Vencer los prejuicios. Varones en un ensayo sobre danza
Los protagonistas de esta nota desafían preconceptos en países latinoamericanos y apuestan por el ballet
- 5 minutos de lectura'
El ejercicio de la danza clásica en occidente ha implicado desde los comienzos situaciones de vulneración y exclusión, y ha generado estereotipos negativos hacia los varones que buscan en esta disciplina una forma de vida. Los preceptos hegemónicos de lo que significa ser hombre en la cultura latinoamericana tienden a ser determinantes con respecto a la concepción que se tiene del ballet como arte. En pleno siglo XXI, el varón danzante aún no logra calar hondo en la sociedad, donde el machismo y sus prejuicios solo admiten y se enorgullecen de la práctica de deportes que apoyados en la heteronorma consideran que son “para hombres”. Bajo esta línea de razonamiento la danza es asociada habitualmente a la feminidad. En este sentido, se dan condiciones desiguales para los bailarines de ballet, donde en varias oportunidades se los ubica como una masculinidad subordinada. Esta concepción trae consigo un sinfín de conflictos sociales.
Contexto latinoamericano
El proyecto de Santiago Barreiro, financiado y apoyado por National Geographic Society, documenta y estudia las consecuencias subjetivas que una elección trae al hombre latino involucrado en la práctica del ballet clásico. El proyecto plantea ahondar sobre las barreras sociales, políticas, económicas y territoriales que actúan como obstáculos en la vida de dicha minoría.
Santiago Hernández. Su tío político lo introdujo al mundo del ballet e inmediatamente comenzó a construir el sueño de ser el mejor bailarín de Colombia. A su padre no le parecía una actividad digna de un varón, pero la terminó aceptando. Fue por teléfono que Santi le dijo “me gusta bailar… y no te preocupes papá, también me gustan las niñas”. Hoy vive vive para la danza y estudia ocho horas diarias en el Instituto Colombiano de Ballet en Cali, Colombia.
Wilson Melo. La primaria y el colegio militar fueron procesos duros, sin embargo, él ya había descubierto algo superior a lo que confiarle su vida y su identidad. Hoy sabe que el medio del ballet es duro y que no le van a permitir un primer lugar en grandes compañías teniendo ya 22 años, pero espera poder viajar, formarse, bailar todo lo que pueda, y volver a Bogotá para impulsar un proyecto que permita a los niños, descubrir y descubrirse más allá de los marcos y las construcciones sociales.
Aarón de Jesús Márquez. Hace unos años, el catequista le dijo a la abuela Magda: “saque a ese niño del ballet, hágame usted caso, ahí los niños se vuelven homosexuales”. Para no entrar en discusiones, ella asintió. Pero nunca lo sacó porque aquel era el sueño de Aarón y ella siempre lo iba a apoyar. Hoy, él es uno de los talentos descubiertos por un programa (PROVER) que fomenta la danza en la ciudad de Córdoba (Veracruz, México), con becas a niños varones de contextos sociales complejos. Si el niño tiene condiciones y deseos, le cubren los estudios, traslados, equipo y comida durante ocho años, ocho horas al día. Aaron vive con su abuela, pero más bien es su mamá: así le gusta llamarla.
Juan Pablo Rodríguez Quintero. Colombiano naturalizado peruano, se crio en un ambiente de danza caribeña donde bailar era moneda corriente. Pero tuvieron que transcurrir 17 años para que finalmente conociera su vocación. Luego, debió hacer dos grados de ballet por año para llegar al nivel necesario, y en una edad que le permitiese inyectarse en el mercado profesional. Fue tan intensa la dedicación que terminó becado varias veces a nivel nacional e internacional, hasta que entró como Solista en el Ballet Nacional del Perú.
Roberto Rodríguez. Tenía 8 años cuando una tarde su tía lo sacó del parque donde pasaba el tiempo con amigos para llevarlo a la prueba de admisión de la Escuela de Ballet en La Habana. “Eso es cosa de maricones”, repetía Robertico, pero finalmente aceptó. Pasó la prueba. La escuela de danza lo admitió, pero sus pares no y su padre tampoco. Fueron años de dar explicaciones y hacerse respetar. Ha pasado mucho tiempo de trabajo, dedicación y superación para Roberto. La vida lo encuentra ahora en otro país (México), acompañado y siendo parte de dos familias; la que conforma con su pareja Ana Elisa y su bebe David, y la de la Compañía Nacional de Danza, donde pasa gran parte de sus horas como Primer Solista.
Josué Gómez. Se encontró con la danza por primera vez a los 5 años. Su madre, al no tener con quien dejarlo, lo llevó a una de las clases folclóricas a las que asistía como alumna, y desde ese entonces Josué sintió que ya que no quería hacer otra cosa que bailar. Sus padres confiesan haber tenido que derribar algunos paradigmas, pero lo apoyaron desde el día uno. “Nosotros creemos en lo que cree Josué, a ojos cerrados”, dice el padre con orgullo y firmeza. A los 16 años, es una de las grandes promesas del ballet en Colombia y está a punto de egresar como bailarín profesional del Instituto Colombiano de Ballet en Cali.