Un tributo a Wayne Shorter
En la secundaria a Wayne Shorter lo llamaban “Mr Weird” (algo así como “don raro”), aunque no queda claro si sus singularidades tempranas prefiguraban las del futuro saxofonista. Ted Gioia cuenta en su Historia del jazz que Shorter no empezó a dedicarse a la música hasta los dieciséis años y que, antes de eso, había estudiado arte y pintura. En opinión del crítico, nunca dejó de tener una sensibilidad pictórica. Las mejores piezas de WS –que falleció hace pocos días– son poemas que evocan paisajes mentales, llenos de claroscuros, dice Gioia. Un argumento en su favor: la explicación que dio en una entrevista el propio músico sobre Speak No Evil, título que, según sostuvo, aludía a un territorio neblinoso con flores salvajes y formas extrañas, hundidas en la penumbra.
"Shorter era, además de saxofonista, un compositor minucioso"
¿Habrá sido aquella formación visual, en que la ejecución se confunde con lo contemplativo, lo que llevó a Shorter a rehuir a partir de cierto momento de la máxima exposición que se espera de un caudillo musical? Fue, en todo caso, un introvertido influyente. De los Jazz Messengers, de Art Blakey, cantera de nuevos talentos del género, pasó en 1964 al inclasificable segundo quinteto de Miles Davis, que el trompetista acababa de formar con Herbie Hancock en piano, Ron Carter en bajo y Tony Williams en batería. Fue el último en sumarse al grupo. Como compensación a la implacable base rítmica que imponían sus colegas de generación, no solo aportó su saxo tenor, sino sobre todo sus composiciones, de “E.S.P.” y “Footprints” a “Prince of Darkness” y “Nefertiti”. Es un detalle por lo general soslayado: Shorter era esa rara avis del jazz, la del compositor minucioso que cultivó –como define cierta guía del jazz– un acercamiento al bop “oblicuo y asimétrico” y una construcción de solos casi matemática. Esa abstracción es sinónimo de aquel quinteto. Miles –al que nunca le temblaba el pulso para adjudicarse temas ajenos– le respetó siempre la firma.
La inclinación exploratoria, la poca vocación por la estridencia narcisista lo llevaron después de ese parteaguas tardío que fue Bitches Brew a dedicarle esfuerzos a un proyecto colectivo: Weather Report. El grupo de jazz-fusión comandado por Joe Zawinul descreía de los solos, pero a Shorter, ya pasado al saxo soprano, le resultó propicio para sacarle brillos puntuales a un instrumento sinuoso, pero cargado de matices.
"En ‘Infant Eyes’, Shorter hace sonar el saxo ‘con el aterciopelado registro medio del cello’"
Después en su carrera se acercaría todavía más al funk y lo latino. Lo más notable de Shorter en solitario, sin embargo, continúa siendo su primera producción, aquellos discos que grabó en fila, en los años sesenta, para el sello Blue Note, con Alfred Lion como productor. Son contemporáneos del quinteto de Davis. Elijo uno: Adam’s Apple (de 1967), donde figura “Footprints”, en una versión lenta y lírica comparada con la que figura en Miles Smiles, y un tema de título inesperado: “El gaucho”. Sin embargo, el disco más reconocido de esa seguidilla es Speak no Evil (grabado en 1964). “Witch Hunt” y el tema que le da título al disco, muestran ya los desvíos de Sonny Rollins y Coltrane, los dos saxofonistas con los que se suponía compartía idioma. “Dance Cadaverous” está inspirado en “Valse triste”, de Sibelius, y en “Infant Eyes” Shorter toca notas largas de manera continua, al punto de sonar –sugiere Don Heckman en el texto que acompañaba el disco original– como “el aterciopelado registro medio del cello”.
Shorter tocó más de una vez en Buenos Aires, sin nostalgias de aquella época solista. Hubo sin embargo una visita, en 1992, que se le acercó bastante. Fue en Obras Sanitarias, donde se presentó un tributo a Miles Davis. El trompetista había muerto el año anterior y ahí, sobre el escenario, estaban los exmiembros de su quinteto, reunidos para homenajearlo, con Wallace Roney hipostasiando al líder. Mr Weird, siempre discreto, se ubicaba en un costado, sin alardes, dejando que la música hablara por sí sola.
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