El primer impulso que tuvo fue buscar una camisa de lentejuelas que ya no usaba más. La cortó, midió con ella el diámetro de su cabeza y partir de ese retazo cosió su primer turbante. El 28 de octubre del año pasado a Carmela Bustelo, de 22 años, le diagnosticaron cáncer en los ganglios linfáticos: un linfoma de Hodgkin. Su psicóloga, que había atravesada la misma enfermedad, le dio sus pañuelos, pero Chola, amante de la moda desde que tiene memoria, quería algo "canchero y para su edad". Así nació Las Cholas, un emprendimiento de vinchas que resignificó lo que le toca vivir.
¿Fue la resiliencia lo que impulsó la creatividad en Carmela o, al revés, la creatividad le dio las fuerzas para afrontar la dificultad? "Cuando me dijeron que tenía que hacer quimioterapia, mi familia se preocupó por cómo sería mi reacción, sin embargo, yo siempre supe que podía con esto y con mucho más. Sí, no lo puedo negar: el cáncer me sacó mi amado y kilométrico pelo, la energía de hacer mil cosas por día, pero no me sacó mis ganas de querer comerme el mundo", cuenta la estudiante de Arquitectura, marcando su postura frente a la vida.
En pocos meses pasó de reciclar sus camisas a comprar telas al por mayor, trabajar con su familia y contratar una contadora. Llegaron pedidos de toda la Argentina, apalancado por varias personas conocidas que empatizaron con su causa y se calzaron las vinchas en Instagram causando un aluvión de seguidores. Con Las Cholas quiere mostrar que los turbantes no son marca registrada del cáncer. Y al ser ella su "primer laboratorio de pruebas" tiene en cuenta todo lo que una paciente puede necesitar. Se nota en los cientos de mensajes de agradecimiento que le dejan en redes sociales otras chicas que encontraron una comunidad de pertenencia y la posibilidad de "sentirse divinas".
¿Qué tiene ese gen de la creatividad argentina? Rebuscárselas para hacer mucho con poco, probar a ver qué pasa, encontrarle la vuelta, adaptarse al cambio permanente. Quizá también se trate de ser prácticos, tozudos, un poco caraduras.
No hay que hacer mucho esfuerzo para ubicar cabezas creativas liderando equipos en las principales empresas globales del mundo. Como Nacho Zuccarino, en Google Cloud en Silicon Valley. O Gastón Podestá, al frente de Recursos Humanos de una empresa con 420.000 empleados -Accenture-, de quien sus colegas de todo el mundo resaltan su mirada ante la diversidad, empatía y apertura mental. Javier Bajer, en Londres, se desempeña como arquitecto cultural: lo contratan para innovar en el diseño de las principales ciudades del mundo. Y Pablo Castro, máxima referencia en Inteligencia Artificial de Microsoft, conduce un dream team de 80 ingenieros de todo el mundo desde la casa matriz en los Estados Unidos.
En la Argentina sobran las ideas creativas que pasaron del sueño a plasmarse en proyectos concretos, con un fuerte componente social y la resiliencia como bandera. Celeste Medina, que decidió acercar la programación a chicas de bajos recursos con su proyecto Ada IT, fue señalada por Michelle Obama como un ejemplo de empoderamiento de las mujeres. A propósito de líderes mujeres, Ángela Merkel quedó admirada cuando Jerónimo Bautista Bucher le presentó su prototipo de vasos reciclables fabricados con algas para disminuir la contaminación del telgopor.
También el caso de Daniel Simons es admirable: sobrepuesto de una adolescencia de extrema pobreza y desamparo, vive en un barrio humilde del Bajo Flores y dirige una empresa de videogames de calidad global. Bildo, el protagonista de su juego, es un chico que va por la vida pintando todo de colores brillantes. Es un exponente de esta legión de argentinos que se hacen cargo, que saben que las barreras externas están ahí, pero ven en ellas un trampolín para tomar impulso. ¿Será esta la famosa argentinidad que nos infla el pecho?