Una mujer entre Toulouse-Lautrec y Gardel
Es posible que un lazo misterioso haya unido la vida del pintor francés y la del rey del tango. En esta nota, la autora cuenta cómo sobre ese vínculo escribió su novela Mireya (Alfaguara), de próxima aparición.
HACE unos años, mientras escribía mi biografía de Eva Perón en una pequeña ciudad del sudoeste francés llamada Albi, que queda cerca de Toulouse, el adjunto del alcalde, Jean-Jacques Fleury (traductor de español y apasionado por la Argentina) me trajo un libro de Cortázar, con dibujos de Hermenegildo Sabat, titulado Un gotán para Lautrec. En ese texto, Cortázar pasaba revista a las francesitas del tango como Madame Ivonne o Margot. Pero el gran hallazgo consistía en haber descubierto que la Mireille del cuadro de Toulouse-Lautrec, El salón de la rue des Moulins, una gordita pelirroja con medias verdes, apoltronada sobre almohadones de terciopelo granate, se había venido a un burdel de Buenos Aires allá por finales del siglo. Agreguemos que el cuadro está en el Museo Toulouse-Lautrec de Albi, donde nació el pintor.
Hasta aquí la historia. Pero Cortázar que, según sus propias palabras, creía "en la verdad de toda buena invención", agregaba: "¿y no será que esa Mireille de Lautrec se convirtió entre nosotros en la rubia Mireya?" Jugar con lo que pudo haber sido siempre me pareció un ejercicio aún más estimulante que trabajar con lo que sí ha sucedido. Finalizada mi biografía de Evita decidí lanzarme a esa otra búsqueda de la verdad que consiste en inventar. El personaje estaba allí, tangible, en el cuadro de Lautrec, en una fotografía donde Mireille aparece desnuda delante del cuadro y junto a Lautrec, y en una carta que el genial enanito le había enviado a un amigo, donde decía: "Estoy desesperado porque Mireille se va a Buenos Aires. En dos años estará destruida". Y nada más. A partir de esos tres testimonios, exit Mireille, la verdadera. ¿Qué podía hacer yo para seguirle el rastro? ¿Consultar improbables archivos sobre la prostitución francesa en la Argentina? Mucho más acorde con la intuición de mi inspirador me pareció entrar en ese estado de extremada atención también llamado "estado de novela".
Aquí tendremos que ponernos de acuerdo con el sentido de la palabra invención. No me cabe duda de que Cortázar la empleaba en el sentido de descubrimiento más que de imaginación. Todo autor de novelas conoce la experiencia de descubrir a su personaje. Mireille, convertida en Mireya y en rubia para bailar tango, no escapó a esta costumbre que tienen los personajes de existir por su cuenta. Al principio nos pusimos de acuerdo: ella no halló objeciones cuando la ubiqué en un burdel de francesas de la esquina de Sarmiento y Libertad que se llamaba Régine. La geografía porteña estaba de nuestro lado: cerca del Régine había un restaurant, Le Cassoulet, que no podía disgustar a Mireille dado que Lautrec hasta tenía una receta propia de esa comida típica del sudoeste francés. Y un poco más allá, en la calle Montevideo, estaba el taller de planchado donde trabajaba otra francesa de Toulouse, doña Berthe Gardes. La ley de probabilidades nos sonreía: una planchadora francesa bien pudo haber llevado las sábanas limpias al burdel de sus compatriotas, y Mireille bien pudo encontrarse con el futuro Carlos Gardel de pantalón corto.
En cambio, cuando intenté interesarla en el tema de la prostitución judía polaca, la red de proxenetas que se llamó primero la Sociedad de Varsovia y después la Migdal, fracasé estrepitosamente. Ese capítulo no quería salir. Después de variados intentos terminé por entender que la suerte de las muchachas judías me interesaba a mí, no a mi personaje, y que mi tarea consistía exclusivamente en seguir la lógica de su vida. Pretender imponerle otro rumbo era caer en la desatención, es decir, en una imaginación que no descubre sino que amuebla el vacío de acuerdo con su soberana voluntad.
Moraleja, para escribir hay que ser muy humildes. Sólo de ese modo se llega a leer en la página, aunque sólo sea por atisbos, un cuento ya escrito. La pintura de Toulouse-Lautrec ilustra perfectamente esta clase de humildad: la Mireille pintada por él, sin ir más lejos, parece haber estado en la tela desde siempre, esperando que el pincel la revelara. Salvando distancias, hubo instantes en que al escribir tuve la sensación de reencontrar a Mireille. Y ella, por su parte, reencontró el tango. Cuando Margot, una de sus compañeras del Régine, le enseña a bailar esa danza de negros, lo que le dice es: "Vos tenés que acariciar el piso con los pies. Hacé de cuenta que el tango está allí y tus pies se lo encuentran". "Entonces es un destino", dice Mireille, cuya silueta, al bailar, se va desembarazando de los almohadones granates y poniendo como un reloj de arena gracias a los ochos del tango, de modo que al acostarse es infinita.
Quizás el avisado lector se habrá dado cuenta de que el viaje de Mireille, inmigrante francesa que llega a la Argentina, invierte el mío: aunque haya algunas diferencias de tiempo (ella viajó a Buenos Aires alrededor de 1897, y yo a París en 1978) y también, en cierto modo, de profesión, son viajes femeninos reflejados en un espejo. Después de veinte años de vivir en Francia estoy en condiciones de dar vuelta el extrañamiento: lo que a Mireille le sorprende en Buenos Aires es lo contrario de lo que a mí me sorprende en París. Además, Mireille-Mireya es, como se dice hoy, una marginal y una exiliada. Después de El árbol de la gitana, Maradona soy yo y Eva Perón, esos temas vuelven a obsesionarme. Nunca he logrado interesarme en un personaje cómodamente instalado en la vida con sillón propio, dueño de una tierra a la que él cree suya y de una sólida identidad a la que él cree única. Sólo entiendo a los saltimbanquis. La experiencia de perder tierra bajo los pies determina absolutamente la elección de mis temas. De haberme quedado en la Argentina, la idea de Cortázar me habría divertido. Al no haber sido así, la encontré familiar, como si se tratara de reanudar una conversación sobre una abuela imaginaria.
Volviendo al tango, al que sólo he logrado comprender lejos de mi país, Mireille descubre que ese baile tantea un suelo inestable, extraño, desconocido, y que la posición oblicua de la pareja reproduce la inclinación de la cubierta, en el barco inmigrante. El tango proviene de una imborrable travesía, y es obvio que la mía está lejos de haber terminado. Travesía ancestral, personal, literaria. Sin embargo, el último capítulo de Mireya se intitula "Volver", porque la heroína regresa a su ciudad natal, Albi. Prestar atención a los deseos del personaje no implica copiarle el final, pero también conviene estar atentos a lo que el personaje nos indica, no sólo en relación consigo mismo sino también con su autor.
Hablando de copias o, más bien, de inspiraciones, Cortázar decía que los artistas deberían imitarse los unos a los otros. Es exactamente lo que ha ocurrido con Mireille. Azar o conexión profunda, dos excelentes músicos argentinos establecidos en París, Jacobo Romano y Jorge Zulueta, han caído bajo la fascinación del mismo texto de Cortázar y han creado una ópera titulada Un tango pour Lautrec que se estrenará para las fiestas de fin de año en la Opera de Nancy. Ni yo he visto la versión musical de Mireille, ni ellos han leído la literaria. ¿Qué caminos les habrá indicado Mireille a ellos, seguramente distintos de los que me indicó a mí? El enigma será develado en Francia entre los meses de noviembre y diciembre. Al formular su pronóstico funesto ("en Buenos Aires en dos años estará destruida"), Toulouse-Lautrec no imaginó que los argentinos le devolveríamos a su muy amada pelirroja una vida escrita y cantada.
Por Alicia Dujovne Ortiz
Para La Nacion - París, 1998
--------------------------------------------------------------------------------
Se agradece la colaboración de la Librería del Turista para la ilustración de esta nota.
Más leídas de Cultura
Martín Caparrós. "Intenté ser todo lo impúdico que podía ser"
“La Mujer Gato”. Eduardo Costantini logró otro récord para Leonora Carrington al pagar US$11,38 millones por una escultura
Malba tiene nuevo director. “Que la gente salga de donde esté para visitar Buenos Aires”, dice el brasileño Rodrigo Moura