Una tarde en Roque Pérez
La prosa despojada y sólo en apariencia ingenua es el sello de Hebe Uhart, que el año pasado ganó el premio de la Fundación El Libro por sus Relatos reunidos. En el anticipo que aquí publicamos, una postal bonaerense de atmósfera falsamente apacible
Llegamos a Roque Pérez como a las once y media, a pleno sol. Éramos mi amiga Lina, Ana, la dueña del rancho, que manejaba, su hermana Evelyn y yo. Yo le había preguntado varias veces a Lina si el rancho estaba en el pueblo o en el campo, si era realmente un rancho o qué. (Recuerdo a un alumno que se estaba haciendo una casa y le puso en el portal "El castillo" y yo le dije "Ponele mi rancho", como se suele decir.) Pero ahora quería precisiones y pregunté a Ana dónde quedaba. "A siete kilómetros del pueblo", y no me dijo más nada. Por el camino hablamos de gatos, perros y bueyes perdidos. Lina iba contando asombrada la cantidad de perros que había en Buenos Aires, un hombre, un perro, casi. Sin contar el paseador, que lleva hasta diez. Van como chicos a alguna escuela, o centro de aprendizaje de algo. Lina es de pueblo, como Ana, y en el pueblo los perros están en el fondo o en el jardín. En Buenos Aires hay que sacar a los chicos y a los perros. Evelyn, delgada, lánguida y capitalina, recordaba viajes a Estambul y a Nueva Zelanda. Al llegar a Roque Pérez nos tomamos un café en la confitería "Dulce María" decorada con motivos tailandeses y con un tímido cartel de "no fumar" hecho a mano. Ellas me esperaban en el café mientras yo hacía una investigación por el pueblo para entrevistar a alguien. Fui a la esquina a una especie de almacén de ramos generales, modernizado, atendido por dos viejos. Le pregunté a uno de ellos, que estaba descansando junto a unas palas, cuántos años tenía el negocio; me dijo que noventa. Pregunté:
–¿Me puede contar algo de la historia del negocio?
–No porque estoy muy cansado –me dijo.
Se me acercó un policía que bajó de un patrullero y me preguntó qué andaba buscando. Le dije:
–El que sabe todo es el carnicero, yo voy ahí, la acompaño.
Le dijo al carnicero:
–Ella hace unas encuestas de historia.
El carnicero dijo que era nacido y criado en Roque Pérez, pero pasaba que él no se sabía expresar y añadió:
–Pregúntele a Galán, él sabe todo.
El policía compró lomito de cerdo y me llevó en patrullero a lo de Galán. Me dijo:
–La llevo pero no la puedo llevar de vuelta, y es mejor que se reporte a la comisaría, yo soy de Saladillo y si ustedes andan dando vueltas con el auto por acá, llama la atención porque es un pueblo chico. ¿Entiende?
Yo quería decirle que no teníamos intención de dar vueltas por el pueblo sin ton ni son pero no me dejaba hablar. Me preguntó:
–¿Qué auto es?
Ah, qué sé yo. Pensé: "No tengo auto y sólo los distingo por el color". Pero del auto en que vinimos, ni el color sabía. Me llevó a lo de Galán, pero era la hora de comer; fijamos una entrevista para las cinco. Entonces el policía me llevó a la comisaría donde había dos mujeres policías oficinistas que lo miraron con cara de pensar "Qué se le habrá ocurrido a este ahora". Me preguntaron:
–¿Número de patente?
–Ah, no sé.
–Entonces repórtelo cuando pueda al uno cero uno.
Como todo queda cerca, fui caminando al café. Durante todo el día que estuvimos en Roque Pérez, nadie se reportó, ni falta que hizo.
El rancho
Para llegar al rancho pasamos por la casa donde nació Perón (los de Roque Pérez disputan con los de Lobos su lugar de nacimiento), y por un incipiente conurbano donde van a vivir los que trabajan en los peladeros de pollos. Y después campo, salvo una escuela que si no hubiera tenido su cartel yo la habría llamado palomar. Nos recibieron los perros, cuatro son muy chiquitos, tres negros y uno color té con leche. El padre o el tío de los perros reposa, como corresponde a su edad.
El rancho es una casa encalada por dentro y con techo de listones de madera que puso Ana con sus propias manos. También hizo un curso acelerado de electricidad, cursos para extraer miel y otros. Ana es una mujer práctica y callada, su hermana Evelyn, la de Palermo, es etérea y frágil. Pregunta a Ana:
–Esta heladera, ¿anda?
–Sí, pero hay que enchufarla.
Y Ana va inmediatamente a hacerlo. Es lindo limpiar una casa en el campo porque rinde y además porque como es una limpieza así nomás, uno puede usar cualquier cosa para limpiar, un trapo que ve, papel de cocina. Me hago la que ayudo un poco y me voy a ver las ovejas. Los perros chiquitos juegan a que son pastores y corren a las ovejas: es asombroso, ellas se lo creen. Es lo que dice Simone Weil del imaginario social en que se da atribución de poder a los otros.
Ana es lacónica y eficaz; contó que sabe criar cerdos, y cómo me hubiera gustado verlos, le pregunté si crió conejos. Sí, pero les agarró sarna y los sacrificaron. Ningún lamento por la muerte de los conejos, nada que se parezca a los vecinos sensibles de Palermo que abrazan los árboles. Me dice:
–Te conseguí una entrevista a las tres con el encargado que teníamos antes.
Y en un periquete comimos lo más bien y volvimos al pueblo, a ver a Manuel Millán. Vive en una linda casa del pueblo, todo el aparador está lleno de fotos de sus hijos, nietos y biznietos. Es vigoroso y erguido, como su señora, los dos sonrientes y juveniles. En el centro de la mesa hay multitud de caracoles recogidos en San Clemente. Y me cuenta cómo era el pueblo y la vida cuando él era chico: "Todo este centro del pueblo era campo con vacas, la escuela rural tenía unos veinte chicos, la maestra llegaba en sulki; había almacén de ramos generales que también era banco, y en el mismo almacén se compraban animales. Hace unos setenta años se traía la hacienda arriándola hasta el mercado de Buenos Aires, los que venían de más lejos tardaban unos veinte días. Dormían al aire libre, la almohada era el recado. Había bailes y una orquesta de Roque Pérez. Recuerdo en los bailes a un viejito que iba siempre de saco y corbata que siempre decía: ‘Ustedes son las aves nocturnas que perturban el sueño de los moradores’".
Le muestro mi libro sobre animales de la zona donde están el peludo y sus parientes, el zorro, el gato montés. Me dice: "La mulita es riquísima, se hace en escabeche. El peludo y la mulita son del mismo gremio, pero no hay cruce. El peludo hace cueva profunda como de cinco metros, queda la parva; el zorro hace una cueva derecha, como una calle. Acá hay zorro gris y naranja. Acá hay lagartos de un metro, le pegan coletazos a los perros". Y además: "Un caballo me ve desde 500 metros cuando le llevo la ración".
Y sí, se merece el libro sobre animales de la llanura pampeana. Ahora que está retirado viaja todos los años con su señora, fue a Mendoza, a Cataratas, a Bariloche. En las cataratas se enamoró del coatí y en Bariloche del Nahuel. Le pregunté si los paisanos que viven alejados se visten con bombachas y usan rastra. Me trae un enorme álbum de fotos suyas, él se viste de paisano para los desfiles ecuestres que se hacen para el día de la tradición. Está de botas, sombrero, pañuelito al cuello. Tiene fotos de Cañuelas, Marcos Paz, Las Heras y Luján. Y muy orgulloso, me muestra su certificado de participación en la peregrinación a Luján.
Esperando al señor Galán
Me sobraba media hora, y media hora es larga en el silencio de las cuatro y media. Me senté en una plazoleta cercana a la casa del señor Galán. Es una cuadra de casas lindas, jardines ordenados y rosas nítidas. En la plazoleta, tan desierta como las calles que la rodeaban, un muralista se había despachado a gusto. Como seguramente nadie mira los murales, le han dicho: "Haga, haga lo que quiera". Y él dio rienda suelta a su imaginación. Todo es alegórico y encierra como una moraleja. En uno de lo murales, un sol despide chispas hasta la mitad, en la otra mitad hay lágrimas gruesas como balas. Los colores son sucios y contrastan con la cúpula neta de la iglesia trasera y con una palmera verde rozagante. A ese mural no lo descifré. Otro es sobre la identidad perdida. Una bandera argentina enlazada a una mapuche y al lado un árbol con raíces que parecen los dedos de una mano escarbando la tierra. La moraleja sería recobremos la identidad, ¿pero esta está en la tierra? ¿en la raza? Pero se ve que corresponde a una emoción muy profunda del autor. A otro, lo interpreté, es sobre Buenos Aires. Está el Obelisco, un edificio de muchos pisos que bajo tiene una oficina con un cartel de Coca Cola y como en el sexto piso, un cartel de McDonald’s. Perdonemos el lapsus, ya que los macdonalds suelen estar en la planta baja. Este viene a ser el consumo, el capitalismo. En la calle se ve a dos ejecutivos, bastante logrados, un mendigo que pide correctamente y como dirigiéndose al que lo ve, en tamaño enorme, un espectro irredento. Me parece que quiso decir: "Si vas a la ciudad, te convertís en eso". Debajo de este: Roke Pérez, 2003.
Llegó la hora de ver al señor Galán (sale de su casa con una valijita, todo historiador que se precie lleva documentos) y hacemos la entrevista en la heladería de la esquina. Me dice: "Roque Pérez era un abogado que socorrió a mucha gente cuando hubo la epidemia de fiebre amarilla en Buenos Aires y murió afectado por esta en Saladillo". (Entonces yo pienso que el espectro que vi en el mural no es el hambre que los espera si se van a Buenos Aires sino la fiebre amarilla.) Me dice:
–La población actual de Roque Pérez es de 12.000 habitantes, pero en 1940, antes de formarse el conurbano industrial, había 16.000 habitantes. Durante la Primera Guerra Mundial vino mucha gente que se afincó sobre la ruta. (Y por eso, pienso, Roque Pérez es como un rectángulo extendido.)
–Mi papá tenía tienda acá desde 1913. Se llamaba "El gran Barato" que era un desprendimiento de la que estaba en Buenos Aires, en Cerrito y Rivadavia. Cuando cerró, los empleados se instalaron en distintos pueblos de la provincia de Buenos Aires usando el nombre de la misma. Alguna gente de campo venía una sola vez al año a comprar a la tienda, porque venían al cementerio. Mi tío, que era carrero, repartía mercadería por el campo.
Me muestra una foto de Roque Pérez en 1920.
–Eran 200 casas, la plaza estaba alambrada porque las vacas la invadían.
Es una foto oscura y triste, donde las casitas parecen ahogadas por el campo. Le pregunto al señor Galán por el nacimiento de Perón; Lobos y Roque Pérez se disputan el lugar de nacimiento. Dice: "La autonomía de Roque Pérez es de 1913, antes pertenecíamos a Saladillo. Perón nació acá y se anotó dos años después en Lobos. Acá quedan dos terrenos a su nombre que no reclamó nadie". Volvemos al ahora: "El trabajo rural ha cambiado, está todo tercerizado, y además un tractorista debe saber computación para trabajar. Acá no hay desocupados, hay procesadoras de pollos que dan mucho trabajo. Las pezuñas de pollo se exportan a Rusia". Me pregunté qué harían los rusos con las pezuñas del pollo, pero no lo interrumpí, porque a los historiadores no les gusta que los interrumpan. Cuando vi que sacaba varios documentos más, le dije:
–Me tengo que ir.
Dijo: "Yo la llevo". (Eran tres cuadras.)
Le dije:
–Yo voy caminando, así miro un poco más.
Se ve que me castigué por no haber aceptado y me perdí. ¡En Roque Pérez! Perdí la palmera, la cúpula de la iglesia. Por suerte encontré el camino y ya me esperaban para volver.
Visto y oído
Hebe Uhart
Adriana Hidalgo editora