Una edición ilustrada de Fahrenheit 451 para celebrar el centenario de Bradbury
En el prólogo de la edición ilustrada de Fahrenheit 451, publicada en 2005 y rescatada ahora por Libros del Zorro Rojo por el centenario del nacimiento de Ray Bradbury, el escritor estadounidense cuenta que descubrió en la infancia "que los libros que amaba de verdad estaban proscritos". Al niño Bradbury le gustaba leer la historia de Tarzán y los cuentos de Edgar Allan Poe pero no encontraba esos títulos en las bibliotecas públicas. "Así que a los doce años aprendí que hay personajes que desaparecen. No era censura. Tenía que ver con los gustos y las costumbres. No era el gobierno. Eran los bibliotecarios que olían esos libros y decían: ‘¡No son lo suficientemente buenos!’ Así que el origen de Fahrenheit se remonta a cuando tenía doce años y corría a las bibliotecas a buscar a mis amigos desaparecidos", escribió el autor, que nació el 22 de agosto de 1920 en la ciudad de Waukegan, Illinois, y murió el 5 de junio de 2012 en Los Ángeles. Estaba por cumplir 92 años.
La ingrata experiencia de no poder acceder a los libros que le interesaban fue uno de los disparadores creativos de Fahrenheit 451, uno de sus grandes clásicos junto con Crónicas marcianas, publicado en 1950. En la trama de la novela distópica, los libros desaparecen bajo las llamas a 451 grados Fahrenheit, que es la temperatura exacta en la que el papel empieza a arder. Los encargados de quemar los libros son los bomberos, que disfrutan de su trabajo y ni siquiera sospechan que en un pasado no tan lejano hubo colegas que se dedicaban a apagar incendios, no a provocarlos.
"Los lunes quemamos a Millay, los miércoles a Whitman, los viernes a Faulkner hasta que no quedan más que cenizas, y después quemamos las cenizas. Ese es nuestro lema oficial", explica Guy Montag, el protagonista. Los libros deben ser quemados porque son los transmisores de ideas e invitan a la gente a pensar, a dudar, a debatir. Los libros representan un peligro, escribe Bradbury en los años ’50 imaginando un futuro desastroso en términos intelectuales y aludiendo a su infancia en la década de 1930 cuando no encontraba libros de aventuras ni de terror gótico en las bibliotecas de los pueblos de Estados Unidos que visitaba con su familia. Las bibliotecas fueron su centro de estudios, ya que no pudo ir a la universidad por problemas económicos. Allí, rodeado de libros, escribió sus primeros cuentos.
"Recibí una máquina de escribir de juguete por Navidad, y me puse a escribir y no he parado de hacerlo un solo día durante los últimos setenta y cinco años", asegura en la introducción de 2005. Todo "empezó con las bibliotecas. Empezó con la falta de los libros de Oz, y los de Tarzán, y terminó, todos esos años después, con Fahrenheit. Vaya historia". Una historia con aristas tan curiosas como que la novela de Bradbury es el·séptimo libro más pedido en el ranking de la Biblioteca Pública de Nueva York.
La edición aniversario publicada este mes por la editorial catalana tiene una nueva traducción al español, a cargo de Marcial Souto, que actualizó de cierta manera la versión anterior de Francisco Porrúa, el editor que publicó por primera vez a Bradbury en Hispanoamérica con su sello Minotauro. Para Crónicas marcianas, Porrúa le encargó el prólogo a Jorge Luis Borges. Souto, por su parte, ha traducido libros de J. G. Ballard, George Orwell, William Burroughs, Jack London, Charles Bukowski, H. G. Wells y Sylvia Plath.
Con una introducción escrita especialmente por Bradbury cuando se cumplieron 50 años del lanzamiento de Fahrenheit, el libro tiene arte de tapa creado por Ralph Steadman, una celebridad en el mundo de la ilustración. Las imágenes surrealistas del artista británico, con tintas rojas y negras que parecen manchas de sangre, aparecen también en el interior al inicio de cada capítulo y son verdaderas obras de arte.
"De joven iba a cambiar el mundo, pero el mundo empeoró, mi estilo se fue cargando de furia y empezaron a surgir manchas; como parecían muy naturales, estrellaba el pincel o la pluma contra el papel y conseguía maravillosos dibujos borrosos", dijo Steadman sobre su estilo peculiar. Entre otros medios prestigiosos, ha publicado en The New York Times y Rolling Stone. Y junto con el escritor estadounidense Hunter S. Thompson contribuyó a la invención del periodismo gonzo, esos relatos estilo Rolling Stone donde el narrador y el contexto tienen tanta importancia (o más) que el entrevistado. Steadman ilustró Fear and Loathing in Las Vegas (que aquí se conoció como Pánico y locura en Las Vegas), de Thompson, que Terry Gilliam adaptó y dirigió en cine. Entre sus libros figuran Yo, Leonardo, biografía ilustrada de Leonardo da Vinci, y otra sobre Sigmund Freud, con escenas de la vida del creador del psicoanálisis representadas con humor.
Cuando se publicó en los Estados Unidos, en 2005, la edición ilustrada de Fahrenheit tuvo una tirada de 451 ejemplares, firmados por Bradbury y Steadman. Circuló entre coleccionistas y fanáticos. En el sitio de la librería virtual Abebooks ofrecen un ejemplar por 750 dólares. La edición actual de Libros del Zorro Rojo cuesta 1790 pesos.
"Soy una combinación de libros y películas. Me enamoré de las películas con El jorobado de Notre Dame, de Lon Chaney, y El fantasma de la ópera y los dinosaurios de El mundo perdido cuando tenía cinco años. Era mi equipaje junto con lo que aprendí en las bibliotecas, y todo se ha filtrado en mis relatos. Por haber visto El mundo perdido a los cinco años, escribí ‘La sirena’ a los treinta. Ese cuento me cambió la vida, porque John Huston lo leyó y me contrató para escribir el guión de Moby Dick. A los cinco años vi los dinosaurios, a los treinta escribí sobre ellos y a los treinta y tres adapté para el cine la historia de la mayor bestia prehistórica de todas, la Ballena de Melville", confiesa en las páginas preliminares de Fahrenheit. "Nací para ser yo. Todo está en los genes", remata Bradbury, quien pidió que en su lápida solo dijera: "Autor de Fahrenheit 451".
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