Una inmensa librería que incorpora novedades
El tradicional encuentro de autores y lectores en La Rural suma este año un ciclo destinado a cautivar a los amantes de la gastronomía
Sabemos que uno de los grandes atractivos de la Feria del Libro es su condición de inmensa librería: 45.000 metros cuadrados cubiertos de mesas y estanterías que exhiben libros nuevos, viejos, brillantes, cubiertos de polvo, para niños, para neuropsiquiatras, en coreano, en portugués, obviedades, rarezas. Pero a la Fundación El Libro –entidad que organiza la muestra– no le alcanza con poner el material a disposición del público, apunta a un objetivo mucho más alto que es estimular el interés y la curiosidad por esos libros, es decir, la vieja y remanida promoción de la lectura. Para eso propone una gran cantidad de actividades, que van desde jornadas de capacitación para docentes y visitas escolares hasta cursos sobre el Quijote o la obra de Héctor Tizón, la visita de un escritor ruso y la conferencia de un premio Nobel. A nuestro programa se le suman las actividades organizadas por los mismos expositores y, así, en conjunto, llegamos a más de 500 eventos en salas (y muchos más si se cuenta lo que sucede en los stands).
El riesgo, entonces, es que terminemos generando tanto "ruido" que al final resulte imposible justamente lo que queremos: que los visitantes puedan reconocer sus intereses y encontrar el camino que los conduzca a los libros apropiados. Desde la organización decidimos, por un lado, reducir la cantidad de actividades propias y, por el otro, sumarlas: reunirlas en uno o dos días, unirlas y potenciarlas entre sí para que puedan destacarse con más fuerza. Es lo que vienen haciendo con éxito el Encuentro de Narradores Orales y el Festival de Poesía, lo que iniciamos el año pasado con el Diálogo de Escritores Latinoamericanos y lo que ahora echaremos a rodar, sí, ¡con libros de cocina!
¿Por qué libros de cocina? El año pasado, en la Feria del Libro de Santiago de Chile, pude escuchar la interesante conversación entre un grupo de editores y miembros del Consejo de la Cultura y las Artes, organismo estatal que define las compras para las bibliotecas de todo el país. Quedaba claro que venían arrastrando un largo debate en el que un grupo de autores y críticos había objetado los textos seleccionados para dichas compras, al sostener que incluían demasiados libros de autoayuda, de manualidades, en fin, que "no eran literatura". Dejando a un lado el espinoso tema de qué sí "es literatura", me quedó grabado el veredicto de una editora entrada en años, expresado con tono magistral: "Nunca desestimes el valor de un libro de cocina. ¿En cuántos lugares aislados y distantes no habrán comenzado a leer para poder descifrar una receta nueva?".
Los libros de cocina son uno de los géneros más antiguos de los que hay testimonio. Según Stephan Füssel, historiador y biógrafo de Gutenberg, el primer libro impreso después de la Biblia fue un tratado sobre hierbas y su preparación. Recién después comenzaron a aparecer las crónicas y los textos para la universidad. Los contenidos de este tipo de libros son herramientas valiosísimas para los antropólogos y una investigación de sus procesos de edición podría ofrecer capítulos muy sabrosos sobre la historia de la vida cotidiana en cualquier lugar del mundo.
Hoy en día, los libros de cocina enfrentan nuevos desafíos. Sobre todo, es su valor práctico lo que se pone en duda: en Internet hay recetas para cualquier cosa y conozco adolescentes que han hecho un coq au vin siguiendo las instrucciones paso a paso dictadas por un video de YouTube. Convertir un libro de cocina en un e-book implica complejidades mayores, y los editores especializados también tendrán que convertirse en productores de video, entre muchas otras cosas. Quizás esto explique la relevancia que, ya hoy, tienen los "cocineros mediáticos".
Los debates que el Ciclo Milhojas ofrecerá al público que visite la Feria durante el primer fin de semana estarán lejos de estos temas y mucho más cerca de los intereses variados y curiosos del público que viene sumándose con entusiasmo a festivales de gastronomía y otros encuentros especializados. Lo que deseamos fervientemente es que aquellas personas que vengan para conocer de una buena vez a Choly de Berreteaga o deleitarse con los chocolates de Osvaldo Gross se enteren, quizá, de que ese mismo día también podrían escuchar al español Javier Cercas, al italiano Stefano Benni, al francés Mathias Enard y al argentino Guillermo Saccomano, entre muchos otros. Es decir, ojalá que se vayan con muchos libros bajo el brazo y descubran más para leer.
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