Un Sabato sonriente celebró sus 93 años
Ayer, además, apareció en las librerías su última obra
¿Qué le regalaría usted a un hombre que cumple 93 años? ¿Y si ese hombre fuera nada menos que el escritor Ernesto Sabato?
La misma pregunta debieron hacerse las 100, 200 o quizá 300 personas que se acercaron ayer a la antigua casa de rejas, en Santos Lugares para saludarlo en su cumpleaños.
Pinturas, mantas, vinos, suéteres, zapatos, libros, fueron llegando de manos de una cifra de personas imposible de calcular, ya que toda la jornada fue un intenso desfile de invitados que saludaban porque acababan de llegar o porque ya se iban.
A cada uno Ernesto Sabato le dedicó un apretón de manos, un beso y algunas breves palabras con una voz muy bajita, casi imperceptible, que salía de su boca, cristalizada en una especie de eterna sonrisa.
Ese, precisamente, fue uno de los comentarios del día entre los invitados: "¡Qué contento que está Ernesto!", incluida la confesión de Luciana -una de sus nietas- a LA NACION: "La verdad, este último año siento que mi abuelo está muy cariñoso, muy afectuoso, incluso desde lo corporal".
No fue un cumpleaños más para Sabato. De hecho, a los cientos de regalos que recibió se puede sumar uno propio. Mientras el escritor soplaba las velitas sobre una torta celeste y blanca con forma de libro, en las librerías salía a la venta "España en los diarios de mi vejez" (editado por Seix Barral). Se trata de un diario de viaje, género poco común en el conjunto de su literatura, en cuyo prólogo él mismo dice creer "haber expresado algo de lo que siente un hombre al inminente borde de la muerte".
No es una novedad, claro. La muerte, el fin inminente, suele aparecer como obsesión en la obra reciente de Sabato, en sus pinturas y en sus declaraciones. Pero lo extraño es que eso no condice con el hombre sonriente que festejó ayer los 93 años.
"Yo lo conozco bien y te aseguro que no piensa morirse", dijo a LA NACION una de sus más queridas amigas, la pintora Silvina Benguria.
"Aparte, él siempre dice que la madre vivió muchos años y por eso le quedan muchos otros por vivir", agregó, a modo de revelación, su nieta Luciana, la mamá de los por ahora dos únicos bisnietos del escritor: Ignacio y Juana.
Encuentro con el ministro
Como cada día de su vida, el del cumpleaños número 93 de Sabato comenzó bien temprano, cuando aún no había asomado el sol.
Además de decenas de alumnos de distintas escuelas que lo visitaron, la nota la dio el ministro de Educación, Daniel Filmus, que se quedó dialogando durante dos horas con el cumpleañero. "Charlaron fundamentalmente sobre cómo recuperar y mantener las lenguas indígenas e hicieron planes para un próximo viaje a Misiones juntos, en donde quizás podrían encontrarse con Augusto Roa Bastos", explicó su colaboradora y entrañable amiga Elvira González Fraga, cuyo hermano, Javier, presidente del Fondo Nacional de las Artes, estuvo en la fiesta.
También el jefe del Gobierno de la Ciudad, Aníbal Ibarra, se acercó a Santos Lugares para felicitar a Sabato y al mediodía el presidente Néstor Kirchner y su mujer lo saludaron telefónicamente desde el avión, en pleno viaje a China.
Para la tarde ya se habían comunicado el escritor José Saramago, la periodista Magdalena Ruiz Guiñazú, el obispo de San Isidro, monseñor Jorge Casaretto, y una cantidad de personalidades y amigos del país y del exterior imposible de dilucidar a esas horas, que colmaban las casillas de mensajes y el aparato de fax.
Cuando caía el sol, el escritor era el centro de una multitudinaria reunión que atestaba los ambientes pequeños de la casa. Cada tanto era posible espiarlo, sentado entre el gentío, que devoraba una provisión infinita de pastelitos. Allí estaba su figura esmirriada, a la que jamás se le borraba la sonrisa.
Allí estaban también su hijo Mario, sus seis nietos y sus dos bisnietos. El músico Eduardo Falú entró con su hijo. Luego, el embajador de España, Manuel Alabart, con su señora y un libro de regalo. Más allá, el ex representante de Naciones Unidas para la Argentina, Carmelo Angulo. Otro amigo, Ben Molar, se sentó junto al escritor para conversar. Su amiga Marta Compagno, de 85 años, le regaló un ejemplar de LA NACION del 24 de junio de 1911, día del nacimiento de Sabato. "¿Te acordás hace 60 años, cuando nos conocimos? Me dijiste que cómo una mujer tan elegante podía tener una mirada tan triste", le susurró al oído. El historiador Fermín Estrella Gutiérrez, Ana María Novick... La lista es interminable.
Mientras los músicos del Grupo Esperanza, -fundado por Miguel Angel Estrella, que envió una carta al escritor- preparaba sus instrumentos y Roque, el perro manto negro de Sabato, ensayaba unos ladridos desganados, unas caritas muy tímidas intentaban acercar su saludo. Eran chicos venidos de todos lados. Unos de Luján, otros de Carapachay... Algunos ya conocían al escritor de visitas de fin de semana, cuando Sabato los recibe y merienda con ellos. Otros hacían su debut. El maestro recibía a cada uno, indistintamente, con una sonrisa, firmaba libros y posaba para las fotos.
Mientras tanto, no pocos trataban de resolver un interrogante que sobrevolaba la fiesta: el deseo de Sabato, expresado en el libro que se publicó ayer, de casarse con Elvira González Fraga. "¿Es cierto, Elvira?", preguntó LA NACION.
"Hace años que Sabato me lo pide y yo le estoy muy agradecida, pero prefiero no hablar de ese tema", se disculpó.
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