Una historia para ver a oscuras
El Grupo Ojcuro, formado por actores no videntes, inauguró un centro cultural en el Abasto con sala propia donde se dictan talleres de formación artística. Allí reestrenaron la obra de Roberto Arlt, adaptada bajo la técnica del teatro ciego
Un espacio a oscuras. Sillas de madera en lugar de butacas. Y nada más. No se ven otros elementos. Ni siquiera se distinguen las caras de las personas que están sentadas al lado. Se escuchan risas y murmullos. Y se percibe un clima de ansiedad, curiosidad, sorpresa. Empieza la función, pero no hay telón ni escenario. Los actores están por todas partes. Sus voces se oyen por aquí y por allá. Hay olores ricos y sonidos agradables. Música, percusión, una canción pegadiza que cantan entre todos. Y muchas historias para imaginar, contadas por el protagonista, un ordenanza con tonada cordobesa que altera el tedio de la oficina, el lugar donde Roberto Arlt situó la acción de su obra La isla desierta .
Ver teatro en la oscuridad parece una idea surrealista. Un contrasentido. Pero se trata, en realidad, de una original técnica llamada Teatro Ciego que se desarrolla en una sala que carece de iluminación, escenario, vestuario y decorados; en una gran caja negra donde los espectadores se acomodan guiados por los actores, porque no tienen posibilidad de ver ni siquiera las sillas. Cercana al antiguo radioteatro, esta propuesta estimula la imaginación y exacerba los sentidos. Quienes quieran comprobarlo pueden ver en Buenos Aires la adaptación de La isla desierta realizada por Gerardo Bentatti y José Menchaca, fundadores del Grupo Ojcuro.
Este mes los integrantes de Ojcuro reestrenaron la obra en sala propia, después de haberla presentado durante siete años en espacios como el teatro Anfitrión y la Ciudad Cultural Konex. El Centro Argentino de Teatro Ciego ocupa la esquina de Zelaya y Jean Jaurès, en el barrio del Abasto, y se suma al circuito independiente porteño con un proyecto cultural dirigido a los no videntes. En la planta baja del antiguo edificio reciclado se realizan las funciones de La isla desierta , mientras que en la planta alta se dictan seminarios de formación artística con el objetivo de que, más adelante, surjan nuevos espectáculos de Teatro Ciego.
"El centro tiene base cooperativa y está pensado para capacitar y dar trabajo. Por ahora empezamos con cursos de canto, música y teatro. En el futuro nos gustaría armar un café concert, con shows y degustaciones en la oscuridad -cuenta Bentatti, productor general y actor que interpreta a Cipriano, el narrador de la obra-. Además es un espacio lúdico, donde la gente viene a jugar, a divertirse, a experimentar nuevas sensaciones, a vivir la magia de la oscuridad".
Bentatti descubrió la magia de la que habla casi por casualidad: "En 1992 viajé a Córdoba a un encuentro internacional de teatro, con un grupo de la escuela de Raúl Serrano. Allí se presentaba Caramelo de limón , una historia dramática que transcurría a oscuras, con estímulos sonoros, olfativos y táctiles. Quedé impresionado por la propuesta y me comuniqué con el director para traerla a Buenos Aires. La obra se montó en el Espacio Giesso en 1994. Pasé un casting y quedé como protagonista y asistente de dirección. Por motivos económicos, un tiempo después bajó de cartel y no pude volver a presentarla porque no conseguí los derechos. Entonces decidí hacer otra obra en la oscuridad."
En ese camino, el actor conoció a Menchaca, un director que provenía del mundo del cine. "Para mí, la oscuridad es más cinematográfica que teatral porque requiere efectos de sonido y musicalización y permite hacer una puesta con cortes y cambios de plano como si fuera una película", asegura Bentatti. El paso inicial fue pedirle al director que buscara un texto que pudiera adaptarse para la oscuridad. " La isla desierta fue la primera que trajo y me encantó. Es una obra ideal porque permite imaginar todo lo que narra el protagonista. Antes de seleccionar elenco, trabajamos los efectos, los sonidos, la música. A José se le ocurrió que hubiera ciegos en el elenco y yo tomé la idea enseguida. Había dos opciones: enseñarles a los actores a trabajar en la oscuridad o a los ciegos a actuar. Elegimos la última alternativa porque nos pareció que el concepto cerraba perfectamente: no es teatro para ciegos sino representación a oscuras", explica el impulsor del proyecto. No había antecedentes en el país, ya que Caramelo de limón , aquel espectáculo que lo había impresionado en el festival teatral de Córdoba, no tenía actores ciegos. El elenco de La isla desierta , en cambio, incluyó desde el primer momento un cuarenta por ciento de actores no videntes.
Verónica Trinidad es una de esas actrices y se sumó al equipo en 2007. "Había ido como espectadora y me había encantado -reconoce-. Me daba mucha curiosidad saber cómo hacían los efectos. Por esa época estudiaba teatro en la Biblioteca Argentina de Ciegos y conocía a los que integraron el primer elenco. Me recomendaron y empecé a actuar."
-¿Cómo fue el trabajo para enseñarles teatro a quienes no eran actores y cómo hicieron para que los que ven aprendieran a moverse en la oscuridad?
Bentatti: -Por suerte fue muy fácil. Nos centramos en sus respectivos papeles: qué le pasa a cada personaje durante el transcurso de la obra. Tratamos de que la actuación saliera natural, que le dieran contenido a las palabras, trabajamos sobre los tiempos y las pausas para que no se pisaran al decir sus textos y también sobre los motivos por los que dice una cosa y no otra. Aplicamos técnicas teatrales como en cualquier obra. Con respecto a los actores que ven, tampoco fue difícil: si uno cierra los ojos tiene la fotografía de lo que acaba de ver. Claro que no es para cualquiera. Te tiene que gustar la oscuridad y tenés que estar dispuesto a no depender de la vista para moverte en un espacio. Es un aprendizaje.
Trinidad: -Es como el que está en su casa y apaga la luz para irse a dormir: es raro que choque con algo, porque sabe dónde están ubicadas las cosas. En la obra todos sabemos dónde están los demás. Nunca tuvimos un accidente. En la oscuridad se aplica la lentitud. Si sos lento en tu caminar, no tenés problemas.
A Bentatti y Menchaca les llevó catorce meses preparar el estreno. "Los ensayos se hicieron con la luz encendida. Los actores que ven tenían los ojos tapados vendados. Así, el director y yo podíamos estudiar los movimientos y detectar los errores. Ensayamos mucho para trabajar con la sorpresa, que es la clave de esta obra", dice Bentatti que, además de narrador, también es quien recibe a los espectadores antes de que entren en la sala. Allí les aclara que si alguno se siente mal a oscuras debe avisar para que lo acompañen a la salida. "Tratamos desde el comienzo de crear un clima distendido y de confianza, ya que entrar en un lugar oscuro es un acto de fe que nosotros le agradecemos al público. Les decimos: ´Si se quieren ir pueden hacerlo, ya que nadie los va a ver. También frases como: ´Llamen a Verónica, a Gerardo, o a Auxilio, Socorro, sáquenme, por favor . Les transmitimos que queremos jugar para que acepten el juego. Cuando alguien se siente mal en la oscuridad, que es menos del uno por ciento de los que asisten al espectáculo, supongo que se debe a fantasmas personales o al miedo. Aunque uno esté rodeado de gente, en la oscuridad se siente solo", opina Bentatti.
Tiene razón. Apenas se ingresa en la sala, de la mano de alguno de los actores, uno se siente perdido. No se ve nada y los demás sentidos se ponen en estado de alerta. Pasa un buen rato hasta que se acomoda todo el público y comienza la obra. Durante esos minutos se escuchan risas nerviosas (más de las que habitualmente se oyen en la platea del teatro común) y cuchicheos. Alguien pasa por al lado del último espectador de la fila y le roza el brazo. Los dos sueltan un grito. Alguien se acerca al oído de la cronista y le pregunta dónde está ubicada la puerta. Ni la menor idea. Cierro los ojos (no tiene sentido forzar la vista) y comienzo a relajarme. Cuando se escuchan los primeros sonidos que hacen pensar en una oficina (máquinas de escribir, teléfonos, papeles, cajones que se abren y se cierran) ya empezó un viaje en plena oscuridad que dura cincuenta minutos. Se huele a café recién hecho, a naranjas, a especias y a pasto mojado por la lluvia. Cipriano, un cordobés que trabaja en esa negra oficina que imaginó Arlt, es el conductor de una travesía que lleva al público a la selva, al mar, a Shangai. Sus historias se disparan cuando escucha las bocinas de unos buques del puerto y empieza a soñar con lugares que, según cuenta, visitó alguna vez. En un momento determinado vuelvo a abrir los ojos y algo me sorprende: es la luz de una luciérnaga.
"Cuando era chico, mi juego preferido era quedarme a oscuras e imaginar escenas -dice Bentatti, durante la entrevista-. Entraba en mi casa sin encender la luz y trataba de llegar hasta mi cuarto sin hacer ruido. Me gusta desaparecer cuando camino. En esta obra pude aplicar esas cosas que me interesan desde siempre". El actor, que también es técnico electromecánico, inventó varios elementos y equipos para hacer los efectos de olor y de sonido. "Usamos pocas bases grabadas, lo demás es natural: agua, café, curry , frutas. Tenemos una máquina que sirve para recrear el olor a lluvia. Los sentidos están exacerbados: si uno no puede ver, se concentra en lo que oye, toca y huele. Cualquier estímulo te transporta. Es lo que logra la magia de la oscuridad."
-¿Qué les dice el público cuando termina la función y se encienden las luces?
-"Gracias". Yo, que les puedo ver las caras al principio y al final, advierto al comienzo gestos de descreimiento. Pero cuando salen de la sala veo caras de niños. Han jugado con su imaginación y lo agradecen: "Es una experiencia única", nos dicen.
Bentatti. Cuando la función termina y vuelve la luz después de tanta oscuridad, resulta difícil creer que todo lo que uno imaginó durante el transcurso de la obra sucedió en ese espacio pequeño y austero, tan lejos de Disneyworld y de Hollywood. Se ven caras de alegría, algún espectador parece emocionado, ninguno presenta signos de pánico. A la salida la mayoría se acerca a felicitar a los actores, todos vestidos de negro y con lentes oscuros. Una señora mayor les dice: "Qué lindo juego".
- CARTELERA. Las funciones de La isla desierta son los viernes y los sábados, a las 21 y a las 23, en el Centro Argentino de Teatro Ciego (Zelaya 3006, 6379-8596). Las localidades cuestan $ 30.