Una pasión afgana por los libros
Por Susana Reinoso
"El pequeño Omar tiene un Kaláshnicov con tres cargadores. En cada cargador hay veinte balas. Gasta dos tercios de las balas matando a sesenta infieles. ¿Cuántos infieles mata por bala?" Así aprendían matemática los niños afganos durante el régimen talibán.
La corresponsal de guerra y escritora noruega Asne Seierstad reflejó éste y otros espeluznantes ejemplos de transmisión de cultura en su best seller "El librero de Kabul", que ya vendió más de 1,5 millones de ejemplares en 29 lenguas y llegó este mes a la Argentina, de la mano de Editorial Océano.
El libro recoge la experiencia de convivencia durante cinco meses de Seierstad con una familia afgana cuyo patriarca es el librero Mohamed Shah Rais, a quien la autora llama Sultán Khan. No siendo una típica familia afgana, dado su nivel de vida, los Khan fueron, según contó la periodista a LA NACION, inspiradores de un retrato cultural de una sociedad sumergida casi en la Edad Media, como lo ha contado la corresponsal de LA NACION Elisabetta Piqué.
En un país con un 90% de mujeres y un 75% de hombres analfabetos, el librero descubierto por la periodista noruega es una rara avis que se convierte en un héroe nacional por los riesgos que asume para salvar colecciones y volúmenes de literatura afgana, primero del saqueo soviético, luego de la guerra civil y, finalmente, del fuego de los talibanes.
El régimen talibán dio el tiro de gracia a la cultura y el arte afganos con la destrucción de la Biblioteca del Rey, el Museo de Kabul, las esculturas milenarias de Buda y la quema de libros con imágenes de personas y animales, entre otras políticas culturales de gobierno.
La paradoja de Khan radica en que, pese a su actitud despótica con las mujeres de su casa y su férrea conducta religiosa, es capaz de tener ideas liberales y experimentar una pasión inexplicable por los libros, al punto de dar con sus huesos en la cárcel por preservar sus tesoros bibliográficos.
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Con la caída del régimen talibán, Khan se arriesgó a imprimir clandestinamente los nuevos textos escolares, animado por la ayuda de US$ 2 millones destinada para tal propósito por la Unesco en Afganistán. Para Seierstad, la pasión del librero por preservar la memoria cultural de Afganistán no radica tanto en su amor a la lectura como en su vocación para el comercio y en su voluntad por compensarles a otros su propio padecimiento por la falta de libros durante su vida universitaria.
La historia de Khan sorprende por excepcional en un país sometido al analfabetismo y al peso religioso en su cultura. Y es curioso el modo en que conecta esa necesidad de poseer libros en una nación devastada por las guerras con la conmovedora anécdota que el extraordinario músico de los Balcanes Goran Bregovic contó durante la presentación de su ópera "Karmen, con final feliz", en Buenos Aires.
En Sarajevo hizo Bregovic el servicio militar, en un tiempo en que los soldados contaban con una biblioteca poblada de libros, incluso, de autores latinoamericanos. La única vez que robó algo en su vida fue, contó, un libro de autor argentino: "Alejandra", título con que se publicó en Francia la obra cumbre de Ernesto Sabato, "Sobre héroes y tumbas".
Después de que la guerra arrasó su casa y su biblioteca, Bregovic se abocó a reconstruir su vida, pero no tuvo ánimo de recuperar su acervo bibliográfico devastado. Hasta que un día milagroso, otro ejemplar de "Sobre héroes y tumbas" llegó a sus manos. Convencido de que se trataba de una señal, Bregovic decidió volver a poblar su vida con nuevos libros.
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