero ha doblado la apuesta: son 79 artistas y cada uno deberá presentar dos obras: una en los Giardini, el trazado imperial de la bienal, y otra en los Arsenales, la arena más doméstica, donde el juego toma mayores riesgos. Los arsenales eran los galpones para guardar la cordería y los enseres de los barcos cuando Marco Polo se aventuraba en la ruta de la seda y Venecia era la meca de todos los tesoros. Hasta Shakespeare buceó en esa trama de intereses oscuros, máscaras misteriosas y mujeres bellas.
Durante su visita de noviembre a Buenos Aires, Rugoff aseguró que su lema para este encuentro derivaba de un supuesto proverbio chino, probablemente falso, del que habían sacado amplio provecho los políticos en las buenas y en las malas. El desafío valió la pena y el resultado se verá en pocos días. Empeñados en vivir tiempos interesantes, los artistas de su "selección", incluidos los argentinos Ad Minoliti y Tomás Saraceno, trabajan para hacer del arte oportunidad de reflexión y motor de cambio. En los elegidos del director no hay ningún español, hay indios y chinos. No es casual. Hacia allí estamos mirando todos.
Si la mitad de la Bienal es la muestra del curador, la otra parte son los 90 pabellones nacionales más una larga lista de eventos colaterales. "Venecia recibe más visitantes por las artes que por el carnaval", comentaba ayer un experto. El dato es la confirmación del gesto intuitivo de Humberto de Saboya cuando la fundó, en 1895, para que el turismo no bajara en el verano, cuando el calor es tórrido y puede soplar el Siroco. A Venecia llegan por año 30 millones de turistas y viven nada más que 55.000 personas. A tal punto es así que hay quienes bregan por cobrar una entrada, como a Disney, para hacer de esta maravilla barroca, renacentista y bizantina un parque temático.
Trampolín de los argentinos
La Argentina tiene pabellón propio desde 2013, tras las negociaciones impulsadas por Cristina Kirchner, quien agradeció a Paolo Baratta, histórico presidente de la Bienal, con un encendido discurso inspirado en la obra icónica de De la Cárcova Sin pan y sin trabajo (cuadro que, dicen, soñaba con colgar en su despacho).
Ese mismo año el envío argentino fue la obra "arqueológica" de Adrián Villar Rojas, rosarino, compañero de estudios, amigo y colaborador de Mariana Telleria, incluido en una foto del Instagram activado para la ocasión: @telleria_biennale forma parte de las nuevas estrategias que incluyen a las redes como puerta de acceso. "Nada de lo que se vio en los posteos está en la obra, pero todo tiene que ver", dijo a LA NACION la curadora del envío El nombre de un país, de siete esculturas. Es todo lo que se sabe. Habrá también catálogo y un libro presentado por su galerista, Orly Benzacar. "Me envuelve ese tipo de satisfacción que surge cuando todo sale según lo planeado", confiesa Telleria, sin soltar prenda.
Plataforma impar, la bienal que premió a Berni, a Le Parc y a León Ferrari catapultó también al estrellato a Villar Rojas, que tenía 31 años cuando llegó a los arsenales (le siguieron un site specific en el Jardín de las Tullerías de París, la exposición en la Serpentine de Londres y una obra en la colección Louis Vuitton de Bois de Boulogne). También desde aquí despegó Tomás Saraceno, argentino, arquitecto, elegido por el sueco Daniel Birnbaum en 2009 para exponer los tensores que causaron sensación (lo que vino después es por todos conocido: muestra en la terraza del Met neoyorquino; exposición en el Moderno porteño y consagración en el Palais de Tokio, que terminó en febrero con un éxito fenomenal). Ahora con el apoyo de la Fundación Falcone, de Palermo, parece decidido a vivir tiempos interesantes.
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