Un teatro en jaque: la transformación del Argentino de La Plata, de la segunda sala lírica a una obra que se hace eterna
Atravesado por planes de infraestructura, vive como en una partida de ajedrez; mientras los cuerpos estables esperan la reapertura de la sala Ginastera para funcionar con normalidad, se incorporan otros tipos de espectáculos, como ciclos populares y exposiciones
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La historia del Teatro Argentino de La Plata tiene dos caras: de un lado está el valor de su tradición, que desde 1890 lo coloca como la segunda sala más importante del país en materia de lírica, conciertos y ballet después del Colón (una reputación que a la luz de los últimos años está amenazada). La otra cara corresponde a la etapa más reciente –digamos, del último medio siglo para redondear– y ejerce un verdadero contrapeso a partir de una catástrofe famosa, el incendio del edificio original. Desde aquel octubre de 1977, la moneda pareciera estar cargada: cada vez que se la tira al aire tiende a caer del lado del infortunio. Actualmente atravesado por una obra de infraestructura interminable que limita seriamente las posibilidades de programación de los cuerpos estables, el actual gobierno provincial lo mantiene “abierto” apelando a alternativas que de a poco le está torciendo el perfil. De hecho, realzan su nombre completo, Centro Provincial de las Artes Teatro Argentino, lo que pone en primer plano ese afán de reconvertirlo en un complejo cultural que tiene de modelo al porteño CCK.
Como preámbulo de una visita que LA NACION pudo realizar después de varios pedidos, cabe recordar que cuando en pleno gobierno militar el Teatro se quemó, las autoridades ordenaron la demolición de la estructura que quedaba en pie –todavía se debaten las causas y las soluciones tomadas–. La inmensa mole de cemento que se asienta en el mismo corazón de la ciudad donde estaba el antiguo edificio, con sus líneas modernas y unos 70 mil metros cuadrados, se inauguró en 1999, sin que aún estuviera completa la obra brutalista. Los memoriosos recordarán que no hubo desde entonces temporada que no estuviera en mayor o menor medida salpicada por problemas de infraestructura: de las calderas que no calientan al aire acondicionado que no enfría, de las filtraciones en gran parte del edificio a la inundación de los subsuelos por las napas de agua, de la maquinaria escénica defectuosa a las condiciones de las salas de ensayo y los camarines. Una suerte de triste historia sin fin explica las distintas refacciones que van y vienen a través los gobiernos y que continúan hasta hoy poniendo en jaque el normal funcionamiento de sus organismos artísticos: la orquesta, el coro y el ballet.
En marzo de 2016, tras el cambio de signo político en la provincia –salía Daniel Scioli, entraba María Eugenia Vidal- las nuevas autoridades de Cultura de Juntos por el Cambio aseguraban que, de no ser por su carácter de edificio público, el teatro no tenía las condiciones para estar habilitado. Se presupuestaron entonces refacciones por unos 500 millones de pesos y delinearon cuatro planes de acción. A fines de 2019, esa gestión entregó –según recuerda hoy un exfuncionario del área– la obra de la fachada y el entorno terminada, los problemas de filtraciones en techos y columnas resueltos, una mejora parcial en las instalaciones de baños y camarines (aunque luego de reacondicionarlos “se robaron griferías y hubo otras destrucciones”) y quedó pendiente todo el cuarto eje ligado al equipamiento de la sala Ginastera, principal escenario para el trabajo de los cuerpos estables. El subsuelo, con sus problemas de humedad en los talleres, estaba afuera de todo plan. “Era carísimo incluirlo”, confiesan.
Elecciones y pandemia mediante, la gestión de Cultura de Axel Kicillof –en principio a cargo del ministerio de Producción de Augusto Costa y, desde diciembre de 2021, dependiente del Instituto que preside Florencia Saintout– retomó las actividades del Teatro Argentino la primavera pasada con una programación nac & pop. En un escenario al aire libre que por lógicas razones climáticas no se puede sostener en otoño-invierno, “Las cuatro estaciones. Cultura del abrazo” incluyó un concierto sinfónico y uno coral, una gala lírica y un programa mixto de ballet, en combinación con una serie de recitales de música popular a la vez que el teatro se abría a otro tipo de muestras y se constituía en sede política para lanzamientos y actos. Paralelamente entonces, el gobierno definió sus prioridades sobre la enorme obra de infraestructura que, según se escucha decir a un funcionario por lo bajo, de hacerse completa podría llevar veinte años más.
Compromiso: “La Ginastera abrirá en abril de 2023″
En el foyer de acceso al Centro de las Artes Teatro Argentino hoy se exhibe una serie de vestidos realizados en los talleres de la casa, unidos por un hilván temático: la violencia de género. “Cada traje pertenece a primeras cantantes que interpretaron personajes que en el relato de la ópera sufrieron humillaciones, abusos. Por ejemplo, Madama Butterfly, que fue humillada y abusada, y después se suicidó”, dice el exbailarín y coordinador del departamento de vestuario, Raúl Gatto, en un video reciente que invita a visitar la exposición Mujeres de las artes. Al final, cuando invita al público a recorrerla, pone énfasis en un dato para nada menor: “Este es un teatro de producción como quedan pocos en el mundo”.
Es ahí, entre las ropas de Manon (“engañada, manipulada, juzgada y desterrada, murió camino al exilio”, se lee en un cartelito), Carmen (”víctima de femicidio, asesinada por Don José”) y Violetta Valéry de La Traviata (que “la sociedad francesa discriminó, confiscó sus bienes y empujó a la miseria”), LA NACION espera a la actriz Victoria Onetto, subsecretaria de Políticas Culturales de la provincia, quien encabezará una recorrida.
Un piso más abajo, en la sala Pettoruti -donde se montó una pequeña galería de arte con grandes nombres de la colección del Banco Provincia (Berni, Castagnino, Figari)-, Onetto retruca cada vez que se insinúa que el teatro no está funcionado. “Lo que no funciona es la sala Ginastera, pero sí los talleres, porque todas las actividades que estuvimos realizando se hacen con producciones nuestras”. La diferencia no es una sutileza: acostumbrados a lo que se conoce como un teatro usina, donde cada año se inicia una temporada de ópera, conciertos y ballet que deja ver los títulos que presentará los próximos doce meses, los habitués no tienen mucho que esperar. En la Ginastera, cerrada desde 2017, todavía no se arregló el mecanismo del telón; tampoco los montacargas que suben al escenario las escenografías desde los talleres del cuarto subsuelo. En este sentido, para la idea “clásica” de teatro, las actividades que menciona Onetto son un paliativo. Por ejemplo, desde octubre pasado (y viniendo de una quietud pasmosa aún antes de la pandemia), el ballet realizó solamente dos funciones de un programa integrado por fragmentos de piezas del repertorio -Diana y Acteon, Llamas de París, segundo acto de El lago de los cisnes y Baile de gradudados- sobre un escenario al aire libre montado en la plaza seca del teatro. Por allí pasaron al menos una decena de cantantes populares: de Miss Bolivia a Adriana Varela, de Ignacio Montoya Carlotto a Teresa Parodi y los últimos carnavales. Justamente eran los días del Rey Momo cuando el Kicillof hacía su primera visita oficial, y manifestaba: “a este teatro, que es un emblema, lo tenemos que terminar para que se llene de pueblo”.
Otra vez el gobernador estuvo el 25 de mayo junto al Chango Spasiuk cuando reabrió la sala de cámara, la Piazzolla, en cuya platea Onetto, “funcionaria a mucha honra de un gobierno con las banderas de lo nacional y popular”, responde a algunas preguntas en un alto del recorrido por el edificio. Dependiente del Instituto Cultural, la subsecretaría que encabeza tiene –según ella misma enumera- más de 2400 personas a cargo y cinco direcciones provinciales, entre museos, monumentos, bibliotecas; una de esas direcciones es la del Teatro Argentino, con casi 800 trabajadores contando sus cuerpos estables, Orquesta, Coro y Ballet. Curioso es que en su discurso nunca se refiere al “Argentino de La Plata”, como se lo llama comúnmente, sino que subraya el carácter “provincial” de una institución a la que llama “centro de las artes”, en vez de teatro. “Destaco el tema de provincial porque en nuestra misión está entender la refuncionalización del Teatro Argentino que se dice, es de La Plata, pero es del estado provincial. Por eso el Centro Provincial de las Artes del Teatro Argentino comprende no solo el teatro de producción, que consiste en dar respuesta y generar programación para los tres cuerpos orgánicos (orquesta, coro y ballet), sino un montón de otras actividades que se realizan desde año pasado en la medida en que pudimos abrir con la pandemia”.
-Se percibe hoy una actividad más cercana a la de un centro cultural que a la tradición del teatro “fábrica”. ¿Qué concepto de Teatro Argentino tienen en esta gestión?
-Un concepto abierto, lo pensamos como un CCK de la provincia de Buenos Aires, donde confluyan todas las artes, todas las expresiones, donde la diversidad cultural sea importante. Un lugar que, por la amplitud que tiene, recobra una centralidad política. Es aquí donde no solo se generan actividades sino el lanzamiento de programas del Instituto Cultural. Es un “centro provincial” en honor al nombre y a la idea de cultura que tenemos.
-¿Cómo se articula entonces la idea original del teatro, con su temporada anual para los cuerpos estables, con esta programación abierta y popular?
-Son muchos los planos que tenemos que abordar en el desafío de ser parte. Recibimos un teatro con mucha conflictividad, con una sala Ginastera que no se puede utilizar, concretamente estamos proyectando tres obras muy importantes. Una que ya se ejecutó (entre enero y marzo) es la remoción de escombros y escenografías en desuso, una obra de casi 6 millones de pesos. En las 60 toneladas que se sacaron había escombros desde 1999, cuando se abrió este teatro.
[Una comitiva de responsables de diferentes áreas ingresa en la sala a saludar. Entre ellos está Ernesto Bauer, director del teatro. Hermano menor del ministro de Cultura de la Nación Tristán Bauer, el barítono se hizo conocido por cantar el “Ave María” en el funeral de Néstor Kirchner -cabe aclarar que no hay más relación que la casualidad del apellido con Martín Bauer, el director anterior del Argentino-. La conversación con Onetto se retoma con la hoja de ruta de las obras proyectadas en la mano: en curso desde el 2 de mayo y por 365 días figura la adecuación y puesta en valor de las instalaciones termomecánicas ($195.560.000); adjudicada, sin iniciar aún, está el trabajo sobre la instalación eléctrica ($ 104.937.000); y en etapa de proyecto para su presupuestación se listan la puesta en valor de camarines de la sala Piazzolla y el 1° piso, la reparación de sanitarios de todo el edificio, el sistema de varas manuales del escenario y la puesta en valor de la araña de la sala Ginastera].
-¿Qué plazo tiene la obra en la Sala Ginastera?
-Nuestro objetivo es abrirla en abril del año que viene y lo vamos a lograr, sino yo no estaría acá sentada. Hoy, sin poder utilizar esa sala, tenemos que utilizar la creatividad para dar respuesta a los cuerpos orgánicos y generar contenidos, planificación y producción, por eso uno de los programas se hizo en la plaza seca.
-¿Mientras tanto los elencos dónde trabajan? ¿Las salas de ensayo ya están habilitadas?
-No, no se pueden usar porque se están reacondicionando para poner en funcionamiento el aire acondicionado, que no anda hace muchos años. El teatro es enorme y estamos usando espacios alternativos de ensayo.
-Tomemos el caso de los bailarines, que usan la plaza seca (interior) para hacer su clase diaria: sería muy reducido lo que el cuerpo de baile puede presentar al público en la sala Piazzolla.
-Vamos a reeditar el ciclo que hicieron en diciembre. Y en vacaciones de invierno, habrá actividades donde los tres cuerpos participan. Encontramos la creatividad para darles respuesta, porque no se puede utilizar la Ginastera. Es muy complejo, el desafío es inmenso, pero confío en el equipo y en la decisión política de volver a poner el Teatro Argentino en lo más alto. ¿Cuesta? ¡Un montón cuesta!
De los subsuelos a la sala principal
De tanto nombrarla, se llega en el recorrido a la sala principal: a simple vista en la platea solo faltaría el público, pero si la memoria no falla enseguida viene el recuerdo de unas funciones hace más de cinco años cuando el telón no quería cerrar. Para entender, por ejemplo, por qué no podrían subir todavía hoy los decorados hasta el escenario de la Ginastera hay que bajar hasta el cuarto subsuelo, donde se constata que el pozo del montacargas está inundado de un líquido denso y oscuro. En ese mismo nivel funciona el taller de escenografía: tres personas trabajan esta mañana pintando un bosque para ambientar La Sylphide, que según más tarde informan se vería en algún momento de la segunda mitad del año.
A propósito del ballet, justo al mediodía, doce personas toman clase en un espacio acondicionado con un piso especial (pero sin espejos) para que puedan entrenar. Según el director de la compañía, contando a los refuerzos, actualmente 55 bailarines integran el elenco. ¿Y los demás? Por un lado, la clase es opcional y, por otro, como varios viven en la ciudad de Buenos Aires, no hacen el viaje hasta La Plata solo por una hora y cuarto de preparación física. Sucede que uno de los tres sindicatos con presencia en el teatro –ATE, UPCN y Maquinistas- lleva ya un mes con una medida de fuerza mientras trata temas salariales en mesas técnicas y, en consecuencia, los cuerpos estables no están citados a ensayar. La relación entre artistas y técnicos es así: por seguir con el ejemplo del Ballet, si Maquinistas hace “retención de tareas”, ¿quién mueve las barras? Lo mismo explican a LA NACION durante el recorrido cuando se pregunta, frente a la sala del coro vacía, ¿dónde están los cantantes? “Si Maquinistas no trabaja, no hay atriles”.
Hace poco más de una semana, en redes sociales, los cuerpos artísticos del Teatro Argentino hicieron circular un video en el que se manifestaban pacíficamente en la puerta del Teatro, sobre la calle 51. Mientras unos elongaban y otros afinaban sus instrumentos, un texto exponía su pedido. “Queremos tocar, queremos cantar, queremos bailar. Nos han silenciado. Las autoridades no resuelven nuestro problema, queremos nuestro teatro de producción ABIERTO”.
Decisión política, un presupuesto millonario y buena cintura para relacionarse con los gremios hicieron falta siempre para encauzar a gigantes como estos. Con el tablero de ajedrez otra vez trabado, sería una buena jugada que de ahora en más el teatro entero siguiera el destino de la famosa caldera: en estos días de frío por los pasillos todos comentan, como si se tratara de un milagro, que está dando calor.
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