Una noche cualquiera, un jardín
Fue hace un par de semanas, en esta ciudad fascinante que tenemos -pido disculpas, soy una orgullosa porteña-, una de esas noches en que el invierno se harta de sí mismo, a principios de septiembre, y nos dice que sí, que en pocos días más viene todo eso que parecemos desear siempre: las tertulias afuera, la exuberancia de los primeros brotes, la embriaguez del perfume a los jazmines.
“Vení, dale”, me insistieron. “El tema de la velada va a ser ‘las canciones’”. ¿Y cómo se puede resistir una amante de la música a semejante convite?. Así que allá voy, en el anochecer de un miércoles cualquiera al volante por Avenida Gaona, un área que excede mi mapa cotidiano, muy al oeste de mi zona de confort urbana, a encontrarme con lo desconocido: la grabación de un nuevo episodio de ¡FA!, el ciclo iconoclasta que lidera Mex Urtizberea desde 2022 en su propio hogar, un programa que bien conozco pero no sigo, y que se emite de una forma que casi no consumo (el streaming).
La cita es a las 20. “Puntual”, remarca el mensaje. Es un barrio arbolado de casas bajas y veredas amables, y a las 20 exactas un caballero fornido que vigila el ingreso con lista de asistentes en mano cede el paso. “Bienvenida”, sonríe, mientras abre la reja cual portal a otro mundo. Yo entro ahí como llega un convidado neófito, con esa mezcla de pudor y decoro de toda primera vez, con el temor de no pertenecer, ideológica, musical o socialmente. ¿No soy demasiado mayor para esto? ¿Soy demasiado rockera? ¿Estoy tan al centro que soy muy de derecha? No lo sé, le digo a mi mente. Solo vine porque me invitaron.
Cuatro pasos más adelante de mi retahíla de tremendas cavilaciones logro, al fin, levantar la vista. Y entonces aparece él, centinela de la magia: un mural espléndido de Diego Maradona en su arranque del Gol del Siglo, ese mismo que yo vi y grité en tiempo real siendo niña, en la casa de mis tíos. Una recepción con el Diez no está nada mal, pienso, y avanzo. Cinco segundos después, ya en el gran salón comedor, me saludan otros ídolos, sonrientes y monocromáticos, en las paredes: los retratos de Charly García, Luis Alberto Spinetta, Gustavo Cerati. A esta altura, ya no sé si estoy en un hogar ajeno o en el Museo Popular de la Argentinidad, pero la estrategia funciona: extrañamente, qué cómoda me siento. Por los parlantes brota un riff de guitarra que también me es familiar hace años. “Tengo el corazón abierto/Todo el mundo puede ver un camino para correr”, dice la voz de David Lebón en “Esperando nacer”, uno de los temas más hermosos de Serú Girán. ¿Cómo negarme a todo esto?
Sigo abriéndome paso en esta casa repleta de desconocidos que me sonríen. Y de repente, vislumbro eso que, sin saber, vine a buscar: un jardín en ciernes, un anticipo de algo mejor. Sobre el verdor incipiente hay artistas, actores y actrices de moda, ejecutivos discográficos, influencers y nombres que están alto, muy alto en los rankings de las plataformas de música hoy. No soy amiga de nadie, pero qué lindo es estar acá, siento. Qué estupendo es descubrir que este rapero de 17 años al que jamás escucho porque “no es lo mío” toma el micrófono e interpreta un cover con un sentir rioplatense que emociona, que esta folklorista tiene una voz capaz de rockear lo que sea… Qué patada en los prejuicios me están dando todos.
A la medianoche, cuando la grabación concluye y esa jam session a cielo abierto le abre paso a una fiesta tribal, desando mis propios pasos y me escapo, tímida y sigilosa como siempre fui.
Vuelvo exultante a mi casa. Escuchando canciones que hace años no hacía sonar y cantando sola en el auto, convencida de que no es necesario pensar igual, coincidir en todo, ser coetáneo, para hacer y vivir cosas hermosas. Pero qué linda está la noche… Qué ciudad más maravillosa tenemos, qué mezcla increíble que somos. Ya llega la primavera; no hay forma de que el futuro no sea brillante.
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