Una escritora y la maternidad, entre EE.UU y la India
La estadounidense Avni Doshi se pregunta por los tabúes que aún marcan el hecho de ser o no ser madre
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La frase con la que Avni Doshi promociona su novela Azúcar quemado se lee así: “Mentiría si dijera que nunca he sentido placer cuando a mi madre le ocurre una desgracia”. Aparece en la primera página de la primera obra de la autora estadounidense de origen indio, finalista al premio Booker en 2020, y pretende invitar a una reflexión sobre la maternidad. “Esa idea de que es algo natural, no creo que sea así para todas”, opina la escritora en una videollamada desde su casa en Dubai. “Es un marco muy estrecho para analizar la experiencia de las mujeres”.
Doshi (Nueva Jersey, 39 años) tardó siete años en escribir este relato sobre la mala relación entre una madre que en su juventud decidió separarse de su pareja y llevarse a su hija pequeña a un ashram en India, una comuna de una secta similar a la que retrata el documental Wild Wild Country de Netflix, de la que formaron parte algunos miembros de su familia. En ese lugar una niña que no llega a los 10 años se siente como una rehén que solo encuentra consuelo en una mujer que no es su madre.
“La mujer no puede tenerlo todo sin costo alguno”, dice Doshi
Más de dos décadas después de aquella traumática experiencia, la hija debe cuidar de la madre que padece alzhéimer, una enfermedad que le fue diagnosticada a la abuela de la escritora hace unos cuatro años. La demencia le permitió tratar en el libro la memoria, un tema que le obsesiona desde la primera vez que leyó Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez: “Me cambió la manera de entender y pensar sobre la memoria y la historia, sobre la familia y cómo el trauma se transmite entre generaciones”. En su análisis trata de dinamitar la concepción “sagrada” de la maternidad, asumir que esa supuesta pureza es una construcción social y así llenarla de ambivalencia como ya había hecho antes Rachel Cusk en 2001 en su ensayo A Life’s Work. “Su trabajo me dio permiso para escribir sin censurarme”, reconoce.
Doshi reta la idea de la maternidad incluso desde el lenguaje. “¿Cómo se denomina a una mujer que no es madre: mujer sin hijos? Eso significa que se impone la idea de ausencia para definir a una persona”, opina. El personaje de la madre se llama Tara, su hija Antara, que significa anti-Tara; es decir, una madre que nombra a su hija para convertirla en su antítesis. “Estos problemas se podrían cambiar si se ampliara el rango de palabras así no se establecería un marco tan excluyente. La universalidad no puede existir para definir a las mujeres, no somos todas iguales”.
Azúcar quemado (publicada recientemente en España), como parte de la vida de la escritora, nacida en Nueva Jersey e hija de padres migrantes indios, se divide entre la India y Estados Unidos. Ha vivido en ambos países y en los dos lados se siente extranjera.
Azúcar quemado (publicada recientemente en España), como parte de la vida de la escritora, nacida en Nueva Jersey e hija de padres migrantes indios, se divide entre la India y Estados Unidos. Ha vivido en ambos países y en los dos lados se siente extranjera. Aun así, no ha encontrado esas diferencias en cuanto al trato a las madres. “No creo que haya distinción entre las presiones que he vivido en una y otra sociedad”, asegura. Tampoco en la reacción que ha encontrado en algunos lectores masculinos. “Cuando se publicó en India me preguntaban sobre el tema y algunos hombres me decían que no les iba a interesar. Es frustrante que la historia de una relación de este tipo les sea tan ajena”, dice.
A lo largo de la novela, la protagonista se convertirá en madre, como le sucedió a Doshi. Será en la tarea de los cuidados, la que se asigna a las mujeres desde que nacen, donde aparezcan las deudas del pasado y el peso de los mandatos que definen y constriñen a la maternidad a una única definición. Sufrió la depresión posparto como su protagonista y se planteó si “esa idea que persiste de que la mujer lo puede tener todo sin coste alguno” era tan cierta como le habían hecho creer. “No es verdad”, dice, “esta percepción se convirtió en una jaula para mí, por mucho que se discuta que no es cierto, sigue integrada en nuestras sociedades”.