Una increíble historia de supervivencia
Durante la Segunda Guerra Mundial, Nusia Stier tuvo que ocultar su origen judío y terminó adoptada por una familia antisemita. En este diálogo recuerda su experiencia, que Alejandro Parisi narra en una flamante novela
Los relatos de la memoria viva suelen desafiar la historia. Allí donde el pasado parece fijado en imágenes inmóviles, la narración de una experiencia directa desestabiliza y vuelve más complejo lo que se cree saber. Tal es el caso de la asombrosa historia que relata con su marcado acento polaco Nusia Stier de Gotlib, de 83 años, que vive en la Argentina desde 1949. Hija de una familia judía de la ciudad Polaca de Lwow –actual Lviv, en Ucrania–, Nusia sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial en un derrotero casi inverosímil. En La niña y su doble (Sudamericana), relato de vida que Alejandro Parisi ha escrito como una apasionante novela, se cuenta cómo Nusia y su familia convivieron desde 1939 con la ocupación soviética hasta que la invasión nazi transformó la vida de los judíos de Lwow en una desesperada lucha por la vida. Nusia debió transformarse en otra: se hizo ucraniana y cristiana, se llamó Stanislawka Jendrus y luego, cuando fue adoptada por ucranianos, Slawka. Debió esconder su identidad judía para mezclarse entre sus enemigos y cumplir el mandato de su padre: mentir, callar, rezar, fingir, hacer todo lo necesario para sobrevivir.
Entrevistada por adncultura en su departamento porteño, Nusia recurre a su prodigiosa memoria para hilvanar un relato que devela tanto las desgracias de la guerra como los enfrentamientos raciales y políticos entre varios pueblos.
–¿Cómo era Lwow antes de la guerra?
–Era una ciudad muy linda, con nivel cultural muy alto. Vivían 300.000 habitantes, entre judíos, polacos y ucranianos. Se hablaba polaco y ucraniano. Nosotros hablábamos ambos idiomas.
–¿Era frecuente el antisemitismo?
–Sí, especialmente entre los estudiantes universitarios. Los judíos no podían asistir a los colegios secundarios y estudiaban de manera particular. Las universidades tenían un cupo limitado, cada 20 o 25 alumnos podía entrar un solo judío.
–¿Cuándo comenzó la persecución?
–En junio del año 41 entraron los alemanes en nuestra ciudad. En ese momento comenzó la persecución, no tanto de los nazis como de los ucranianos que marchaban junto a ellos. Alemania les prometió la independencia. Los ucranianos son muy patriotas, y su enemigo principal eran los comunistas. Un conflicto de mucho tiempo que continúa en la crisis actual de Ucrania con Rusia.
Rudolph Stier, el padre de Nusia, había trabado relaciones con los soviéticos en la ocupación de Polonia en 1939. Con la invasión alemana, los Stier corrían riesgo por partida doble: por ser judíos y por haber colaborado con los comunistas. Rudolph decidió esconder a sus hijas.
–Cuando comenzaron las persecuciones, mi padre se preocupó por que evadiéramos las matanzas del gueto. Conoció a una maestra ucraniana y le pidió que me escondiera. Ella tenía un hermano que vivía en una aldea, donde era profesor y director del colegio. Así que me ubicaron allá. Estuve con él durante tres o cuatro meses, hasta que su mujer se empeñó en que yo era una hija ilegítima de él. Pero tuve mucha suerte de pasar esos meses allí, porque el profesor me llevaba a campo abierto y me enseñaba a rezar como cristiana, y la historia, las comidas y las costumbres de Ucrania. Hasta entonces yo sólo sabía hablar la lengua, así que esa educación secreta fue muy útil. Cuando él ya no me pudo proteger, me llevó de vuelta a Lwow.
–Entonces debió ocultarse en Varsovia.
–Mi papá comenzó de nuevo a planear qué hacer conmigo. Era una época muy peligrosa, el gueto estaba cerrado y salir era un riesgo mortal. Entonces me llevó a Varsovia y me anotó en un colegio como huérfana. Estuve allí tres semanas, hasta que un día vino una señora, grande ya, que quería adoptar a una nena. Nos pusieron en fila y ella iba de una en una. Cuando llegó a mí, me miró bien y le dijo al director del colegio: "¿Ve?, en ella se ve una verdadera sangre ucraniana". ¡Me reconoció! (risas). Yo era castaña, muy clara y de ojos verdes. Me llevó a su casa y me presentó a su marido, una persona muy importante y conocida en la comunidad ucraniana: el general Marko Bezruchko.
La celebridad de Bezruchko, un general ucraniano importante durante el gobierno de Symon Petliura, protegía a Nusia –entonces llamada Slawka– pero a la vez la ponía en el centro de las miradas de sus enemigos. Con su nueva identidad, Slawka logró atravesar la guerra, en la que perdió a su padre y a su hermana, gracias a la protección de su madre adoptiva, Claudia, a quien aún hoy recuerda con cariño.
–Me trataba muy bien. Me quería mucho, y yo a ella. Iba todos los días al colegio. Mi madre adoptiva era cristiano-ortodoxa. En mis documentos yo estaba anotada como greco-católica, como los ucranianos del centro del país. Íbamos a iglesias diferentes. Luego de la guerra volví a siempre los templos cristianos a prender una vela en su nombre. Algo que hago hoy todavía.
Luego de la guerra, Nusia se enteró de que su madre biológica vivía y decidió ir a buscarla a Polonia. Debía viajar desde Austria, donde se había refugiado con Claudia, tras la recuperación soviética de Ucrania. Pero las persecuciones no habían terminado con la derrota de los nazis, y durante el viaje fue amenazada tanto por polacos como por ucranianos.
–Yo estaba en Salzburgo estudiando. Los polacos buscaban a los ucranianos, de quienes fueron víctimas tanto como los judíos: había también rusos y polacos cristianos en los campos de concentración, donde la policía era mayormente ucraniana. Aunque la zona de mi colegio estaba custodiada por tropas americanas, los polacos entraban de noche para poder agarrar a la gente y fusilarla o mandarla a Rusia. Los polacos me perseguían para que delatase a los ucranianos. Como yo pedía la repatriación a Polonia para reencontrarme con mi madre, los ucranianos tenían miedo de que denunciara a los militantes activos o a los antiguos colaboradores. Finalmente nunca denuncié a nadie. Aunque después me haya arrepentido, en su momento no pude hacerlo. Viví la guerra con ellos así que no pude, era más fuerte que yo.
–Hasta el momento no había contado los detalles de su historia, ni siquiera a su familia. ¿Qué la decidió a hacerlo ahora?
–No contaba mucho porque sentía cierta vergüenza. Sobreviví a la guerra bien, dentro de una familia adoptada, mientras que otra gente sufrió el horror de los campos de concentración. Mis hijos me pidieron que contara la historia. Especialmente mi hija Nora, que es argentina y no sabía lo que había pasado en Europa en aquellos años. Ella dice que todo el mundo tiene que saber lo que pasó.
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