“Van Gogh, quiero verte en persona”: por qué la muestra inmersiva conquistó a los más chicos y amplía su público
Un grupo de escolares de segundo grado visitó en la Rural esta exposición que es un verdadero espectáculo: ¿qué le preguntarían si tuvieran al artista cara a cara?
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Podría ser divertido pensar si Vicent Van Gogh, el pintor que se hizo famoso tras su muerte, se hubiese imaginado alguna vez en el siglo XXI, del otro lado del mundo, frente a un grupo de chicos que en la Argentina desean comprarle un cuadro, tenerlo como maestro, conocerlo en persona. Imagine Van Gogh, la muestra inmersiva que es furor en la Rural, recibió hoy la primera visita de escolares y, con ellos, el universo del artista levantó nuevos vuelos. Las pinturas y la figura del artista cautivan a los más pequeños. Tras su éxito, el espectáculo se propone ahora hacer llegar su propuesta inmersiva a los públicos más jóvenes y al ámbito educativo. Con más de 200.000 entradas vendidas en poco más de un mes, la exhibición seguirá en Palermo hasta el 20 de junio.
“Es interesante pensar en qué están viendo desde el ‘mundo niño’: algunos tirados en el piso, se conectan con el espacio en una ronda, toman al arte de diferentes formas”, opina Claudia Bullón, coordinadora de primer ciclo del colegio St. Patrick’s. Son 80 alumnos de segundo grado los que visitan la exposición en la que se proyectan sobre telas gigantes, de ocho metros de alto, unas doscientas obras del pintor, cuyos originales solo pueden apreciarse en las colecciones de los museos más prestigiosos del mundo.
La experiencia es envolvente y el espectáculo audiovisual alcanza ‘paredes’, columnas y todo el suelo. Los cuadros van y vienen mientras suena en un loop música clásica de grandes compositores como Mozart, Bach, Satie. Para los nativos digitales, una exposición de estas características permite captar su atención con un lenguaje que les es propio. A sus 6 años, Clara querría saber “cómo hizo Van Gogh para crear pinturas tan lindas”, mientras que Manuel, de la misma edad, desearía decirle que quiere dibujar con él. Sofía afirma convencida: “Lo quiero ver en persona”.
Catalina Hollmann, profesora de plástica del colegio, cree que la posibilidad de “ver las obras en un zoom con HD total es un guiño para ellos, que con las pantallas, los colores y el movimiento están como pez en el agua”. Exactamente así se los ve: dos nenes miran hacia arriba recostados sobre la panza de un tercero y observan paisajes de Arlés, la ciudad francesa donde el artista pintó su famosa habitación y otras de sus grandes obras. Mientras tanto, otros caminan, dan vueltas, corren, gritan, se acuestan con los brazos en cruz, estiran las piernas, flotan en el suelo. Juegan. Por momentos parecen olvidarse de las obras; en otros, cuando el ambiente se oscurece, miran de reojo cómo las casitas de un cuadro se deslizan hasta desaparecer, fundidas en el suelo.
En la antesala de la muestra inmersiva, los textos de la historiadora del arte Androula Michael informan sobre la vida y obra del pintor. Los chicos ya venían en tema, “muy empapados de la historia de Van Gogh, de la pincelada corta, de los colores vibrantes. Entraron y lo pudieron identificar. Llegaron acá expresando: “¡mirá, está pintando el campo!”, se entusiasma Hollmann. Las profesoras explican que trabajaron en clase lecturas biográficas y proyectos interdisciplinarios que cruzan arte y literatura en el marco de su alfabetización. También pensaron algunas preguntas para Van Gogh, que compartieron emocionados en el pabellón de La Rural.
“Si tuviera un millón de pesos, ¿me podría comprar un cuadro tuyo, Van Gogh?, ¡No! Un millón de dólares”, revela su consulta Felipe, de siete años, y se corrige pensando en el cambio de moneda. Mientras miran fragmentos de las cartas a Theo que suben y bajan, Benicio y Francisco quisieran saber si el pintor les regalaría un cuadro. “Yo me pregunto cómo hacía para pintar tan lindo y si me puede enseñar”, agrega Joaquina, y Josefina y Felipe quieren saber, en ese orden, “por qué se cortó la oreja” y cuántos años tenía cuando se murió. “¡36!”, le responde Sofía.
Para la mayoría, el cuadro favorito es La noche estrellada, pero otros dicen que lo que más les gusta es cuando “aparece él”, los autorretratos, en los que fuma en pipa o se lo ve con la cabeza vendada. “Puntitos, puntitos, puntitos”, responden cuando les preguntan cómo es la pincelada. Círculos, lunas, árboles -que son almendros en flor-, girasoles, los verdes y los amarillos, son algunos de los elementos que llaman su atención. De repente, la sala se torna azul y la iglesia de Auvers-sur-Oise irrumpe en las telas. Un nene parece dormirse mientras mira otro ‘Van Gogh’ en la pared que muestra a una madre junto a un niño frente a un campesino que los saluda con los brazos abiertos. En otro rincón, una nena baila al compás de las sombras. Es Catalina: “Me gusta la canción porque soy bailarina. ¡Qué lindo pintás, Van Gogh!”, casi canta.
Ya lo había anticipado a LA NACION Annabelle Mauger, directora creativa de Imagine Van Gogh. “En Europa estamos viendo una especie de desertificación de los museos. Los jóvenes no suelen ir, pero están felices de ir a exhibiciones inmersivas”, dice. La tendencia, al parecer, desconoce latitudes.
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