Una realidad invisible
Son casi dos décadas en que la obra de Marina De Caro (Mar del Plata, 1961), con acento en el textil como medio expresivo y ampliando cada vez más su espectro hacia la conjugación con otros lenguajes artísticos -el dibujo, la pintura, el uso del color, la cerámica-, opera en un linde artístico y poético, con un enfoque que gravita también en lo antropológico y cultural.
Su actual exposición Turista en un agujero negro , en Ruth Benzacar, introduce al espectador en una puesta en escena de núcleos diversos que invita a realizar, como el título lo indica, un viaje a través de la muestra, con diversas estaciones: dibujos pequeños acuarelados y estatuillas rococó de porcelana intervenidas; retratos en tintas; pinturas; un cuerpo de cerámica amarillo de doble cabeza, en el que emerge una nube identificable, tal vez, con la conciencia misma; un enorme papel blanco enmarcado con el dibujo de una cabeza que cuelga; una instalación de dos cuerpos de cerámica en rojo y amarillo mutilados, en apariencia, y un manojo de papeles que pende sobre ellos; figuritas diminutas; un dibujo en color de un cuerpo negro desde donde irrumpen algunos de los órganos internos y se unen a las extremidades superiores; retratos; otro gran manojo textil y de papeles y formas multicolor y más desmembramientos anatómicos en cerámica. Ésta ha sido la última variación del lenguaje de la artista, y las piezas incluidas en esta oportunidad fueron hechas en el Sunday Morning Hertogenbosch, en Holanda.
La exposición solicita más de un recorrido. Es un viaje interior, y lo ideal sería mimetizarse con cada una de las situaciones planteadas para acompañar el proceso. Se vuelve evidente confirmar aquellas opiniones que relacionan a De Caro con Louise Bourgeois o con Lygia Clark, no sólo por la conversión que ellas hicieron de los materiales más rígidos y duros de la escultura tradicional a otros más blandos, sino también porque ambas artistas rompieron con ciertas formas para introducirse en otros planos de la conciencia.
Marina De Caro pertenece a esa estirpe de artistas; su genealogía podría enraizarse también con la de dadaístas y surrealistas. El entorno cultural occidental nos tiene acostumbrados a dialogar sólo con una parte de la realidad, la mitad visible. El turismo propuesto por De Caro no es otra cosa que un viaje a la conciencia profunda que busca, a través de la diversidad de las técnicas artísticas, de las formas, de los colores, y que los transforma en momentos simbólicos de ese tránsito.
La profusión, los cambios de materiales, las variadas metamorfosis podrían recordar también escenas de Max Ernst en aquella voluntad suya de hermanar los mundos animal y humano, en pos de una mirada interior. De Caro, en cambio, acerca la alfarería, antiguo oficio, el textil y la tejeduría, que simbolizan el destino. Ella establece un itinerario para que la conciencia y el cuerpo transiten los cambios necesarios.
La artista creó un mito contemporáneo. Suzi Gablik citaba a Mircea Eliade cuando éste dijo que no bastaba con admirar el arte de los primitivos, sino que había que descubrir las fuentes de esas artes en nosotros mismos, para darnos cuenta, en nuestra moderna-posmoderna existencia, de aquello que es aún mítico y que sobrevive en nosotros como parte de la condición humana. La obra de Marina De Caro nos despierta a esa realidad.
Ficha. Mario. Saved Calls , de Martín Weber y Turista en un agujero negro , de Marina De Caro, en Ruth Benzacar (Florida 1000), hasta el 9 de septiembre
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