Un tríptico para una sola ley del arte
El de las tres Pietà de Miguel Ángel es un caso que sobrepasa, aunque la comprende, a la historia del arte y se orienta sin muchas mediaciones a la filosofía del arte. No es tanto la maduración que descubrimos por la representación obstinada de un mismo objeto, de una misma escena (como son los autorretratos de Rembrandt). Lo que Miguel Ángel desplegó, acaso sin saberlo, fueron realizaciones de una misma ley: la ley que rige lo representado, pero no lo que lo representado sea. De la Piedad vaticana, el filósofo Friedrich Schelling propuso una semejanza con Juno. El símil resulta demasiado evidente para persuadirnos. En cambio, cuando el filósofo habla de Níobe con su hija (Uffizi) llega al corazón de la Piedad: la escultura en cuanto tal se representa a sí misma en la combinación de lo infinito en sí y lo finito. Era para él la misión del arte representar esa unidad, y en ella la vida absoluta aparece como muerte: “En Niobe el arte expresó ese misterio representando la máxima belleza en la muerte, haciendo que la tranquilidad propia exclusivamente de la naturaleza divina, inaccesible para la naturaleza mortal, sea conquistada en la muerte, como para indicar que el tránsito a la vida suprema tiene que aparecerle a la belleza en relación a lo mortal, como muerte”. Podrá el lector observar la Piedad vaticana a la luz de lo que Schelling ve en la Níobe pagana.
La otras dos Piedad (la Bandini y la Rondanini) cumplen la ley, pero de otra manera, de una manera literalmente imperfecta, de decir, inacabada. La inconclusión, en general, puede tener dos causas: una interrupción involuntaria del trabajo o bien un trabajo voluntariamente interrumpido, eso que en italiano se llama non finito. Son piezas que se quedaron en la mitad del camino que llevaba a su terminación. La contingencia de lo inacabado se carga del peso de lo necesario, como si, una vez abandonada, la obra no pudiera ser sino como terminó siendo; como si alguien o algo la hubieran concluido en lugar del artista. Uno no se cansaría de citar el desvelamiento que de la Piedad Rondanini hizo José Emilio Burucúa: “Es probable que la Pietà Rondanini haya alcanzado la cima del arte en el terreno del non finito, porque la incompletud de su forma nos induce a regresar al contenido radicalmente cristiano de la esperanza en nuestra salvación: las figuras fantasmales de Cristo y su madre convierten en anhelo doloroso las expectativas de ver y palpar formas acabadas. Pero nunca las alcanzaremos en esta vida. La sola presencia aurática de la Pietà Rondanini no cesa de demostrárnoslo”.
Está además la ilusión de que el tiempo no puede alcanzar una obra que, en su condición inacabada, parece quedar fuera de la historia.
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