Cuando Ida Vitale era una niña, una de sus tías le pedía que quitara el polvo de los libros de la biblioteca familiar un día por semana. Ese fue su primer acercamiento a la literatura. Más tarde, en las páginas culturales de los diarios montevideanos leía los poemas de escritores americanos y españoles que se publicaban cada jornada. En secreto, intentaba imitarlos. Hija de una generación formada en el amor por la cultura letrada, que consideraba la educación la verdadera fortuna de la vida en sociedad, Vitale cursó Humanidades, colaboró en medios gráficos de Uruguay y trabajó como docente de literatura hasta 1973, cuando debió exiliarse en México. "En la escuela nos hacían leer mucha poesía; creo que ahora no pasa lo mismo en los países de América Latina", conjeturaba el día en que supo que había ganado el premio máximo para un escritor en lengua española.
Vitale fue la quinta mujer en recibir el premio Cervantes y la segunda representante de la literatura uruguaya en la lista de premiados; el primero fue Juan Carlos Onetti, que lo obtuvo en 1980. "Me pareció un poco exagerado", declaró la autora de Palabra dada cuando se la consultó por las emociones que el premio suscitaba en ella. El 23 de abril de 2019, día en que se conmemora la muerte de Cervantes, la escritora recibirá el galardón (y 125.000 euros) de manos de los reyes de España, en una ceremonia en Alcalá de Henares.
Meses atrás, Vitale había sido homenajeada en Buenos Aires en dos ocasiones. En abril, fue la elegida para inaugurar el XIII Festival Internacional de Poesía de Buenos Aires en la Feria del Libro , y en junio, la invitada de honor del Festival Internacional de Poesía que se celebró en el CCK . En ambas ocasiones ofreció recitales de poesía y conversó con los anfitriones y el público en su estilo cálido, humilde y divertido. "Me quedó bien claro cuánto me aprecian en la Argentina", dijo. Referente de la poesía del Río de la Plata, Vitale vivió varios años en México y en Estados Unidos, donde trabajó como periodista y profesora de literatura latinoamericana. Desde la juventud, nunca dejó de escribir.
Acaso porque son sencillos de leer, sus poemas parecen fáciles de escribir. Sin embargo, la calidad prodigiosa de recursos que crean musicalidad, sentido y atención por el despliegue verbal son muchos. Según dijo, grandes poetas americanos como Pablo Neruda, Delmira Agustini, César Vallejo y Gabriela Mistral, y otros tantos españoles, sobre todo Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, fueron sus principales influencias. "Cuando Juan Ramón Jiménez vino a Montevideo nos conocimos; es el único caso que yo recuerde de un poeta que llenaba teatros. Neruda tenía mucha convocatoria, pero lo que pasaba con Jiménez era extraordinario", reveló. Este año fue ella la que colmó salas en Buenos Aires y en Guadalajara, donde se le otorgó el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances.
Los consejos para escribir que suele brindar la poeta de 95 años a los jóvenes son clásicos: "Leer ayuda mucho. Y luego llega un momento en que hay que soltarse". En sus poemas, la naturaleza asume a veces la forma de una conciencia que reflexiona sobre el mundo; los animales y las plantas cobran dimensiones simbólicas y la humanidad se comprende por medio de metáforas y personificaciones bien calibradas. "Sólo tendremos lo que hayamos dado./ ¿Y qué con lo ofrecido y no aceptado,/ qué con aquello que el desdén reduce a vana voz, sin más,/ ardiente ántrax que crece,/ desatendido, adentro?", se lee en "Patrimonio", un poema incluido en uno de sus grandes libros, Reducción del infinito, de 2002. En la Argentina, Tusquets acaba de publicar, con prólogo de Aurelio Major, su poesía reunida. Los lectores tenemos una cita con ella.
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