Una ciudad levantada sobre el engaño
Angélica Gorodischer habla en esta entrevista de su novela Doquier (Emecé), recién publicada, en la que ahonda en la crónica urbana, una de las constantes de su obra, y, por medio de sus personajes, indaga en el tema de la identidad sexual
En Doquier , la última novela de Angélica Gorodischer, una ciudad innombrada, regida por la impavidez, toma el lugar central que en muchos de sus relatos anteriores tuvieron los universos fantásticos, múltiples, los nombres irrepetibles y los traslados que desafiaban la separación tranquilizadora entre los mundos -el del sueño y el de la vigilia, el registrado en las cartografías y el entrevisto en el delirio o en la dicha-. Y a pesar de esas diferencias, todo es tan reconocible. Con éste, su título número dieciocho - Menta , Kalpa Imperial , Trafalgar y Cómo triunfar en la vida fueron algunos de los anteriores-, Gorodischer demuestra que es una autora capaz de sostener una voz propia sin que eso signifique repetirse, sin renunciar a la literatura como territorio de experimentación.
Gorodischer publica desde 1965 y desde 1936 vive en Rosario. En Doquier hay una referencia solapada a la vida de ciudad y sus ritos, a los encuentros, a las idiosincrasias particulares: el núcleo, podría decirse, de una crónica urbana. "La ciudad es mi ambiente; para mí, Rosario es algo más que una ciudad, es mi casa, toda ella es mi casa -explica-. Pero sospecho que la ciudad de Doquier no es Rosario. Fue Rosario, sin duda y explícitamente, en Fábula de la Virgen y el Bombero , también en Trafalgar . Pero me parece que Doquier transcurre en otra ciudad, una ciudad en formación, como por otra parte lo eran todas en la época (imprecisamente ubicada entre la Colonia y principios del siglo XX) en que transcurre la novela. Una ciudad junto a un río. ¿Buenos Aires tal vez? Podría ser, pero no sé, nadie me dijo qué ciudad es. Y sí, si la ciudad es mi ambiente, no puedo dejar de mirarla, de olerla, de oírla. En Kalpa Imperial hay un cuento entero en que se narra la fundación, las sucesivas muertes y las sucesivas vidas de una ciudad perdida allá, muy al norte. Creo que yo siempre voy a seguir viendo personajes en una ciudad, no necesariamente una ciudad que existe o que haya existido."
Los espacios principales de Doquier son dos casas: una en la que vive, aparentemente instalado en la más pura parálisis, el personaje que narra la historia; la otra, la casa de la Calle del Bajo, donde están enterrados los recuerdos que muchos prefieren acallar. Estos ambientes cerrados, agobiantes, recuerdan la pensión de Prodigios, una novela que Gorodischer publicó en 1994, y el claustro de La noche del inocente (1996), donde se dan convivencias no familiares, asfixiantes. Por momentos, parece que en esos espacios no pasa nada salvo la espera, la repetición sin sentido, como en Kafka o en Dino Buzzati. Sin embargo, en un momento de los relatos de Gorodischer siempre se produce un quiebre que lleva las cosas en otra dirección, que desdice la espera eterna.
"Me interesa mucho, como narradora, ese juego con los espacios, ver qué pasa si encierro un grupo de gente en una habitación, en una cárcel, en un convento, en un submarino -comenta-. La repetición y el agobio son para mí como picar una cáscara dura y ver qué sale de ahí abajo. En el caso de Doquier creo que se empieza a ver lo que sale -al menos yo empecé a verlo ahí- cuando llega a la ciudad Raimundo, el sobrino del anterior habitante de la Calle del Bajo, con su séquito, sus trajes de terciopelo y su aire de mundo y de guerra."
El disimulo, uno de los ejes sobre los que se estructura este relato, se pone en evidencia justamente a propósito de lo que empieza a verse, de los recuerdos y confesiones que terminan de cuajar. Y a partir de entonces, en una lógica de inercia, la trama se precipita. ¿Se puede decir que en Doquier el fin del disimulo es el principio de la tragedia? "No estoy segura -responde Gorodischer-. Creo que la tragedia empieza mucho antes, que toda la novela está construida sobre el engaño. El disimulo, el engaño terminan donde empieza el doquier: el momento en que el personaje abre la puerta que da a la calle."
El narrador de Doquier funciona como una mirada que está permanentemente al acecho de lo que se dice y de lo que se oculta. Un ser inmóvil que escudriña mentes ajenas en busca de la clave. Este especialista en hierbas que curan el cuerpo y el alma fragua una inmovilidad que le sirve de panóptico, una construcción de sí mismo que le permite ocupar ese lugar desde el que domina todo, al que todos los habitantes de la ciudad deben ir para contarle versiones, para revelarle, sin siquiera saberlo, los tormentos de sus mentes. El narrador hace avanzar la trama a partir de esas versiones. Prefiere manejarse con ellas antes que con sus propios recuerdos; aun en los casos en que él vivió los hechos, prefiere desestimar lo visto como material narrativo y optar por la memoria y la interpretación ajenas. "Siempre es más atractiva la versión de la realidad que la propia realidad -señala Gorodischer-. Finalmente yo no sé lo que es la realidad y sospecho que debe de ser insoportable. Pero si puedo contarla, ya es otra cosa. Mintiendo, sin mentir, disimulando, iluminando, como sea, la versión, las versiones hacen magnífico algo que de otro modo carecería absolutamente de interés."
En Doquier se utiliza ese recurso de iluminación para tratar la identidad sexual de muchos de los personajes: se enfocan aspectos que demuestran el límite imperceptible entre los sexos, la mutabilidad, la convivencia de aspectos mixtos que la cultura tiende a estigmatizar en sus diferenciaciones entre lo femenino y lo masculino. "A esta altura de las cosas ya sabemos que no hay un femenino puro ni un masculino puro -señala Gorodischer-, sino un continuum sexual en el que caben tantas versiones como gente hay en el mundo (y volvemos a la cuestión de las versiones de la realidad). ¿No es eso maravillosamente "literaturizable"? Por otra parte, el disfraz, el travestismo, la ambigüedad son el ropaje adecuado para tocar ciertos núcleos (aclaro que no sé cuáles son) en quienes leen. Lo digo sobre todo como lectora; como escritora, no es la primera vez que me acerco a esa visión. Ya lo hice antes en un cuento de Las Repúblicas , en que el personaje es alternativamente hombre y mujer, y en un cuento de Cómo triunfar en la vida , cuyo narrador no se sabe (ni siquiera yo lo sé) si es mujer o varón."
Aunque esa dirección de lectura no se impone, el capítulo dos de Doquier puede leerse como un recorrido cifrado de la escritura de Gorodischer: una suerte de arte poética privada, la necesidad de recapitular para volver a contar. Lo que sí se impone, en cambio, es una advertencia inicial al lector (un poco al estilo de la que introduce los cuentos de Trafalgar , en la que se le pide al lector que lea los cuentos en el orden en que están, sin saltear). En ella la autora dice, para empezar, hablando de Doquier : "Esta no es una novela histórica".
La conciencia del género parece ser, en Gorodischer en general y en Doquier en particular, un punto de partida, un ejercicio de reformulación. Por relatos como los de Trafalgar o los de Opus Dos (1967), fue considerada como exponente por antonomasia de la ciencia ficción argentina, "género que he abandonado libros ha" -aclara-. En los cuentos de Cómo triunfar en la vida vuelve al policial y en La noche del inocente combina una intriga de corte policial con una atmósfera de reconstrucción histórica. En Kalpa imperial , los relatos que cuentan la historia del Imperio Más Vasto que Nunca Existió tienen un tono fantástico que recuerda al Italo Calvino de Las ciudades invisibles . Su obra recuerda, en esa experimentación, la de C. E. Feiling, que planteaba en sus novelas modos de abordaje de distintos géneros desde la tradición argentina.
"Lo que a mí me interesa de los géneros -y sobre todo de la escritura- es descubrir cómo se pueden hacer las cosas de otra manera, aunque ya no quiero escandalizar ni sorprender a nadie -sostiene Gorodischer-. Lo que quiero es descubrir cómo en un texto se puede perder pie, encontrar -¡al fin, al fin!- lo inesperado, lo que no se dice, lo que no se puede (debe) decir. Yo escribo para ver cómo se puede decir lo que no se dice, para averiguar si hay algo que no se dice y dónde está ese algo. Creo también que, por otro lado, mi interés por los géneros está ligado a mi interés por los márgenes: la marginalidad es productiva. Me entusiasma saltar sobre algo que carece de prestigio académico, de ahí los géneros sobre los que trabajo. J. G. Ballard (que no es uno de los amores de mi vida pero tiene sus chispazos), cuando le preguntaron por qué escribía ciencia ficción si el 90 por ciento de la ciencia ficción es basura, respondió: ´Pero si el 90 por ciento de todo es basura´. Lo que yo trato de lograr -trabajosa, infructuosamente pero con ese cariño sobón que tengo hacia las palabras- es algún renglón, alguna entrelínea que pueda formar parte del diez por ciento restante."