Una mujer con vocación de rebeldía
Estela Canto adquirió notoriedad en los años 90 con el polémico libro Borges a contraluz , donde recordaba su amistad con el autor de El hacedor ; sin embargo, también merece ser rescatada por sus ficciones en las que criticó duramente las convenciones.
EL año borgeano ha traído consigo nuevas publicaciones de ensayos y reportajes, conferencias, mesas redondas y hasta proyectos cinematográficos relacionados con el autor de El Aleph . Así, el cineasta Javier Torre anuncia la filmación de una película que se titulará Un amor de Borges . El título alude a Estela Canto (1916-1994) quien llegó a ser conocida fuera del país por la publicación de Borges a contraluz (reedición Planeta, 1999), libro polémico que se propuso, entre otros objetivos, develar penosas intimidades de su biografiado (como sus problemas afectivos y sexuales).
Pero Canto habría merecido tal difusión por sus propios textos ficcionales y no tan sólo por su vínculo amistoso/amoroso con una celebridad de las letras. Por cierto, su escritura es uno de los primeros emergentes notables en la novelística argentina escrita por mujeres en el siglo XX. Abre incluso, en ese contexto, una línea estética que va adquiriendo creciente dimensión e intensidad hasta nuestros días: la que podríamos llamar "el extraño camino de las imágenes" (donde la sucederán escritoras como Sara Gallardo, Elvira Orphée, Vlady Kociancich y otras). Sus personajes buscan el elusivo significado de sus vidas en el mapa perturbador de las imágenes: indagan en las fotografías, en los cuadros y en los espejos, en las visiones de los sueños, en las aguas de un estanque insondable, esperando una revelación sin Dios que les otorgue la medida de su deseo. Y esta indagación -sobre todo en las primeras novelas- transgrede los límites del canon realista, se abre a lo fantástico, rompe los esquemas de lo verosímil, adquiere un espesor poético y densas resonancias simbólicas. Si bien estas rupturas apartan a Canto de otras producciones novelísticas femeninas de la época (1945-1960), su propuesta coincide plenamente con ellas en la reiterada discusión de los roles estereotípicos de las mujeres moldeados por la normativa social.
Su vida fue coherente con ese debate. Los retratos de juventud nos muestran una muchacha morena, de facciones marcadas y una honda mirada dispuesta, como la de sus personajes, a perforar el tejido de lo aceptado y de lo evidente. Quienes la conocieron recuerdan su inteligencia provocativa, su independencia, su libertad desenfadada en el amor, su militancia política en el P.C., sostenida como otra forma de desafío al orden burgués, aunque sus libros nada tuvieran en común con el programa del realismo socialista. Este desafío supuso, quizá tanto para ella como para las figuras femeninas de sus relatos, un alto costo de choque, y no únicamente exterior, sino íntimo.
Sus heroínas se sienten presas de las convenciones, pero también le temen a una libertad que no podrán ejercer sin daño propio. La búsqueda de un destino diferente aparece como una fuerza revulsiva y trágica que modificará las rutinas de sus vidas aunque, en general, sólo para llevarlas a la destrucción. Sus criaturas esgrimen el develamiento de una "visión interior" que las reivindica contra experiencias intolerables de inferioridad y humillación, pero su lucha es a menudo fatal. Tanto Ida Ballenten ( El retrato y la imagen ) como Jacinta ( El estanque ) sucumben, arrasadas por la imposibilidad de integrar la fulguración de las imágenes internas con la hipocresía de los roles sociales. Quedan asidas a la adolescencia, en el umbral de una adultez que se les presenta como mentira y deterioro. Paula Feller ( El hombre del crepúsculo ) se mata, incapaz de soportar la indignidad y la vergüenza que ha arrojado sobre ella la mirada persecutoria y enjuiciadora de un adulto perverso: Evaristo Lérida. Isabel ( Isabel entre las plantas ) perpetúa los vínculos de servidumbre o de sadomasoquismo al continuar atada por afectos ambivalentes, con cierta dosis de venganza retrospectiva, al antiguo amante que la ha condenado a la esterilidad y el autodesprecio. Marta Arévalo ( Ronda nocturna ), que vive en la jaula dorada de la alta burguesía, busca situaciones amorosas brutales como una manera de evadir la asfixia cotidiana o de encontrar -convulsivamente- el rostro propio que ha perdido o que ha negado siempre.
Canto no se suicidó ni se dejó morir, como Ida Ballenten o Jacinta Medinar, antes de ingresar en el despreciable y temible mundo adulto que para sus personajes implicaba la anulación del "verdadero ser", la renuncia a la radicalidad violenta y pura del deseo. Antes bien, enfrentó esa amenaza de degradación que rehuyeron sus heroínas y probablemente perdió la partida. Había, sin duda, una dolorosa distancia entre la joven brillante que fascinó a Borges y la mujer madura, adicta al alcohol y propensa a los escándalos intempestivos que volvió a frecuentarlo años después.
Pero el deterioro personal no arrastró consigo un deterioro literario. Estela Canto, viajera a contracorriente, siguió escribiendo desde la rebelión, denunciando tanto la trama de los circuitos de poder como las propias claudicaciones, recorriendo itinerarios paradójicos de apasionada impotencia y libertad fatal, dibujados por una red de imágenes incantatorias.
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