Un verdadero clásico
OBRA POETICA Por Joaquín O. Giannuzzi-Emecé-544 páginas-($35)
Al leer toda la poesía de Joaquín Giannuzzi reunida en este libro extraordinario, desde Nuestros días mortales (1958) hasta Apuestas en lo oscuro (2000), lo primero que percibe el lector es la enorme coherencia del conjunto, incluso entre poemas separados por décadas. Pero también advierte que, mediante sutiles variaciones, como el motivo de una fuga musical, algo ha cambiado para siempre de uno a otro poema, y entonces acepta ese cambio como una fatalidad. Ese efecto, alcanzado con admirable pericia estética, articula una de las obsesiones centrales de la poesía de Giannuzzi: el antagonismo entre cambio y permanencia.
El cambio suele ser ciego e inexorable y se encarna en todos los individuos, no sólo a través de la decadencia física y la muerte, sino también por la ominosa presencia de la historia, que suele hacerlos sus víctimas. A veces, Giannuzzi despersonaliza el cambio y lo vuelve vasto, universal, planetario; otras, lo señala en la espesura de lo viviente o en la arquitectura del mundo. Pero siempre un yo lo padece, a veces aludido irónicamente con las iniciales del autor, J.O.G. Ese yo es tanto un sujeto colectivo que representa lo humano como un individuo irreductible y único en su rabioso egotismo. Por ello la agonía del cambio nunca está espiritualizada: es corporal, carnal, humoral, siempre manifiesta en una anatomía de la declinación: la del "hombre confeso, diluido, cardíaco", cuyo cuerpo envejece y se despide del mundo en su puntual mortalidad.
El polo antagonista del cambio es la permanencia. Suele darse en la absolución de un instante único, donde el tiempo y una historia criminal se redimen a través de la belleza o la epifanía de los objetos: "Poesía/ es lo que se está viendo", reza su poética. Así en los poemas tiene lugar, de pronto, una fiesta de la percepción: la dalia, cuerpos en una piscina, la gracia de las hijas, la silla de Van Gogh, café y manzanas en una tarde de junio, ciertas uvas mojadas. Esos poemas abandonan el subjetivismo medroso y, por vía de los sentidos, las sensaciones o el sentimiento, objetivan en imagen visual una presencia pura, imperiosamente humana y material. El mundo se vuelve duradero en esa fugaz perfección y es el poema, que enunciaba aquel yo mortal y mutable, el espacio propicio de su duración.
Así, entre el cambio y la permanencia, la poesía de Giannuzzi juega su "principio de incertidumbre". Y expresa otro antagonismo que deriva del anterior: el de conciencia y naturaleza. Por un lado, la conciencia mortal que, mediante la palabra, intenta percibir una verdad definitiva en las formas sensibles de la naturaleza; por otro, la naturaleza inhumana, que impone sus leyes de mutación y destrucción a todo lo viviente. De allí ese aire de soliloquio conceptual de los poemas de Giannuzzi, que representan la lucha de una racionalidad, rehén de la muerte, por alcanzar el corazón de los objetos en la mirada poética: "Cuerpo y palabra/ para el brote dorado en la rama desnuda". En su dicción se percibe la preferencia por ciertos ritmos clásicos y una estructura cerrada y armónica del poema. Una continuidad musical que se contrapone a los acentos irónicos o patéticos de un tono inocultablemente argentino: el tono del lamento, cuya tradición se reconoce desde la gauchesca o el tango hasta la poesía de Almafuerte. Por ello, también en lo formal se crea un efecto antagónico de armonía y desencanto.
Porque en él hallamos un modo de reconocernos en un luminoso lenguaje propio, Obra poética de Joaquín Giannuzzi es un libro esencial de nuestra cultura: es decir, un clásico.