Utopías construidas y destruidas
Daniel Birnbaum, director general de la 53» Bienal de Venecia, puso en manos de artistas y curadores la misión de "construir mundos"; adncultura estuvo en los Giardini del Castello, donde se exhiben universos contradictorios, intensos, bellos y terribles
El mundo del arte era más simple y más fácil cuando un movimiento marcaba a fuego una época y fijaba sus alcances, límites y antecedentes. Hasta se podía leer una historia del arte con sentido cronológico. Pero las aguas están revueltas, como las de la laguna veneciana que ayer mojaban los pies de los parroquianos en el mítico Florian.
La 53» Bienal de Venecia ha llegado para confirmar que las prácticas son más veloces que las teorías. Los artistas interpelan la realidad desde distintas perspectivas -personales, políticas, históricas, económicas- y, al hacerlo, destapan la caja de Pandora.
En los Giardini del Castello todo es posible. Desde el estetizante diseño de la cafetería del pabellón central, que le valió el León de Oro a Tobías Rehberger, hasta la sutil intervención de la genial Lygia Pape en los Arsenales, ganadora también de una mención del jurado.
Rehberger (Alemania, 1966) respondió con un proyecto seductor, celebrado por el público, a la idea original del sueco Birnbaum de replantear el concepto de uso del pabellón central de la bienal veneciana. Desde esta edición deja de ser un edificio de vida efímera para convertirse en un centro cultural vivo durante todo el año; lo que comprende la cafetería, un ámbito educacional para niños y la librería diseñada por Rirkrit Tiravanija, artista de origen tailandés nacido en Buenos Aires en 1961, capaz de infundir un clima lúdico a la negociación cultural propia del shopping de un museo. Tiravanija logra una atmósfera atrapante y motivadora: uno quisiera comprar todo lo que allí se exhibe. Ambos, el alemán y el tailandés, encarnan el tipo de artistas capaces de ejecutar cruces disciplinarios inéditos entre moda, artesanía, arquitectura, música y cine; ésa es la tendencia que marca el comienzo del siglo XXI de manera inequívoca. A modo de primera conclusión, los cambios de uso en espacios de acceso masivo en la bienal más antigua del planeta remiten a cambios más profundos. ¿Tiene sentido, acaso, sostener la "institución" separada de la vida cotidiana, de la gente y del lugar donde se realiza? ¿Puede seguir siendo un paseo para que coleccionistas, curadores y galeristas intercambien tarjetas?
En el otro extremo, el encierro agobiante de la cárcel de oro y plata ideada por Claude Lévêque para el pabellón de Francia es una condena a las actitudes xenófobas, una señal de alerta hacia quienes fijan políticas inmigratorias siempre discutibles y a las fronteras físicas cerradas, cuando el arte contemporáneo es una proclama permanente de la porosidad de los límites. Le Grand Soir ha bautizado Lévêque su instalación, parafraseando la referencia de Sartre al último mito poético revolucionario. Estamos en una oscura noche y sin salida.
Si la bienal fuera un parque de diversiones por donde la gente circula con una lata de café helado (marca Illy, patrocinador de la mostra ), el premio al juego más visitado sería para The Collectors , la propuesta de Dinamarca y los países nórdicos, Finlandia, Noruega y Suecia. Unidos por un pasillo virtual, los pabellones tomaron la identidad de una "mansión For Sale ", con expertos en Real State que acompañan en el recorrido. Es la casa de una familia de coleccionistas que acumulan libros, grabados, insectos y porcelana art déco. Hay un habitante obsesionado por el sexo que termina ahogado en su propia piscina -en un escenario que parece tomado de una pintura de Hockney-, tras haber dejado en la máquina de escribir una novela autobiográfica cuya primera página el público puede llevar consigo.
Más de veinte artistas integran esta instalación, curada por Elmgreen & Dragset, con habitaciones, bibliotecas, comedor, cocina, chimeneas y diseño. Cada objeto remite a la identidad de los dueños, aunque está el efebo, en vivo, solo, atrapado en hipnótica contemplación frente a un plasma descomunal. Los visitantes circulan atónitos por esta suerte de set cinematográfico con más preguntas que respuestas, mientras la cola se extiende en la avenida de los plátanos. La experiencia del arte despierta curiosidad... y la curiosidad, seguidores. En la edición 53a, daneses y nórdicos son noticia. No olvidar que el director es sueco (Birnbaum) y que la lista de sponsors supera la de los artistas. Tratándose de una mansión escandinava, obvio, el principal es Knoll.
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La bienal huele a jazmín y a tilos en flor, pero no es fácil digerir los mensajes encriptados del arte contemporáneo. Se necesitan buenas piernas para recorrer los 77 envíos nacionales, la mente abierta para establecer relaciones entre premios políticamente correctos, costos de producción caros y el inevitable tráfico de influencias. La Biennale es también, -¿o sobre todo?- la mayor plataforma de legitimación del mercado. No en vano el marchand Larry Gagosian, que tiene el carnet de fiestas completo y es el primero en llegar y el último en irse, comentaba a la prensa con cierta preocupación que había caído de manera alarmante la cantidad de jets privados apostados en el aeropuerto Marco Polo. Calma, quedan los barcos en la amarra del Arsenal.
En las prácticas artísticas actuales, el dinero es determinante porque garantiza los costos de producción, que se han elevado de manera abismal. La fabulosa galaxia de mundos aéreos construida por Tomás Saraceno en el hall central del pabellón curado por Birnbaum no sólo ha sido la obra más fotografiada de la feria, por su belleza sublime, heredera de la estética de Gego, Ferrari y Kosice, y también emparentada con el penetrable de Soto. Esa pieza, que podría tener como destino un museo o el lobby de un hotel en Dubai, hace alarde de una factura perfecta que no sorprende por la formación arquitectónica de Saraceno (Tucumán, 1973), constructor de mundos posibles e imposibles.
Uruguay y Brasil exhiben formatos tradicionales como video y fotografía, de bajo costo de realización y fácil traslado. El curador, Ivo Mesquita, se empeñó el año último en hacer de la bienal de San Pablo un territorio arrasado por la nada. Patricia Betancourt, con el video de Pablo Uribe, coloca a Uruguay en el sitio donde debe estar. Por lo pronto, en su propio pabellón (que nosotros no tenemos). A propósito, una primera línea divisoria en la Bienal de Venecia queda establecida cuando se analiza el territorio en el mapa que antes de entrar en los Giardini todos tenemos en la mano. A la sensación de agobio y a la inquietud natural por saber si estamos calzados correctamente para una maratón de diez horas sigue la ansiedad por llegar a cubrir el abigarrado circuito de los pabellones, los envíos, las muestras privadas, las exposiciones en los palazzos , los envíos off Giardini , como el argentino, en lo alto de una prestigiosa librería como Mondadori.
La cartografía de los Giardini acredita que los países imperiales están en la cima, al final de la avenida de plátanos bautizada Harald Szeemann en honor al crítico suizo dos veces curador general. Gran Bretaña, Francia, Alemania y Estados Unidos marcan el cuadrilátero del poder y hacia abajo, mínimo veinte minutos de marcha rápida, están los Arsenales, sede de la antigua cordería naval, nobles galpones que mantienen su memoria industrial. Allí se reciben las obras de los excluidos del paraíso sin pabellón propio, como Chile, con una potente propuesta de los chilenos Justo Pastor Mellado y Antonio Arévalo, más la feliz incorporación de los países latinos reunidos por Irma Arestizábal en la que fue su última curaduría para el IILA y una de las más logradas y comentadas. El resto del mundo está disperso en locaciones diversas en Venecia, en ese laberinto húmedo que siempre oculta más de lo que muestra: en el tercer piso de la librería Mondadori se exhibe el envío argentino, pinturas monumentales de Luis Felipe Noé con la curaduría de Fabián Lebenglik.
Cuando supo que había sido elegido para representar a nuestro país, Yuyo Noé no dudó un instante en comenzar de cero a construir una obra para dar su respuesta desde el presente. Dar respuesta es la expresión subrayada por Lebenglik en el texto del catálogo que acompaña el envío argentino, presente hasta septiembre. Y la reflexión no es azarosa ni casual: habla de compromiso y desafío en un artista con los deberes ya hechos.
A Daniel Birnbaum, nacido en Estocolmo en 1953, le tocó poner la partitura para esta gran mostra del arte, la más importante del planeta. Como director general planteó una idea de mesura, cuidada sin ser minimalista; un regreso al orden basado en la exploración de la pintura y el dibujo y la presencia de artistas clave todavía activos y productivos que influyeron en las generaciones siguientes, atentos a la proximidad del proceso de producción con obras que expresen su hacer y representen una imagen del mundo. Noé sintoniza de manera visceral con sus convicciones y su trayectoria. Es un pintor sin borradores, porque antes de pintar ya tiene la obra en la cabeza. Sus inmensas pinturas, lo dice Lebenglik, son un relato en acción, un work in progress oportunamente registrado en un video de altísima calidad que acompaña la presentación.
En la primera aproximación al sentido de la edición cobra protagonismo François Pinault con su museo inaugurado un día antes que la bienal, un ambicioso proyecto que adn cultura anticipó un año atrás. El muchacho con una rana en la mano que reclama la atención de los turistas del vaporetto es una imagen que ha tapizado Venecia. Hombre de negocios, Pinault (Gucci, Chateau Lafite, Au Printemps, Christie´s) ha llevado con destreza el proyecto de un museo del siglo XXI en las entrañas de una construcción del siglo XV que figuraba en la primera cartografía de Durero. La Dogana del Mar es hoy Punta della Dogana, con la inquietante obra de los Chapman (¡ellos sí que han construido un mundo!) y con el mármol de Jeff Konns y la Cicciolina observado atentamente por Cindy Sherman desde sus retratos transformistas.
El propio Pinault recibió a sus invitados, incluidos Farah Diba y Jacques Chirac. Se lo veía radiante con su mayor conquista personal en el mundo del arte: 300 obras, de su colección de 2500, están en Venecia. Y muy cerca de allí levanta vuelo la programación del Palazzo Grassi, ex Fiat, comprado por Pinault. La maraña burocrática de los franceses ha hecho del dueño de Christie´s el mayor mecenas de La Serenísima. Un duce .
adnSARACENO
Nacido en Tucumán en 1973, vivió en Italia y hoy reside en Frankfurt. Recibido de arquitecto en la UBA, sus estructuras experimentales proponen un cruce entre arte y arquitectura
Ficha
Haciendo mundos, 53a Exposición Internacional de Arte, hasta el 22 de noviembre en Venecia. Dirigida por Daniel Birnbaum.