Una multitud conmovida despidió bajo la lluvia a Juan José Güiraldes
Fue sepultado cerca de la tumba de su tío, el autor de "Don Segundo Sombra"
SAN ANTONIO DE ARECO.- Es cierto que el pago se puso triste y que por un rato lloró, cuando al mediodía una nube negra lo apagó. También es cierto que el pago perdió al patrón entre aquella cerrazón y que, finalmente, fue la muerte quien lo halló.
Sí, para algunos, a "El cadete" Güiraldes lo terminó ubicando la muerte, pero como ese sol que ayer por la tarde cortó las nubes como el filo de su facón, el padre Tomás, durante la misa de cuerpo presente en la parroquia San Antonio, quebró con sus palabras creyentes la idea que algunos hombres tenemos de la vida y su final: "Despedida es bienvenida, ¡ahora sí llegaste al pago, Cadete!"
Se refería al pago del Cielo, a ese pago de Dios; seguramente mucho más inalcanzable que las miles de leguas de campo que muchos aspiran a tener y que, por verdad irrefutable, las tiene la Argentina como cimiento de tradición.
El sabio cura agregó también que el comodoro Juan José Güiraldes "hizo de la tradición una proclama" y otra vez acertó, porque junto al féretro de Cadete, cubierto con la azul-celeste y blanca, había no sólo una guardia de honor de la Fuerza Aérea Argentina, había gente grande con la boina o el sombrero en la mano y el poncho rodeando el cuello; había gente chica, muy chica, con delantales blancos y con las manos apretando otras boinas y, sus cortos hombros, intentando que no se le "resfalaran" otros ponchos.
Sin duda, si la tradición es un mensaje que se transmite de generación en generación, una doctrina que del pasado llega al presente y se proyecta hacia el futuro, un mensaje que incluye costumbres y usos, aquí estuvo presente. Ya había acertado hace tiempo el hombre muerto cuándo, hace 17 años, le dijo a este cronista en un banco de madera verde de unas de las tribunas de la Sociedad Rural Argentina: "La tradición no es un recuerdo melancólico del pasado, es un proceso permanente que no termina nunca". Y así, con esas palabras, el padre Tomás concluyó parte de su oficio mientras la familia Lucci interpretaba música de misa, pero con guitarreas y violines. Como, valseando la despedida, interpretando un estilo final con algo de milonga para El cadete.
Hombre de sobrenombres
En Areco, a las tres de la tarde doblaron las campanas, después de que Pedro Güiraldes leyó una carta de su hermano Pablo, que vive en los Estados Unidos y que resultó una suerte de necrología brillante de la vida de Güiraldes, el hombre de los varios sobrenombres: "Cadete, Tatai, Comodoro y hasta Tacho". Sin ninguna duda, este último por la influencia familiar de su adorable mujer: Tachi (Ernestina Holmberg Lanusse).
Alguien recordó que el templo de San Antonio se convirtió en monumento Histórico Nacional por gestiones del Comodoro. Otros, como Ezequiel Holmberg, se emocionaban al ver el pueblo de Areco en la calle, observando un cortejo que tenía la mejor de nuestras custodias: la de los gauchos. Casi tan sacrosanta como aquella de la que hablaba el tío escritor, Ricardo Güiraldes: "Al gaucho que llevo en mí, sacramente, como la custodia lleva a la hostia".
Y allí, junto a la tumba de su padre, frente a la cabecera de tierra en donde quedaron los restos del tío Ricardo, justo debajo del espinillo, llevaron a El Cadete. El gobernador de la provincia de Buenos Aires, Felipe Solá, también con el cuello envuelto por un echarpe pampa, relataba antes que la tierra golpeara la madera: "Conocía a El Cadete cuando tenía 19 años y yo era un lector del Don Segundo, impactado por ese relato demoledor de Ricardo Güiraldes que para mí se prolongó en el comodoro. Fue un hombre íntegro y múltiple, que siempre salía bien parado, con el cabresto en la mano", sintetizó el ingeniero, mostrando sus conocimientos camperos y no sin antes destacar la personalidad de un "ser nacional, no nacionalista".
El ex presidente de la SRA Guillermo Alchouron también hablaba de esa personalidad fundamental, "llena de valores que hoy cuesta encontrar".
Mientras tanto, el alazán malacara del Comodoro esperaba ensillado, con cojinillo marrón, bastos chapeados y sobrepuesto de carpincho que su patrón lo montara. Fue en vano, los puñados y paladas de tierra golpeaban sobre la madera, las lágrimas ya mojaban esa tierra y el querido Don Pepe Guevara, con los ojos como pocas veces se lo vio y para qué agregar que estaban irritados, representaba a todos los gauchos: "En nombre de todos nosotros, los paisanos, le digo, señor Comodoro, que sabemos que usted siempre nos seguirá ayudando, apoyando, acompañando. Es más, hace un rato pasó la tormenta y volvió el sol: creo, Comodoro, que en una de sus picardías nos compuso hasta el tiempo", sonrió con los cachetes húmedos Don Pepe.
A los sones fúnebres de la banda de la Fuerza Aérea se los llevaba el viento sobre el montículo de tierra que se esparcía por entre medio de las coronas, pero esa banda, la de El Cadete, cerró con la marcha de Malvinas y ya casi nadie pudo sostener la emoción y el recuerdo por la pasión de Juan José Güiraldes por nuestras islas.
Igualmente, el "manto de neblina" se corrió, o lo seguirá corriendo Juan José Güiraldes desde Areco y desde el tiempo, porque "los hombres hacen hoy la tradición de mañana".
Previo pedido de permiso a su madre, Tachi, Pedro Güiraldes gritó: "¡Viva la Patria!" "¡Viva!", le contestó la multitud pueblera.
Fue el adiós.