Una visita al nuevo MoMA, que reabrirá con más espacio para el arte latinoamericano
NUEVA YORK.– No hubo asado de obra sino catering de Cipriani con frutillas bañadas en chocolate para celebrar esta semana con los constructores la reciente ampliación del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), uno de los más importantes del mundo, que reabrirá al público el 21 de este mes.
No era para menos: terminó así una obra que demandó tres años por etapas, la demolición de un museo vecino, su cierre desde junio último y una inversión de 450 millones de dólares para ampliar un tercio de la superficie expositiva.
La creación de este espacio flexible y luminoso forma parte de un ambicioso proyecto que contempla además una forma más abierta e inclusiva de contar la historia del arte. De esta manera se confirma la creciente valoración de la performance, que ganó una sala propia, y del arte producido en otras regiones, como América latina.
"No hay una división clara entre lo viejo y lo nuevo, sino un pasaje natural que demuestra que se puede coexistir sin competir. El límite fue reemplazado por esta escalera, que une todo", dijo Glenn D. Lowry, director del MoMA, parado sobre la estructura de acero inoxidable importada desde la Argentina. Como ya lo había hecho en su reciente visita a Buenos Aires, volvió a definir como una "maravilla de la ingeniería" esta pieza sólida y liviana construida en el taller de Dante Tisi, ingeniero civil graduado en la UBA.
Ante un grupo de periodistas de distintos países asentía a su lado Elizabeth Diller, arquitecta integrante del estudio Diller Scofidio + Renfro, responsable del proyecto junto con la empresa multinacional Gensler.
"Todo fue llevado al límite", señaló Diller al hacer énfasis también en la importancia de la escalera. No sólo para lograr la unión interna del nuevo edificio sino también para ampliar su conexión con la ciudad, ya que permite una vista privilegiada del corazón de Manhattan a través de una fachada de vidrio.
"Fue un trabajo digno de cirujanos, que continuó sucesivas ampliaciones. Pero supieron muy bien dónde cortar y dónde dejar las cosas como estaban", observó Lowry al mencionar anteriores proyectos realizados por otros grandes arquitectos como el argentino César Pelli (1980-1984) y el japonés Yoshio Taniguchi (2001-2004).
Esta vez, el puente hacia el futuro para un museo fundado hace nueve décadas estuvo a cargo del estudio que dio nueva vida al suroeste de la ciudad (y a las inversiones inmobiliarias) con la creación del High Line.
"Aquello implicó transformar unas vías de tren abandonadas en un parque público -dijo a LA NACION Ricardo Scofidio-. Lo del MoMA fue mucho más complicado, porque no era tan lineal: tenía una historia de muchos cambios."
"Hello. Again" ("Hola. De nuevo") es la frase convertida ahora en fondo obligado para la foto, escrita sobre una de las paredes del luminoso lobby que une las calles 53 y 54. A partir de la reapertura se podrá recorrer de manera gratuita toda la planta baja del edificio, ubicado a pasos de la Quinta Avenida y el Central Park.
En esta misma cuadra se inauguró en 1939 el primer edificio especialmente diseñado para alojar al MoMA, una década después de que el museo fuera fundado por Abby Aldrich Rockefeller (esposa de John D. Rockefeller, Jr.) y un par de amigas. La donación de ocho grabados y un dibujo iniciaron la colección, que creció hasta abarcar 200.000 obras.
Entre ellas, las grandes atracciones como La noche estrellada, deVincent Van Gogh, o Danza I, de Henri Matisse. "Los grandes íconos van a seguir estando ahí -prometió Lowry-, pero el contexto en el que se muestran va a cambiar drásticamente cada seis meses."
La rotación de la colección permanente permitirá, entre otras cosas, dar más visibilidad a unas 5000 obras de artistas latinoamericanos. Entre las 2000 creadas por 164 argentinos se cuenta una serie de heliografías donadas por León Ferrari en 2007, año en que fue premiado con el León de Oro en la Bienal de Venecia. Ahora cubren por completo la pared de un sector dedicado a la producción regional.
"Esta sala está enfocada en la transmisión de ideas de artistas latinoamericanos que se comunicaban entre sí en las décadas de 1970 y 1980", dijo a LA NACION Roxana Marcoci, curadora del departamento de Fotografía. Trabajó en este proyecto con colegas de los sectores de Pintura, Escultura y Performance, en un claro ejemplo del nuevo paradigma interdisciplinario del MoMA.
Junto a la sala latinoamericana -que incluye trabajos de artistas como Eugenio Dittborn, Beatriz González y Cecilia Vicuña- hay otra dedicada a mujeres de distintos continentes. "Antes se exhibía un 12 por ciento de la colección, que ahora estará en constante movimiento -observó Marcoci-. Eso permitirá que la historia del arte ya no esté centrada en la cultura occidental ni se plantee como un relato definitivo."
Otra prueba contundente de esta transformación de la mirada es la muestra Sur moderno: itinerarios de la abstracción, dedicada a exhibir parte de las obras donadas al museo por la coleccionista venezolana Patricia Phelps de Cisneros.
"Más que espacio físico dentro del museo, el arte latinoamericano gana posibilidades y valoración", señaló a LA NACION la argentina Inés Katzenstein, responsable de esta exposición y curadora de arte latinoamericano del museo, que además dirige el instituto de investigación para el arte de la región creado por Cisneros.
Con unas 170 obras de artistas de Brasil, Venezuela, la Argentina y Uruguay, Sur moderno se enfoca en el concepto de transformación: no sólo la reinvención del objeto artístico, sino también del entorno social impulsado a través del arte y el diseño.
A su vez, tiene en cuenta el diálogo intercultural al incluir otras piezas importantes de la colección del MoMA, creadas por artistas europeos como Aleksandr Rodchenko y Piet Mondrian. "Lo genial de trabajar en una institución como esta -dice Katzenstein- es que si querés incluir un Mondrian, sólo tenés que pedirlo."
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