Una salvaje inteligencia
Por medio de la voz de una niña, en Nosotros, los Caserta Aurora Venturini explora las dimensiones imaginarias del mal bajo todas sus formas
Nosotros, los Caserta
A pesar de sumar cerca de treinta libros, entre cuentos, novelas, poemas y ensayos, la obra de Aurora Venturini (La Plata, 1922) cobró notoriedad tardíamente, en 2007, cuando su novela Las primas obtuvo el premio Nueva Novela de Página/12, y luego el galardón español Otras Voces, Otros Ámbitos (2009). A la feliz paradoja de que el premio "nueva" novela fuera otorgado a una mujer de 85 años con vasta obra, se agregó, en su momento, el arrollador encanto de la autora cuando narraba su vida a sus entrevistadores: fue, entre tantas cosas, amiga íntima de Eva Perón y estudiante de Psicología en La Sorbona, donde integró el círculo de amistades de conocidos existencialistas.
Su novela Nosotros, los Caserta , se publicó originalmente en 1992, pero contaba ya con dos premios literarios anteriores: el Premio Domani, de Verona, y el Premio Pirandello de Oro de la Colegiatura de Sicilia, ambos de 1969. El origen italiano de los premios no es casual: en esta espléndida, huracanada novela, Venturini vuelve a convocar, como en Las primas , aunque sin su radicalidad sintáctica (aquí sí existen los puntos y comas), la voz de una niña ferozmente inteligente y salvaje, que hacia el final de sus memorias, convertida ya en una mujer adulta, se reencuentra con sus orígenes sicilianos, cuando conoce a su tía abuela Angelina, dueña de una mansión en el Borgo.
La novela recorre prácticamente la vida entera de su protagonista, Chela Stradolini, una niña superdotada de la alta burguesía bonaerense que muy tempranamente padece la falta de afecto familiar y desarrolla, en consecuencia, un sadismo y una misantropía tan talentosos como escalofriantes. Pero lejos de las moralinas, la voz en primera persona de Chela encarna, al mismo tiempo, toda la intensidad de una subjetividad brillante, así como las miserias y la crueldad a las que su linaje parece condenado como víctima y victimario desde hace siglos. Al arribar a Sicilia, Chela no sólo encuentra en su tía abuela el, acaso, único amor genuino (con sus remates incestuosos), sino que también descubre las reliquias que testimonian la maldición que pesa sobre los Caserta, a través de figuras de enanos y seres deformes, cuyo vivo testimonio son la propia Angelina (enana) y el hermano menor de Chela, también víctima de la malformación.
Nosotros, los Caserta parece escrita bajo la convicción de que la literatura es el ámbito para hurgar en el mal bajo todas sus formas; no el mal soso y previsible de los puritanos, sino aquellas dimensiones imaginarias del mal que poseen potencia estética y que redimen del agobio biempensante. No casualmente Venturini ha traducido y escrito sobre la obra del Conde de Lautréamont. En su novela, hay un despliegue metafórico desconcertante por lo original y arrebatado, y a la vez, un talentoso uso de las malas palabras. Al leerla, es posible hallar un raro éxtasis de felicidad verbal, algo así como el perfecto cruce de un poema de Rimbaud con la puteada de un camionero en un mal día. Una prosa que expresa "un desarraigo total, final y horrendo", con distinción asombrosa.
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