Una historia en cientos de mails para recordar a Leopoldo Brizuela
"Pues desde hoy me llamará don. Porque soy el hombre de las cinco décadas", me escribió Leopoldo Brizuela el 9 de Junio 2013. Con Leo fuimos amigos del alma, de esa alma tan profunda que es la letra. Las letras. Y entonces le contesté, a vuelta de clic: "¡El donoso don del medio siglo, el cincuentón apetitoso!".
Era así el tono de nuestros intercambios por correo electrónico, si bien durante largos periodos manteníamos conversaciones telefónicas casi diarias. Leo (Lopo para mí) me llamaba y reíamos, reíamos. Era un bálsamo. Por eso ahora, como homenaje para un triste cumpleaños en el que ya no está, me propuse rescatar la retahíla de mails (más de cien páginas) que nos fuimos mandando a lo largo del tiempo. Es la imagen que quiero conservar del entrañable Leopoldo, ese escritor de primera agua que tan generoso supo ser con sus colegas y que se tomó a sí mismo con tanta humildad y humor.
Lo que conservo arranca el 4 de septiembre 2010 –lo anterior lo perdí con un cambio de servidor– y culmina el 26 de abril 2019 porque las comunicaciones posteriores fueron por teléfono o escuetos whatsapps.
Lo más simple fue meternos con las vocales. Del Lopo a La Val. Y cuando le mandé "abrazos momos", él contestó: "Poor Momo, no soportó corso monótono". Le aclaré "Colofón: no por pomo corto, corso monótono" a lo cual Lopo siguió: "Pomo corto o longo, corso no monótono, no, corso con mocosos morochos con jopo, con socotrocos morrongos. Todo oloroso, no doloroso!"
Otras veces la protagonista era la A. El 26 de marzo 2012 lo felicité alborozada por el Premio Alfaguara: "Alzá alta la banda! Matracas, maracas! Andá a la parranda!!". Y él contestó: "Val. Tanta alabanza agranda! La Plata agarra la plata a carradas and zafa!!! Pagará hasta hartar a las ayas para mamá!!! La abraza, L".
Por lo mucho que al autor de la extraordinaria novela Lisboa, un melodrama, amaba Portugal, el 4 de abril 2012 invité a "Lopo morrocotongo, bombón honroso" a escuchar los fados de Mafalda Arnauth. Contestó "Amada Val, ¿Malfalda, cantar? Jamás. Grazna, bala, ladra mas para cantar, falta. Andá a lastrar a La Plata, a andar para acá, para allá... a cantar Vacas flacas... basta!".
La macana (vocablo que viene al caso) es que me había roto un menisco, no podía aceptar su invitación: "Para andar a La Plata: la pata acalambrada, mas para andar a yantar a Las Cañas Magras, a Zabala, la pata alcanza. Andá para acá. Alaraca! La Val."
Cosas de la gastronomía. Y la literatura, claro está. Como cuando propuse armar el menú para el Centro PEN. De entrada: Sopa de Letras. Plato principal: Chateaubriand, vuelta y vuelta. Postre Flan/nery O’Connor. Leopoldo agregó entremeses: Thomas Pynchon de tortilla, una porción de Pizzarnik, ensalada de Nabokovs. Y así a lo largo de días y propuestas.
Cada tanto me llegaban versitos geniales, con ese don tan musical para la rima que tenía Lopo, y esa ironía. Múltiples eran los epitafios que les escribía a renombrados escritores y escritoras; me los leía por teléfono. Pero cada tanto entrábamos en un tema más serio. Cierta vez coincidimos en que las novelas de los grandes críticos no eran gran cosa desde el punto de vista de la literatura profunda, la que apreciábamos, la que se expresa por debajo de la superficie. Y al día siguiente recibí un regalo: "Le garanto amiga Luisa/ que todo crítico estreya/ se cree que la ficción/ es soplar y hacer boteya. Ya lo aprendió el gordo Eco/ como portazo en la jeta:/ no es lo mismo hacer la torta/ que saberse la receta."
El 19 de julio 2018 Lopo se disculpó por escribir poco: "Estoy en el bondi". "Mientras no estés en Flybondi", le retruqué. Él lo siguió. "Compuse un envoi al respecto: Si ni hoy ni mañana, mama,/ Dejo en Facebook ningún post/ Es que me subí a un low cost/ Y estoy colgáu de una rama."
Era invierno, acá, yo acababa de volver de Salamanca, pude contestarle: "Me encontré en un país frío/ A mi vuelta del estío/ No me arreda para nada/ Abordaré un low cost/ Para volar a Ensenda/ Que activará el de-frost!".
Era así, un calorcito para el corazón esa Ensenada, la última novela de Leo que exploraba el habla de los años 40. Un calor que habrá de perdurar mientras vivamos, mientras tengamos a mano sus extraordinarios libro, y yo relea sus mails, y mientras alguien entone nuestra adaptación del emblemático tango: "Sur, Villa Ocampo y después/ Sur, y una luz de Guillén/ Ya nunca me verás como me vieras/ Exhibido en la vidriera/ Esperando a Orphée/ ya nunca nunca más Fermín Estrella/ ni Ramiro e’ Casasbellas/ por las calles de Pompeya…"
Pero por siempre Brizuela.
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