Se vendió una obra millonaria de Mondongo que sería la más cara del arte argentino
Los quince paneles que integran la instalación “Argentina (paisajes)”, que se exhibe ahora en Malba Puertos, fueron comprados por el coleccionista Andrés Buhar en US$1.270.000; los mostrará en un espacio subterráneo creado especialmente en Puerto Madero
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En un año excepcional para el dúo Mondongo, otra noticia impactante pone a sus obras realizadas con plastilina en boca de todos: el coleccionista Andrés Buhar compró por 1.270.000 dólares Argentina (paisajes), una instalación de 45 metros lineales distribuidos en 15 paneles de 2x3 metros. Exhibida actualmente en Malba Puertos, demandó a Juliana Laffitte y a Manuel Mendanha cinco años de trabajo, entre 2009 y 2013. Ese valor la ubica en el podio de las mejor vendidas del arte argentino en forma privada y hasta podría ser la nueva número uno, pero es difícil afirmarlo cuando un misterio envuelve aún al De la Vega que hasta ahora se conocía como récord.
Por un valor similar no confirmado se vendió en arteba, en 2019, una pintura mural 7x2 metros realizada por Jorge de la Vega en 1967. Trascendió que el comprador habría sido el empresario farmacéutico Daniel Sielecki, quien había pagado entre 1,2 y 1,3 millones de dólares a la galería MC. Junto a su socio Hugo Sigman había comprado en 1995 en Ruth Benzacar Desocupados (1934), de Antonio Berni, por una suma estimada entre 800.000 y un millón de dólares. Por otra parte, en subastas el récord lo tiene desde hace más de una década Concierto (1941), de Emilio Pettoruti, vendida en Christie’s (NY) en 2012 por 794.500 dólares.
“Esto es lo contrario de la banana de Cattelan: en un momento en que el trabajo artesanal está perimido, ellos van a contrapelo. Es interesante el acto de resistencia”, dijo a LA NACION Buhar, impulsor del centro cultural Arthaus, quien considera esta obra como “una gran metáfora de la Argentina, de su capacidad de reinventarse”. En la terraza de su centro cultural del microcentro porteño acaba de instalar en forma permanente otra pieza monumental de Mondongo: El Baptisterio de los colores (2021), una estructura de cinco metros de diámetro por cuatro de alto concebida para ofrecer una experiencia inmersiva con 3276 bloques de plastilina de distintos tonos. En 2027 inaugurará otro espacio con acceso gratuito concebido especialmente para exhibir su nueva instalación, probablemente subterráneo, cercano a la Reserva Ecológica.
“Hay obras que claramente nacen para ser públicas, y este es el caso. Mi lógica es buscar nuevos espacios para exhibir el arte, ver de qué manera generar un interés colectivo”, dijo a LA NACION Buhar, integrante del consejo de Fundación Malba, quien confesó su admiración por Eduardo Costantini, reconocido el año pasado con el Premio arteba al Coleccionismo. “Es una fuente de inspiración para mí –agregó-. Es fundamental para el arte argentino, todo lo que hizo y lo que seguirá haciendo”.
Este año, el fundador del Malba compró por una suma de seis cifras en dólares la Manifestación de Mondongo realizada en plastilina, pesa 120 kilos y está conformada por retratos tridimensionales de familiares, amigos y colegas de la pareja. Se exhibía en la sede de Barrio Parque a modo de homenaje a Antonio Berni junto junto con la obra original del maestro rosarino, una ambientación de una villa con chapas y Villa II (2023), adquirida por el empresario Esteban Deak. Consultado por LA NACION respecto de esta serie de ventas que no es usual en el mercado argentino, el dúo se limitó a decir que prefiere “no hablar de estos temas”.
Como parte de la muestra Mondongo sin título, en la sede de Arthaus se exhiben ahora por primera vez en la Argentina dos calaveras (la #2 y la #8 de una docena realizada con el mismo material entre 2009 y 2013), que pertenecían a coleccionistas de Bélgica y de Chicago, y un enorme billete de dólar de la serie Merca (2005), diseñado con 60.000 clavos. Todas ellas pertenecen a la colección de Buhar, que acaba de sumar además otra compra por una cifra que no quiso revelar: El sueño de la razón (2008), díptico que recrea con plastilina e hilo la cruda imagen del cuerpo de una joven violada y asesinada junto a la República de los Niños. Evoca un caso real, ocurrido en 2003.
“El foco de Mondongo no se ciñe a un crimen atroz, sino que también mira hacia un periodo de gran agitación en el que la democracia misma aparece como una fantasía, y cuyos crímenes a menudo permanecen sin resolver”, escribió el prestigioso curador Kevin Power sobre este trabajo, que se exhibió en 2017 en Los Ángeles como parte del programa Pacific Standard Time: LA/LA. Y Héctor Olea, en Mondongo está en el detalle (2018), apunta que “la imagen antecede a movimientos como Ni una menos, es una denuncia radical de la violencia de género siempre presente”.
La instalación Argentina (paisajes) tiene su propia historia inquietante. Durante un viaje a Entre Ríos, entre el murmullo de los bichos, las pisadas sobre hojas secas y el ladrido de los perros, la pareja tomaba fotos cuando se encontró con Keto, un hombre sordo que vivía a la intemperie. Los recibió carneando una mulita para celebrar la Nochebuena. Según ellos, la sangre le manchaba la cara y la ropa cada vez que su cuchillo golpeaba el costillar del animal.
Eso explica en parte las huellas siniestras en un paisaje que, sólo en apariencia, evocaba cuando se presentó por primera vez en el Moderno Los nenúfares de Monet. En esta versión entrerriana se respira un clima denso, por momentos perverso, en el que se puede descubrir una oreja humana tirada sobre el pasto, un par de zapatillas colgadas de las ramas, un cetro de chamán indígena y el reflejo de gente que grita en la costa del río Uruguay. Son los recuerdos que trae el agua del supuesto canibalismo practicado por los aborígenes originarios y de los vuelos de la muerte que se habrían realizado en la zona durante la dictadura militar.
Las ramas que se inclinan vencidas sobre el piso en medio del monte después de la inundación, mientras otras que crecían derechas buscando el sol, son según ellos una “metáfora de las posibilidades que residen en el deseo”. En su afán de vincular la obra con la realidad del país, marcada por reiterados ciclos de muerte y renacimiento, los artistas desestimaron la idea original de incluir la imagen de una retroexcavadora y un propietario latifundista. “Transmiten una impresión de pavor y de asombro, de misterio y de espiritualidad -escribe Olea en el citado libro-: una sensación de sorpresa ante el complejo tejido de tensiones del mundo”.
“Esta serie nos ofrece más que una representación visual -escribió por su parte Power, curador de la muestra del Moderno-: transmite el drama latente de la naturaleza, donde la belleza surge del caos primario y la energía de la vida brota en medio de la muerte y la putrefacción. El origen de Argentina (paisajes) está en la observación de la tierra, pero también en el entendimiento profundo de lo que nos hace humanos y lo que nos conecta con nuestra historia y nuestra geografía”.
Luego de su exitoso debut, que atrajo a 85.000 personas en el Moderno en 2013, el conjunto de paisajes se exhibió en instituciones como el MAXXI de Roma (2016) y el Museo Provincial de Arte Contemporáneo en Mar del Plata (2022). Hasta que llegó a Malba Puertos, donde integra hasta marzo la muestra Ensayos naturales curada por Alejandra Aguado, permaneció guardado en un depósito porque el dúo Mondongo no estaba dispuesto a separarlo ni a venderlo a alguien de otro país, pese a que habría tenido una oferta de Emiratos Árabes.
La gran pregunta ahora es quién se llevará la Calavera #5 de Mondongo que Barro ofrecerá en Art Basel, y que Costantini habría querido comprar hace años en una subasta. Entre las microescenas de plastilina que la componen tiene sobre su nariz el famoso urinario con el cual Marcel Duchamp se convirtió en “padre del arte conceptual” al convertirlo en Fuente, hace más de un siglo. Buhar aseguró a LA NACION que él no planea comprar esta pieza, que pertenece a un coleccionista argentino que contribuyó con fondos para realizar el paisaje de Entre Ríos.
“La calavera es un símbolo que alude tanto a la muerte como a la vida y que la historia del arte trabaja como memento mori: recuerda que morirás -apunta Olea-. El contenido de cada una de ellas es una síntesis de imágenes, un compendio que retoma con humor e ironía la Historia de la humanidad a partir de símbolos reconocibles”. En ese sentido, Buhar agrega que “es increíble como logran ser populares, tocando temas centrales del arte con los que logran interpelar a todos los públicos. Generan una fascinación por el detalle, por el logro técnico”.
El trabajo con recursos no convencionales es una de las principales características en las obras del grupo, fundado en 1999 con Agustina Picasso, quien luego se casó con Matt Groening y formó una familia con el creador de Los Simpson en Estados Unidos. Para entonces ya habían ganado fama internacional gracias a los retratos de los reyes Juan Carlos y Sofía de España, y su hijo Felipe, realizados en 2003 con espejitos de colores. Una irónica referencia a lo que los pueblos americanos recibieron de los conquistadores españoles a cambio de oro y plata.
Entre los retratos realizados con materiales relacionados con los personajes se cuentan el de Diego Maradona compuesto por cadenitas de oro, el del Che Guevara con balas, el de Eva Perón con pan o el de Lucian Freud con carne ahumada. Algunos de ellos, que incluyen el de Ruth Benzacar con fósforos y el de Federico Klemm con tachas de metal, se exhiben hasta mediados de este mes en Torre Macro.
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