Una cancelación escrita con las garras silenciosas de la envidia
–“¿Lo recuerdan en la Argentina?”, me preguntó mi amigo húngaro, el destacado concertino Vilmos Oláh en referencia a su compatriota, el compositor Ernő Dohnányi en una conversación virtual entre Buenos Aires y Budapest.
–Me temo que poco y nada, pero tal vez en Tucumán…
Con la toma de Budapest al final de la Segunda Guerra y la consecuente instauración del Comunismo, Dohnányi, que a diferencia de otros artistas que rechazaron cargos y dejaron su país en protesta contra el nazismo, permaneció en Budapest y ocupó los puestos de la más alta jerarquía nacional en un caso similar al de Furtwängler en Berlín, debió enfrentar la acusación de colaboracionismo y crímenes de guerra. Numerosos testimonios y documentos demuestran que Ernő desafió la autoridad desde la Filarmónica y la ilustre Academia Liszt a cuya dirección renunció cuando entraron en vigor las leyes raciales con la orden de despedir músicos y profesores, empleó su prestigio, su influencia social y hasta su fortuna personal, en la ayuda y rescate de judíos.
Sin embargo, y a pesar de la defensa que hicieron testigos y músicos rescatados para que lo retiren de las listas negras, y de la investigación y absolución por parte del gobierno militar norteamericano, la feroz campaña de difamación soviética sostenida por sus colegas más mediocres –gente de poca monta, pero notable oportunismo y obsecuencia, codiciosos de su fama y talento–, fue tan efectiva que al día de hoy sigue siendo oscura la sombra que opaca su imagen y sus actuaciones aun tras perder dos hijos en la guerra. Uno en combate. El otro en un campo de concentración: Hans von Dohnányi, héroe de la Resistencia y “Justo entre las Naciones”. La historia breve cuenta que, como hombre del Derecho y consejero de los altos mandos, Hans se sumó a la Resistencia en la noche de los cuchillos largos (el 30 de junio de 1934), participó del fallido complot contra Hitler a bordo del avión Cóndor, fue arrestado y enviado al campo de concentración de Sachsenhausen y tras un intento posterior –el famoso atentado de la Operación Valquiria de cuya participación no quedaron dudas–, fue condenado a la horca por conspirador y ejecutado días antes del final de la guerra, el 9 de abril de 1945. De su matrimonio con Christine Bonhoeffer (hermana del teólogo cristiano y mártir de la resistencia Dietrich Bonhoeffer, muerto como su cuñado en otro campo de exterminio tras el mismo atentado), Hans tuvo tres hijos, una mujer y dos varones: Klaus (96), abogado y prominente político del SPD (la Socialdemocracia alemana), primer alcalde de la ciudad de Hamburgo. Y Christoph (94) director de orquesta asociado a la legendaria Sinfónica de Cleveland.
A Christoph lo entrevisté hace casi veinte años en la ciudad de Lübeck. Más allá de los valiosos conceptos musicales que me transmitió en ese encuentro, fue impactante el relato sobre su abuelo, el célebre Ernő: “Cuando llegaron los rusos, mi abuelo se fue a Austria. Alguien le preguntó si le gustaría abrir una Universidad para altos estudios musicales. Viajó a ese lugar –Tucumán–, ganó dinero pero al tiempo comenzó a darse cuenta de que nada de lo prometido se construía y que, por el contrario, todo era un verdadero caos –dijo con una naturalidad implacable–. Llevó una vida solitaria hasta que recibió una propuesta de Florida y se fue a los Estados Unidos. Le gustaba mucho la Argentina y su gente, y tenía la ilusión de construir algo grande como la Academia Liszt, pero no fue el caso.”
Si bien no alcanzó la grandilocuencia que anhelaba, el Instituto Superior de Música de Tucumán fue fundado en 1948 con la presencia del Jefe de la Sección de Música, el Prof. Dr. Ernesto von Dohnányi. Una colección de objetos que ilustran su paso por la Argentina se exhibe entre sus memorias en el Museo de los instrumentos de Budapest y como diría mi amigo Vilmos, la suya es la historia de una cancelación escrita con las garras silenciosas de la envidia.