Un resignado habitante del infierno
El próximo viernes, la nueva Biblioteca LA NACION presentará Otra vuelta de tuerca y Los papeles de Aspern, dos de las más célebres nouvelles de Henry James
Hojear las libretas de apuntes de Henry James (Nueva York, 1843-Londres, 1916) permite internarse en el trámite de creación de sus deslumbrantes narraciones. Se advierte entonces que casi todos sus relatos provienen de circunstancias y datos reales, revelados por amigos, conocidos, o simples relaciones ocasionales: la poderosa imaginación del escritor y su tan particular estilo, colmado de sabias elipsis y de veladas alusiones, hacen el resto. Es decir, lo consagran como poseedor de un excepcional talento. Tal vez, más que en sus complejas novelas -sobre todo, las últimas-, el poder de su vigorosa capacidad de evocación culmina en los cuentos largos o novelas breves ( nouvelles , las llaman en francés), dos de las cuales componen la nueva entrega de la Biblioteca La Nación .
Así, en una entrada de los Note Books , James anota que alguien le habló de una anciana que viviría aún, centenaria ya, en Venecia y que habría sido amante de lord Byron, cuyas cartas conservaría como un tesoro secreto. Es el origen de Los papeles de Aspern (1888), donde el poeta inglés se convierte en un colega imaginario, un tal Jeffrey Aspern. El narrador de la historia se propone apoderarse de esas cartas y con ese fin corteja a la sobrina solterona, ajada y marchita, de Miss Bordereau, la supuesta dueña del tesoro.
Otro tanto ocurre con Otra vuelta de tuerca ( The Turn of the Screw , 1898), nacida también de una charla entre amigos, en una noche tormentosa, al cabo de una breve estadía en una casa inglesa de campo. Uno de los huéspedes contó el caso de la joven e inexperta institutriz que, al aceptar hacerse cargo de la tutela de dos hermanos que viven en una mansión aislada en la campiña, cree discernir la presencia de los fantasmas de una pareja perversa, su antecesora y un lacayo, que habrían corrompido irremediablemente a los niños y que todavía, después de muertos, siguen incitándolos al mal.
En ambos casos, menos que la trama (por ingeniosa que sea), importa cómo James va urdiendo las intrigas, evocando atmósferas densas de secretos y de omisiones deliberadas, hasta llegar a finales inesperados. Queda siempre latente una suprema ambigüedad (que es también un supremo don artístico): el buscador de los papeles de Aspern, ¿es un canalla, o tan sólo un erudito empeñado en revelar al mundo una riqueza literaria que no debería quedar oculta? Los fantasmas que ve la institutriz, ¿son auténticos espectros, o el fruto de su represión sexual, clásicamente victoriana?
James no elucida estas cuestiones, así como no juzga moralmente, jamás, a sus personajes. Los hace actuar, simplemente; y, más que actuar, los hace cavilar, en ese espacio mental donde residen los fantasmas de verdad: el recelo, los agravios, los miedos, los rencores, las fantasías, los anhelos, las ambiciones, las sospechas. En sus historias, casi todos, hombres y mujeres, finalmente cometen una equivocación fatal, por no haber sabido ver con claridad lo que realmente les convenía. Este escepticismo fundamental acerca de la condición humana llevó a Borges a definir a James como nadie lo ha hecho mejor: en el prólogo a la edición local de un cuento titulado "La humillación de los Northmore", lo describe como "un benévolo y resignado habitante del Infierno".
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