Annie Ernaux: una autobiografía impersonal que sigue los hilos de su época
El peso de una obra de una autora en que lo individual se funde con lo colectivo
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Cuando, hace una década, la editorial Gallimard reunió bajo una misma tapa una docena de obras de Annie Ernaux, le puso como título Écrire la vie. La autora sintió entonces la necesidad de aclarar que ese “Escribir la vida” no traficaba la limitada vanidad de contar sus peripecias personales. No era tanto escribir su vida, sino una vida “con los contenidos que son iguales para todos, pero que se aprecian de manera individual: el cuerpo, la educación, el sentido de pertenencia y la condición sexual, la trayectoria social, la existencia de los demás, la enfermedad, el duelo”. La materia a explorar y sacar a la luz, es, agregaba, algo así como “una verdad sensible”.
"Los años está escrita en tercera persona, como si Ernaux buscara exorcizar la ‘literatura del yo’"
Aquel tomo incluye desde Los armarios vacíos (1974) –novela autobiográfica en clave, pero con protagonista clásica, si bien ya despuntan en ella sus temas futuros– hasta la formidable Los años (2008). Entre uno y otro, figuran los libros que fueron “sirviéndose de la vida” y trazando un persistente arco narrativo en engañosa clave menor: figuran también La mujer helada (1981), donde describe su infancia provinciana con, de trasfondo, los ecos de la dominación masculina; El acontecimiento, sobre su aborto en tiempos anteriores a la píldora anticonceptiva, o La vida exterior (2000), registro de lo que ausculta con ojo de antropóloga urbana en su vida de banlieue.
Que aquel amplio volumen, tan variado contra sus promesas de monotonía, concluya con Los años es un azar cronológico (era al momento de edición la obra más reciente), pero también una suerte porque ese título es la suma de toda la perspectiva que lo antecede. El libro sigue la fluida memoria de una mujer a través de los años y las décadas, pero hundiéndola en corrientes mucho más fundantes que la simple intimidad. Está, de hecho, escrito en tercera persona, como si con esa distancia Ernaux buscara exorcizar definitivamente la remanida “literatura del yo”. De los autores contemporáneos, es la que mejor transmite –mucho mejor que los publicistas de sí mismos– en qué consiste eso de vivir en un tiempo y lugar, y aprender a friccionar con sus condicionamientos. “Todas las imágenes desaparecerán”, dice la primera línea de Los años. Una autobiografía impersonal denomina ella misma a ese relato fragmentario en que lo propio se funde con lo colectivo; es decir, los cambios sociales y políticos, desde la posguerra hasta ya entrado este siglo. Todo narrado con el asombro de una doble que observa el panorama desde la altura de los años transcurridos.
Ernaux, que proviene de un medio modesto, por completo diferente a la clase intelectual de la que después pasó a formar parte como catedrática de literatura, no solo arrastra con ella imágenes vividas, sino también muchas de las que circulaban, por ejemplo, en su grupo familiar. Esa correa de transmisión entre generaciones produce un efecto singular: a veces se tienen como propios recuerdos ajenos. La memoria también está hecha de los demás.
Los años, libro secreto y capital, tiene la melancolía de saber que, más pronto que tarde, la individualidad del que recuerda se reducirá a un nombre nebuloso, pero también esconde una convicción: que siempre habrá alguien para tomar la antorcha y seguir avanzando.