Una mirada poco convencional al universo de Torres García
Redactó en París el Manifesto Constructivo Voluir construire (1930), dibujó el mapa de una América invertida, convencido de que debía hallarse un camino propio para el arte americano, sentenciando siempre que "nuestro norte es el sur". Ninguna acción de este uruguayo trashumante fue concebida por fuera de una teoría y una filosofía sobre el arte, con las que logró saltar la barrera de la plástica y alcanzar la arquitectura y otras disciplinas. Joaquín Torres García murió en Montevideo, su ciudad, en 1949. Pero su obra pictórica y teórica, como tantas veces, está de vuelta.
La muestra más relevante que la Galería Sur haya hecho hasta hoy de este uruguayo universal exhibe obras de colecciones dispersas por el globo y propone una mirada poco convencional de su producción artística. Parte de lo reunido, que con gran esfuerzo logró traerse hasta aquí desde todos los continentes, viajará en breve a la Feria Tefaf Maastricht, en Holanda, y puede verse hasta mañana inclusive en el local de la galería La Barra (ruta 10, parada 46).
No se trata esta vez de un repaso cronológico del quehacer del padre del universalismo constructivo. El foco está puesto en las temáticas que Torres García abordó: el paisaje, el retrato o sus incursiones en el mundo de los juguetes y los muebles. Esta lectura didáctica y temática es posible "porque Torres García fue un artista cuyo rico legado plástico excede los constructivos, que es lo que más se conoce y difunde de él", resume a LA NACION Martín Castillo, director de la galería, que cumple 35 años.
En el recorrido propuesto aparece la ciudad como elemento distintivo de la modernidad. "Se trata de la modernidad que otro gran artista, Rafael Barradas, lo ayudó a descubrir. Las ciudades de sus obras son urbes vivas, lugares en los que aparecen los coches, las vidrieras, los comercios". Son, básicamente, ciudades habitadas, con su gente y sus cosas, como las que pueden verse en Calle con tranvía (1923), Livorno (1924) o Coin de Rue a Paris (1927).
Mucho antes de los móviles y las esculturas cinéticas del genial norteamericano Alexander Calder, Torres García ya había ofrecido su propuesta más lúdica para rendir culto a una infancia que, en su cosmos, es la infancia de la Arcadia, la de la especie humana. Sus Aladdin Toys, en madera, son "pequeñas obras móviles con las que el espectador se relaciona de forma activa. Elementos de arte interactivo, igual que las sillas u otros muebles creados por este Homo faber que lo hacía todo, que producía todo aquello que rodeaba su vida cotidiana. Dibujaba, creaba tipografías, fabricaba las bibliotecas para sus escritos, ya que a su legado plástico sumó importantes documentos teóricos sobre filosofía y estética".
En ese recorrido no convencional propuesto por la muestra también hay una mirada a la evolución en Torres de la figura humana. "En Barcelona se acercó al Neucentisme Catalán y varios años más tarde, en Francia, retomó los frescos neoclásicos. Sus figuras luego se fueron estilizando y africanizando, se ve concretamente el pasaje de lo grecorromano a lo africano -describe Castillo-. Y también cómo integra en su obra al arte precolombino, una presencia alimentada en París por sus constantes visitas al Museo del Hombre".
Puerto metafísico es la obra que más impacta, y el único mural que sobrevivió al incendio en el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro que, en 1978, devoró 74 obras de Torres García. Y están también los colores: primero los grises y los ocres y después los primarios. El rojo, el azul y el amarillo "que conforman el ADN de la pintura moderna del Río de la Plata".
El arte de "un arcaico en la modernidad" que, como expresa Gabriel Peluffo Linari en el catálogo/libro de la muestra, fue absolutamente personal en su modo de estar en las vanguardias, en tanto se mostró como un "disidente descreído del progreso y del rumbo de la modernidad". Su universalismo constructivo, su visión de un arte de ideas propone un "origen que no está definitivamente en el pasado, sino en el instante de un presente que busca en el pasado el hilo cortado de la Gran Tradición, para retomarlo".
En el final de sus días, el propio artista escribió contra las modas sin filosofía ni tiempo: "Si quisiéramos ponernos en el siglo en que estamos, deberíamos ponernos en los colores industriales y no en los tonos de la tradición (...). Por muchos años este dilema me ha atormentado y por esto, con frecuencia me he volcado de uno a otro lado. Pero esto debe terminar. Ese fantasma de lo moderno, que tanto me ha hecho vacilar, al fin hoy quiero liquidarlo para siempre".
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