Una invasión cósmica en el jardín botánico de Nueva York
La histórica fascinación de Yayoi Kusama con el mundo natural inspira las monumentales esculturas florales que se exhiben al aire libre en el Bronx
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Una de las cosas que nos quitó la pandemia, al menos por un tiempito más, es la embriagadora experiencia de perderse en medio de la multitud. Para algunos se trata de una experiencia emocionante, y para otros es irritante, o perturbadora, pero siempre aporta un cambio de perspectiva.
Esa es la sensación que relaciono con la obra de la artista pop y conceptual de 92 años Yayoi Kusama, famosa por sus espejos infinitos, sus pinturas y esculturas cubiertas de lunares, pero sobre todo por las hordas de fans que atraen sus exhibiciones. Desde el fin de semana pueden sumergirse en esa vertiginosa delicia de lunares y reflejos infinitos en Kusama: Cosmic Nature, una extensa muestra de esculturas al aire libre, acompañada de instalaciones especiales y exhibiciones de galería, todo montado entre los cerezos en flor del Jardín Botánico de Nueva York. Con entradas con tiempo de permanencia limitado y 100 hectáreas para deambular, los jardines ahora también ofrecen la inusual oportunidad de disfrutar de la obra de Kusama casi en soledad, o al menos sin chocarse.
La preparación de la muestra llevó tres años e incluye varias piezas muy ambiciosas, además de un par de ingeniosos revivals de los clásicos de Kusama y una pequeña pero sólida retrospectiva de sus pinturas tempranas y de sus performances. No toda la obra nueva está igualmente lograda: Dancing Pumpkin, un gigantesco pulpo de casi 5 metros cubierto de lunares, y I Want to Fly to the Universe, un sol de aluminio con retorcidos tentáculos rojos, son perfectas; Flower Obsession, una instalación en la que se le pide al visitante que pegue calcomanías en las paredes de un invernadero, es demasiado efectistas.
Pero la idea general de instalar el patrón repetitivo de lunares de Kusama sobre esa profusión de verde de un jardín botánico es muy inspirada. Kusama creció en Matsumoto, Japón, donde sus padres tenían un vivero, y las plantas siempre han tenido un enorme en la vida psíquica de la artista. Las dibujó —basta con detenerse a mirar un par de minuciosos dibujos a lápiz que hizo en la adolescencia— y también las alucinó, como cuando era chica y la visitaban calabazas y malvones saltarines. También veía patrones ópticos, y la artista siguió luchando con su salud mental incluso después de mudarse a Nueva York, donde organizó protestas y “happenings”, para luego volverse a vivir a Japón.
La mezcla de enormes flores de acero pintadas de colores brillantes y palmeras naturales vivas, en el Conservatorio Enid A. Haupt del jardín botánico, ofrece un sorprendente y sutil juego de formas y colores. Más asombrosa todavía es la forma en que naturaleza y artificio parecen complementarse psicológicamente. Los lunares, comparativamente fríos y duros de Kusama, sacan a relucir en nuestra mente el costado más oscuro de las plantas, su irrefrenable e impersonal impulso de crecimiento, reproducción y deterioro. Al mismo tiempo, las flores naturales hacen resaltar el nostálgico anhelo del proyecto artístico integral de Kusama, un éxtasis levemente desesperado que esta artista famosamente prolífica viene fabricándose para ella misma desde hace décadas.
Puertas adentro, la explosión de lunares continúa
Cuando uno ya sabe qué buscar, también puede encontrarlo en las galerías cubiertas, especialmente en una instalación llamada Pumpkins Screaming About Love Beyond Infinity: calabazas de acrílico amarillo sembradas de luces led, que llenan un cubo de vidrio de 1,5 metros en una habitación a oscuras, cerca de la entrada principal del botánico. Primero se enciende una pequeña calabaza, como la mente de un niño que se abre a la consciencia. Y a medida que se encienden los demás, descubrimos que el cubo que contiene las calabazas es de espejo infinito, que replica interminablemente esa pequeña escena de la que no puede escapar la mirada.
Narcissus Garden, la pieza fuerte de la muestra, es una especie de “revival” de la obra que Kusama creó para la Bienal de Venecia de 1966. Sin invitación para participar de la bienal, Kusama se instaló en las inmediaciones, rodeada de 1.500 esferas de acero reflejante del tamaño de bolas de bowling y con un cartel que interpelaba a los curiosos y los coleccionistas: “Tu narcicismo en venta” -luego, Kusama fue invitada oficialmente en 1993, cuando ocupó el pabellón japonés de la bienal-. Ahora, en el Bronx neoyorquino, la pieza interpela las pretensiones humanas más en general. Sobre las aguas del estanque artificial del Jardín de Plantas Nativas, las bolas de acero flotan libremente, en pequeños grupos que se amontonan sobre las orillas y entrechocan suavemente con un tintineo. Cada tanto, una de ellas se desprende sola y flota a la deriva entre los patos.
Traducción: Jaime Arrambide