Una generación espontánea
La narrativa argentina se renueva con creadores que tratan desde temas cercanos a lo fantástico hasta laverosimilitud de las vidas cotidianas
Gordon Lish, responsable del área de ficción en la editorial estadounidense Knopf se definió, en una reciente entrevista, como un romántico que aún cree en la trascendencia de la literatura y en que los excluidos del canon algún día serán reconocidos. Paradójicamente, Lish da cursos a escritores. "¿Qué necesitan aprender los escritores?", le pregunta el periodista. "Que lo que hacen importa", contesta. "Y cómo son los estudiantes hoy en día?", insiste el periodista. "No quieren ser amateurs . ¡Contratan publicistas!" Y termina con esta afirmación que describe certeramente la situación de la ficción en el siglo XXI: "Siento que soy el guardián en el centeno que impedirá que esos chicos se conviertan en un producto".
Claro, Lish no solamente fue el editor de Raymond Carver, el creador de un minimalismo hijo del mejor Chejov, además es el autor de varias novelas, entre
ellas Epígrafe , editada en España, y surgida de la trágica experiencia de la muerte de su mujer. Es decir, ha sabido leer como editor, escribe desde su violenta experiencia y cree en la literatura.
¿Por qué empezar con estas citas de un escritor que pertenece a un mundo del gusto y de la sensibilidad tan distinto del nuestro? Quizá porque se ha producido una vuelta en la narrativa argentina: una generación de escritores que comienza con algunos ya patriarcas, como Berti y De Santis, que abandonan la traza abierta por escritores como Piglia, Chernov, Pauls (en la que la metanovela y toda reflexión sesgada sobre una referencialidad cuestionada refiere de todos modos a historias compartidas) para encaminarse hacia propuestas que se encarnan en formas de ficción cercanas o propuestas como literatura paródica (Gabriela Cabezón Cámara, La Virgen Cabeza ), fantástica (Oliverio Coelho, Los invertebrables , Un hombre llamado Lobo ), de un costumbrismo exagerado y por lo tanto irónico (Ariel Magnus, Un chino en bicicleta ), la confesión casi autobiográfica pero disipada en un aura de melancolía casi lírica (Félix Bruzzone, Los topos ; Laura Alcoba, La casa de los conejos ; Diego Meret, En la pausa ; Carlos Busqued, Bajo este sol tremendo ). Finalmente, una ficcionalidad cercana al planteo filosófico, donde no importa tanto el recorrido narrativo como la propuesta de que el lector, a través de la reescritura de género (Andrés Neuman, El viajero del siglo ) o la reinterpretación de personajes ausentes y por lo tanto alegóricos (Pedro Mairal, Salvatierra ; Patricio Pron, El comienzo de la primavera , El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia ), se abra a mundos donde las problemáticas ya no son las del pequeño mundo de la aldea. Esta generación mira hacia afuera, sale del encierro cultural, viaja; muchos han elegido estudiar en universidades europeas o norteamericanas, otros viven lejos como resultado del exilio familiar. Y sin embargo, como hace poco decía en Madrid Pron, siguen aferrados a un país imaginario.
Narrar para conjurar el futuro
Nacieron cuando comenzaba la dictadura. Algunos de ellos escriben su primera novela, otros han obtenido importantes premios internacionales, ya sea como ganadores, finalistas o menciones: premio Alfaguara, premio Anagrama de Novela, premio Jaén, premio Norma. Si el interés clasificatorio fuera importante -más allá de las cualidades intrínsecas de las propias obras-, se podría hablar de los que respetan la verosimilitud, se concentran en lo que tienen cerca y relatan vidas desgarradas, destinos que no tienen otro horizonte que la degradación progresiva, a lo sumo una vida que no podrá nunca salir del círculo del encierro: droga, miseria, sexo desesperanzado. Otros, en cambio, buscan por los caminos de lo fantástico el posible destino de un mundo que no puede entenderse fácilmente.
En su libro En la pausa , premio Indio Rico de Autobiografía 2008, publicado por Mansalva, Diego Meret escribe:
De modo que, ahora que estoy en tren de narrarme, no sé muy bien por dónde tomar el hilo que me gustaría fuera argumental, pues si de algo estoy seguro es de que llegué hasta aquí sin un argumento inteligible. Por otro lado también sé que no me apartaré por lo que dure el texto de ciertos episodios formativos, que, además, vendrá de manera absolutamente caprichosa. Porque no hay forma de apartarse de esas huellas: y ahí radica la imposibilidad de recordar.
De este modo se cuestiona la capacidad autobiográfica, pero también se afirma la necesidad de dar a los acontecimientos de una vida el carácter narrativo que, finalmente, los convierte en historia. Como si hubiera un acuerdo tácito entre ellos, el núcleo significativo de la novela de Pron El comienzo de la primavera es el agotamiento ante la continuidad a la que es forzada la historia: al contar los hechos, éstos adquieren una enigmática relación, una continuidad que es meramente lingüística, y que obliga a desconfiar de la veracidad del lenguaje, de lo que hay por fuera de él. Desde distintas propuestas, los dos autores se preguntan qué es narrar, cómo se cuenta lo que es narrar.
Como afirma Federico Bogado en su comentario a la novela Los topos , de Félix Bruzzone, es difícil mantener, a través del relato, una historia que funcione como una gran alegoría de la reivindicación histórica. Sin embargo, en varios de estos libros publicados en los últimos dos o tres años, encontramos la alegoría como una forma de la evocación: Salvatierra , de Pedro Mairal, es una bella y artificiosa nouvelle en que un personaje desvalido construye un friso pictórico que se convierte, en su destrucción, y posterior rescate, en el mejor símbolo de una historia deshecha y vuelta a rehacer.
Aquí aparece un campo literario donde la historia o la filosofía cuestionan el lenguaje, pero también en el que los autores se preguntan cómo salirse de Borges, Cortázar, Puig, Piglia, Pauls. Sus maestros están en las disrupciones provocadas en el cine o en las artes plásticas, en el teatro de vanguardia más que en una posible tradición literaria. La indagación del pasado no es estentórea, la presencia de los años 70 sirve, en todo caso, para anunciar la posibilidad de un futuro mejor. Y la indagación bordea a veces la búsqueda de seres misteriosos, que no dejan huella, como aquellos que en la década del 70 eligieron caminos que aún cuesta mucho esfuerzo rastrear. O aceptar. Un artista de una práctica nacida de la búsqueda de la fidelidad, la fotografía, el fotógrafo londinense de familia nigeriana Yinka Schonibare, dice:
No concibo el arte en términos de realidad. Es ficción, es falsificación, es una interpretación. [...] Uso la historia como una manera de hablar del presente. La gente se puede vincular mejor con la obra si la ve como un entretenimiento. Con cierto grado de parodia y de humor. También de belleza, de exceso. Y como segunda mirada, descubrir el lado oscuro. Siempre hay cierto grado de violencia escondido.
El riesgo de los nuevos
Si bien es cierto que el papel de las nuevas editoriales (no está definido todavía si llamarlas independientes o pequeñas y medianas, todos ellos eufemismos para hablar de un fenómeno de creatividad y riesgo que lleva a emprendimientos reveladores de nuevos escritores) es poner en el mercado a aquellos autores que no entrarían cómodamente en los lineamientos de las editoriales tradicionales, también es cierto que algunas "grandes" han decidido inteligentemente publicar a los nuevos, en ediciones cuidadas y con diseños menos lanzados a lo comercial: Literatura Mondadori, Cruz del Sur, Alfaguara en su tradicional formato de narrativa. Entre las nuevas, Mansalva, Tamarisco, Entropía, La Otra Orilla (colección de Norma editorial), la ya asentada Beatriz Viterbo, Factotum, Eterna Cadencia, El Cuenco de Plata, Capital Intelectual, Santiago Arcos, Adriana Hidalgo, Aquilina. Quedan muchas por nombrar. Y a algunas de ellas ya se las ve en las vidrieras madrileñas o barcelonesas.
Pero estos "nuevos" tienen sus lugares más allá de la crítica más convencional. Algunas columnas en diarios de circulación masiva, bibliográficas en suplementos de países de lengua castellana, lecturas en librerías que también aportan a esta nueva circulación que, sin ser marginal, no comparte los espacios masivos. Librerías como Eterna Cadencia, Crack-Up, Del Pasaje, La Boutique del Libro y otras. Algunas tienen páginas web y no sólo anuncian las novedades con diseños atractivos para los navegantes, sino que también reproducen sus intervenciones y permiten intervenir a los lectores.
Así como los blogs revelan un dinamismo crítico muy superior al de los estructurados suplementos literarios del pasado (que han evolucionado hacia presentaciones más sofisticadas e independientes del cuerpo central del diario, y tienen su propia versión electrónica), la narrativa de hoy, en la Argentina, puede sintetizarse en esta frase con la que el mexicano Carlos Monsiváis tituló un artículo en un suplemento de un diario español: "De la imprenta al zapping". Los blogs suelen dar pie a intervenciones críticas, cuestionadoras y a veces francamente agresivas (la polémica entre Elsa Drucaroff y Patricio Pron es un ejemplo, los tuits de Carlos Busqued, otro).
En el umbral definitivo del libro electrónico, en un mundo donde el desastre ecológico no puede ya ser disimulado, donde la violencia cotidiana es otra guerra, donde conviven los avances tecnológicos más increíbles con la exclusión social, los jóvenes escritores argentinos buscan resolver formalmente las preguntas que ni la filosofía ni las religiones han logrado responder: por qué el mal, por qué la repetición de la historia, por qué el hambre, por qué el dolor. Sus historias, su lenguaje permiten correr los límites de la verosimilitud, en un presente que no ha terminado aún de elaborar su pasado.
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