Una reinvindicación del erotismo
En La pasión erótica. Del sátiro griego a la pornografía en Internet, que editará Paidós, el narrador uruguayo Ercole Lissardi contrapone al tradicional paradigma amoroso de Occidente la libido desenfrenada de faunos, demonios y libertinos
Una de las tradiciones más antiguas y sólidas de la cultura de Occidente, tanto desde el pensamiento como desde el arte, se refiere al amor. El extraordinario esfuerzo de revisión de la propia historia cultural que se produjo en Europa a lo largo de los siglos XIX y XX condujo –entre otras cosas– a la fijación de lo que podríamos llamar el paradigma amoroso, es decir, una tradición de figuras de sensibilidad y de pensamiento que, a lo largo de la historia de Occidente, han encarnado en toda su pureza la idea del amor en tanto vínculo espiritual y exclusivo. Dicho paradigma ha servido a manera de repertorio de ejemplos, de espejos en los que debieran aspirar a reflejarse las almas nobles.
Algunos de los libros en que ha quedado fijada esta tradición son: El amor y Occidente, de Denis de Rougemont (1939), La naturaleza del amor, de Irving Singer (1966) y El amor puro, de Platón a Lacan, de Jacques Le Brun (2002).
Los tres autores señalan, por supuesto, a El banquete de Platón como la instancia fundadora de la tradición. De Rougemont se interesa sobre todo en los mitos y las leyendas medievales: Tristán e Isolda, los trovadores del amor cortés, etcétera. Los tres densos tomos de la obra de Singer intentan ser exhaustivos. En la Antigüedad incluye a Plotino, pero también a Ovidio y a Lucrecio. En la Edad Media va desde San Agustín hasta Martín Lutero, tomando como punto de partida a Pablo de Tarso. En el Renacimiento va desde Petrarca a Castiglioni y a Montaigne. Llegados a la Modernidad, están por supuesto Shakespeare y Rousseau, fundador del romanticismo, y también Goethe, Byron, Stendhal y así siguiendo. Finalmente, abriendo las puertas al siglo XX: Kierkegaard y Schopenhauer, luego Proust y Freud, muchos otros. He entrado un poco en detalle para mostrar hasta qué punto la idea del amor ha estado presente en la producción de las mejores mentes de Occidente.
Le Brun se circunscribe a la forma más radical del amor, la que el teólogo francés del siglo XVII, Fenelón, llamó amor puro: el que no espera recompensa ni reciprocidad alguna, y ni siquiera aspira a la posesión de su objeto. Pasa revista a quienes el mismo Fenelón señala como autoridades en la materia: Platón, San Pablo, San Agustín, Bocaccio y Petrarca. Luego propone a quienes retomarían el tema donde lo dejó Fenelón: Kant, Schopenhauer, Sacher-Masoch, Freud y Lacan.
No voy a abundar en la caracterización del paradigma amoroso, verdadera máquina de gestión espiritualista del eros. Todos conocemos, más o menos, su sustancia y sus figuras, y, sobre todo, sabemos acerca de la fuerza con que a lo largo de la historia de Occidente sus valores han modelado a las personas en su búsqueda de objetos de amor, ya sean inmanentes o trascendentes. Para profundizar en el paradigma amoroso es suficiente la bibliografía que acabo de citar.
Bastará aquí con explicitar dos de sus características esenciales. La primera es que se trata de un paradigma fundamentalmente discursivo: tiene la palabra, se concreta y expresa a través de ella. La segunda es que en todo tiempo y lugar ha sido sostenido y fomentado por las instituciones más poderosas: el logos, la Iglesia, el Estado y sus leyes.
Pero el paradigma amoroso no es el único que en Occidente se ha ocupado del eros, de la atracción erótica. Existe otro paradigma, otra tradición de sensibilidad, cuya definición, hasta donde sé, aún no se ha intentado y que, por consiguiente, en tanto tradición con una lógica y una conciencia propias es culturalmente invisible.
Lo que caracteriza a este otro paradigma, el paradigma fáunico, es el hecho de privilegiar el apetito sexual, el deseo, la curiosidad sexual, la voluptuosidad como vectores esencialmente enriquecedores de la peripecia humana. La permanente voracidad sexual, perpetuamente satisfecha, es el camino del Nirvana que predica y al que aspira.
El paradigma fáunico es, en principio, mudo. Se expresa a través de imágenes, en tanto representaciones concretas, pero también en tanto representaciones fantasmáticas. A lo largo de la historia cultural de Occidente, lenta y progresivamente, el paradigma fáunico accederá a la palabra, como veremos.
El paradigma fáunico ha sido rechazado y reprimido por las instituciones que han regulado la vida, el pensamiento y la sensibilidad en Occidente. No por eso ha dejado de configurar una alternativa para el sujeto –clandestina durante largos períodos, pero eficiente– a la hora de seleccionar sus opciones.
Las figuras paradigmáticas
Así pues, nuestra cultura se ha dado dos principios opuestos y enfrentados para configurar el universo de las relaciones eróticas, para gerenciar, podríamos decir, la pulsión erótica: el paradigma amoroso, que ha sido objeto de abundante tratamiento y teorización, y el paradigma fáunico, que ha permanecido invisible, mudo, secreto y que sólo muy lentamente, a lo largo de los siglos, accederá finalmente a la palabra.
Las formaciones simbólicas a las que denominamos figuras paradigmáticas han funcionado como tales para el conjunto de una sociedad o de una civilización. En el caso del paradigma amoroso, figuras como el erastés y el erómenos del Banquete platónico, la criatura, el Creador y el prójimo de los cristianos, el trovador y la dama de las cortes medievales, la Beatriz de Dante, Romeo y Julieta, la Laura de Petrarca, el esclavo y su ama en el masoquismo conservan su validez ejemplificante a lo largo de extensos períodos de tiempo. Como veremos, de la misma manera sucede con las figuras del paradigma fáunico.
Una precisión de la mayor importancia: es el imaginario colectivo, y no ninguno individual por más sensible y perspicaz que sea, el que decide quién encarna en determinado momento, en determinada época, tanto el paradigma amoroso como el paradigma fáunico.
Las figuras paradigmáticas estimulan la emulación del valor que encarnan. A la vez permiten reconocer en los sujetos humanos concretos conductas similares a las de las figuras paradigmáticas –sean esas conductas espontáneas o producto de la emulación–. En otras palabras: permiten explicar las conductas de los sujetos concretos en términos de imitación (o, en el límite, de posesión).
Se puede decir de un sujeto que es un fauno o que tiene una personalidad fáunica. Este tipo de personalidad se da, por supuesto, en hombres y mujeres por igual, dependiendo del tipo de sociedad en que se vive la posibilidad de expresarla más o menos abiertamente.
A la personalidad fáunica no la conmueven en absoluto los valores que propone el paradigma amoroso. Los ignora olímpicamente, a menos que le sirva para sus propios intereses fingir que adhiere a ellos. Una verdadera personalidad fáunica, en el fondo, se lo confiese a sí misma o no, no conoce otras motivaciones para sus actos que no sean las sexuales.
Ercole Lissardi