Una artista argentina exhibe en Roma urnas funerarias que creó varada en un castillo durante la pandemia
La ceramista Desirée De Ridder se inspiró en las cabezas de las mujeres que quedaron atrapadas con ella; también enseña a construir hornos de barro y representará al país en la Bienal de Arte de El Cairo
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ROMA.- La había pasado tan mal en Italia cuando estuvo la última vez –cuando se quedó varada en un castillo de la Toscana debido a la pandemia de coronavirus-, que pensó que nunca más volvería a cruzar el océano. Pero para la escultora, ceramista y ecologista argentina Desirée De Ridder, esa experiencia tan dura terminó siendo más que positiva.
Tanto es así que el jueves pasado, De Ridder inauguró su primera muestra en Roma, en la que exhibió esas obras que había realizado cuando se quedó encerrada, muerta de miedo, en un lugar en el cual pensó que podría llegar a morir –era el momento en que nadie sabía cómo enfrentar a ese virus desconocido que paralizó al mundo-, sin ver a sus hijos y a su marido que habían quedado en la Argentina, a miles de kilómetros de distancia.
“Ese momento me pareció el fin del mundo, pero volví, pude sanar y empezar de vuelta”, dijo a LA NACION De Ridder, durante el vernissage en el que pudo mostrar las esculturas que hizo en 2020 en el Castello di Potentino, en la Toscana. Allí estaba haciendo una residencia artística que, debido al estallido de la pandemia, terminó siendo una pesadilla. Entonces creó cinco urnas funerarias inspiradas en el arte etrusco, que recrean las cabezas de las mujeres que habían quedado atrapadas en el castillo con ella. Las realizó con arcilla del lugar en un tradicional horno a leña, que construyó con los materiales disponibles: ladrillos, barro, arena, arcilla, hierbas secas y bosta de caballo.
“Las esculturas habían quedado abandonadas en el castillo, al que no quise volver porque, visto ese contexto de pandemia, me quedó una cosa muy terrible: no podía salir, se escuchaban las sirenas de las ambulancias, los helicópteros y reinaba el terror”, evocó la artista, que en ese momento estaba desesperada por volver porque el papá de sus dos hijos mayores (el artista Carlos Regazzoni) se estaba muriendo y el más chico tenía apenas nueve años.
“Las esculturas son un homenaje a los etruscos porque ellos hacían urnas funerarias con el retrato del muerto y tomé esa idea en n momento en que el que llegué a plantearme que podía morir. Sentí la miseria humana, que me había jugado la vida por ese proyecto artístico, por nada”, contó la artista.
Después de lograr regresar a la Argentina con uno de los vuelos que repatriaban a los connacionales varados, no obstante, todo cambió. Se instaló con su marido, Antonio Salgado, y sus hijos -Valentina, Lorenzo y Antonio León- en su campo de Perkins, a 300 kilómetros de Buenos Aires, donde logró revivir en todo sentido.
“Volver a la Argentina, al campo, fue muy sanador, fue como resurgir, estábamos todos muy golpeados y empecé de nuevo. Comencé a dar talleres de escultura y de biocostrucción, que es cómo construir con barro, elementos naturales y materiales de bajo impacto ambiental, como hacían nuestros ancestros, haciendo desde casas, hasta hornos. Hice 900 adobes y esto finalmente me abrió puertas”, contó.
En un taller de biocostrucción que realizó en 2021 conoció a Matidia Pallini, una joven arquitecta y empresaria italiana cuyo padre compró un campo en Bragado, de la que se hizo muy amiga. Pallini quedó tan fascinada con el taller, que la convenció de que tenía que superar el trauma y volver a Italia para darlos también aquí.
Fue así que organizó en abril pasado un workshop en Capalbio, en la campiña de la Maremma –la zona sur de la Toscana- donde Pallini tiene una empresa agrícola. Allí construyeron un primer horno de barro made in Argentina, experiencia que tuvo tanto éxito que luego De Ridder repitió en otros talleres que hizo en las últimas semanas en jardines de Acilia y Casalpalocco, localidades de las afueras de Roma.
Fue gracias a Pallini que fue al castillo de Potentino a recuperar las urnas funerarias que habían quedado abandonadas, que la ceramista argentina, de 51 años, logró hacer su primera muestra en Roma. Se exhibe en el local Ruma, en el corazón de la ciudad eterna, a metros de la Piazza Navona, donde la gente puede degustar las tradicionales mozzarella de búfala, quesos y demás productos orgánicos que la familia Pallini produce en la Maremma.
De Ridder, que se mostró muy entusiasmada con este regreso a Italia, tres años después, destacó que en sus talleres construir un horno, una experiencia colectiva, tiene una dimensión que va mucho más allá de lo manual.
“Hago los hornos junto a la gente que participa del taller con una técnica ancestral: en otros períodos todos sabían construir sus casas y todos tenemos la capacidad de hacerlo en nuestra memoria. La idea es que después sigan usando los hornos para cocinar cerámica, aunque también hay un tema espiritual, porque se agradece en grupo, como si fuera la Pacha Mama -explicó-. Lleva muchas horas construir un horno, así que hay mucho tiempo compartido que sirve para recuperar la memoria, con ese tipo de ritual con el que te conectás con tus antepasados. Es muy mágico”.
“Al final, volver a Italia fue fantástico, el miedo quedó sepultado”, concluyó la artista. Y adelantó que se está preparando para participar de la Bienal de Arte de El Cairo, Egipto, a mediados de noviembre próximo, donde va a representar a la Argentina. Será su primera vez en un evento de este tipo. Vistas las dificultades y los costos altísimos de llevar una obra, su idea es crear allí una escultura con los materiales que encuentre en ese momento. Serán, seguramente, “arena, arcilla, pastos secos y bosta de camello”.
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